Eran las 8 y todos se acomodaban para ver una victoria argentina mediante su seleccionado de fútbol. Los colectivos disparaban como Caniggia, en los bares se acomodaba firme la barrera y en las guardias la emergencia era cicatrizar muchas heridas. Los más esperanzados eran los pibes que se abrazaban frente a la escuela, en la casa de alguno, atestando un bar, aguantando desde al colegio del Loco o sosteniendo en sus casas a padres que cargan con más derrotas. Después la tele transmitió la decepción: Verón no jugó de Bruja, Batistuta no fue Batigol, y otras cosas muy dolorosas. Tan dolorosas como salir a la calle y ver a los pibes con caras de grandes y a los vendedores de banderas esperando a Suecia. Pero a los minutos del golpe al corazón la esperanza de cientos de chicos comenzó a treparse al Monumento a la Bandera con una enorme celeste y blanca y los saludos consabidos a los vencedores. Los adultos comprendían y sonreían pero no saltaban en su lento volver a la rutina diaria. Al mediodía, un taxista salía del centro y se reconfortaba porque habían despejado un corte de calle en Sarmiento y Rioja. Cuando le preguntaron si los pibes del "no te deja de alentar" habían entorpecido el tránsito, el hombre dijo que en realidad se trataba de una manifestación frente a la Ansés. Eran personas que, además de planes trabajar, también merecían dignidad y un empate.
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