Cualquier concepción federalista que apunte al separatismo es demencial. El primer acto de desvertebramiento nacional fue la tolerancia a la emisión clandestina de moneda por la provincia de Buenos Aires, cuando la gobernaba nada menos que el actual canciller. Luego degeneró abarcando al 30 por ciento de las provincias. En la misma línea de descomposición de la entidad nacional se inscriben el refugio en el exterior de la plata de las regalías petroleras de Santa Cruz, o el proyecto para establecer normas bancarias propias en San Luis. El estudio de la Fundación Libertad sobre qué significan para Santa Fe las retenciones agropecuarias a mi juicio no se inscribe en esa línea de descomposición, sino en un sentido y dirección inversos. Entre las provincias y la Nación no existe un “contrato” o una repartija acordada de poderes. La creación y la organización de la Nación constituyó un acto nuevo, original y fundante, al cual no se puede renunciar ni se puede licuar, menos que menos en esta coyuntura inédita. Por el contrario: el imperativo reside en fortalecer al máximo todos los factores aglutinantes de la categoría nacional.
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