Año CXXXV
 Nº 49.371
Rosario,
sábado  26 de
enero de 2002
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Opinión: El plantel se infectó con el virus de la desunión

Mauricio Tallone / La Capital

Ya pasaron las horas del caprichoso final de la pretemporada en Tandil y las partes intervinientes simulan acomodarse. Pero en el país de la psicosis -Central es un ejemplo más que elocuente de esta valoración- nadie está exento de las consecuencias que genera una medida que se refugia en los apresuramientos.
En un rapto de insubordinación por parte de los jugadores, esa línea de austeridad, respeto y unión que había bajado Daniel Teglia y su cuerpo técnico en las sierras le encendió una mecha de alerta a la armonía del grupo. A esta altura, el repentino desenlace adoptado ya abandonó el alcance de una rebelión pasajera para darle paso al virus de la desunión que infecta la sana convivencia. Y esta observación no intenta quitarle importancia al reclamo de los jugadores por cobrar hasta el último peso que les deben, simplemente procura dejar en posición de duda ese caparazón grupal que tan bien tienen ejercitado los actores de la pelota cuando de pilotear un conflicto se trata.
Precisamente ese kit de unidad esta vez no fue tal. Aunque nunca van a reconocerlo, la decisión de anticipar el regreso a Rosario no gozó de la tan mentada unanimidad. De lo contrario, pasen y lean algunas de las actitudes que barnizaron la desobediencia.
¿Cómo debe entenderse que en plena negociación Luciano De Bruno haya bajado al hall de la hostería Casagrande y haya deslizado sin darse cuenta de los oídos intrusos que "si seguimos así vamos a terminar peleados entre nosotros"? El arrebato visceral del Pequi no admite otra lectura que la emparentada con el inicio de una fractura en el plantel. Sobre todo si se precisa que el volante se jactó de ser uno de los más damnificados del incumplimiento dirigencial ya que su novia -junto a las de García y Erroz- fue a buscar los 500 pesos de la discordia a la sede canalla y supuestamente recibieron el maltrato de los empleados del club. Este último hecho también agiliza la otra versión de que uno de los impulsores de pegarse la vuelta a Rosario fue Diego Erroz, hoy convertido en uno de los nuevos lugartenientes a la hora de la toma de decisiones, pero otrora volante sin peso ni participación más allá que la de raspar tobillos y ganarse alguna que otra amarilla.
Otro ladrillo que se sumó a la pared de esas desavenencias en el seno del plantel fue la actitud adoptada por Laureano Tombolini. Hombre despojado de histerias y con lengua para contestar cualquier interrogante, el arquero canalla esta vez se dejó llevar por el anonimato y no esforzó demasiado su presencia en los instantes más calientes en la mesa de negociación. Dicen por ahí, o mejor dicho gente allegada al plantel, que Tombo no estuvo tan de acuerdo con llevar adelante la medida a tres días de la finalización de los trabajos en las sierras. Sobre todo porque siempre estuvo convencido de que el costo que se pagaría por esto sería mucho mayor al que hubieran corrido si no venían a Tandil cómo él había sugerido en su momento y se ahorraba ese dinero para saldar lo adeudado.
Todas estas historias que encuadraron el abrupto final de una pretemporada que hasta ese momento recitaba las estrofas del perfil bajo forman parte de la leyenda. Y se sabe, las leyendas requieren de una confirmación a cada paso, a cada minuto. Pero lo que no necesita de las evidencias, más allá de las apuntadas, es que en las entrañas del plantel de Central existe un espacio para las divisiones. Ahora es tiempo de subsanar las heridas y guardar la pasada de factura para otro momento. Pero la macana ya está hecha. El germen de la desunión empezó a germinar sus secuelas.


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