En pocos días se conmemorarán los 150 años del histórico Acuerdo de San Nicolás, en el que los gobernadores de las provincias del interior sostuvieron, a pesar de los recelos porteños, un proyecto de unidad nacional. Las provincias del Litoral, bajo la influencia de Justo José de Urquiza, lideraron la gran síntesis histórica que condujo a la Constitución de 1853. Sin embargo, las redes del centralismo, utilizando las verticalistas estructuras partidarias, desde fines de siglo XIX, sujetaron a los gobiernos provinciales en una trama que atentó contra la capacidad de formar dirigencias regionales. Los mandatarios santafesinos, con independencia y proyectos propios, siempre fueron una amenaza para ese sistema; y todo intento de proyectar su figura al escenario nacional fue contenida con maniobras para provocar en su territorio revueltas políticas o amenazas de asfixia económica. No pocos recordarán los obstáculos que sufrió Carlos Sylvestre Begnis en su primera gobernación, 1958-1962, para concretar el túnel subfluvial que unió Santa Fe con Paraná y rompió el aislamiento de la Mesopotamia, desafiando al mismísimo presidente Arturo Frondizi, su líder partidario. Los círculos que se sucedieron en el poder de Santa Fe necesitaron siempre del “aval“ del caudillo nacional de turno. Los gobernadores que nacieron como producto de un líder nacional murieron en el momento mismo en que se apartaron de su sombra. Esta experiencia fue aprendida por pocos. La situación imperante parece retrotraer a la Argentina a aquellos tiempos fundantes. ¿Habrá llegado la hora de una nueva síntesis donde los gobernadores del interior sepulten los vicios de un régimen político conservador, que se resiste a morir, y que desde hace 140 años subordina el federalismo y la democracia a los intereses partidarios?
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