Alberto Dearriba
El presidente Eduardo Duhalde confirmó ayer que el presupuesto 2002 no incluirá el pago de intereses de la deuda externa argentina "porque nadie nos creería". Y se mostró aún más preocupado por el drama social de los excluidos que por la crisis bancaria que conmueve a la clase media. El jefe del Estado recibió a la prensa con gesto distendido, pero con signos de preocupación y cansancio en su rostro. "Qué lindo día", dijo mientras desviaba la vista de quienes serían sus interlocutores hacia las ventanas, a través de las cuales el sol estallaba en los cuidados jardines de la Quinta de Olivos. "Sí, hermoso día", respondieron al menos dos periodistas a coro, como para cumplir el ritual. "Y bue... Algo bueno tiene que pasar", bromeó un Duhalde consciente de estar parado sobre una bomba de tiempo. Para confirmar esa impresión, dio por seguro que los argentinos todavía no percibieron cambio alguno en los 18 días de su gobierno. Y, tras afirmar que trazó de entrada un rumbo estratégico compartido por un amplio espectro político y social, advirtió que debe desmontar "explosivos" cada día. En ese dramático contexto, el presidente se fijó objetivos mínimos y básicos: "Lo primero es evitar el caos". También insistió en la necesidad de construir "un poder político fuerte" para salir luego de la recesión y consolidar una nueva alianza social. Duhalde parece ver más la imagen de aquello de lo que quiere huir en el rostro de los famélicos que en el irritado ruido metálico de las cacerolas. Pero su obsesión por "ordenar el país" no lo lleva a creer en la receta trágica de la mano dura y la represión. Y asegura que la paz social se construye satisfaciendo los derechos esenciales conculcados. Por ese motivo, el Ejecutivo lanzará en los próximos días los planes sociales que apuntan a que en tres meses más no quede un solo argentino sin percibir un ingreso mínimo. El mandatario define el objetivo de su gobierno "de concertación patriótica" como el de reconstruir "un país normal". Es que en su concepción resulta "anormal" que una Nación no proteja sus intereses permanentes. Para Duhalde, tanto Brasil como Chile son países "normales": sus modelos, expuso, no rifaron el mercado interno, la industria nacional y el patrimonio del Estado. Pero tampoco desconoció la necesidad de sostener una buena relación con la superpotencia que lidera el mundo globalizado, aunque no está dispuesto a descuidar el vínculo con los vecinos ni con la Unión Europea. El sueño de Duhalde es apenas módico: aspira a entregarle a otro presidente constitucional "un país normal" dentro de dos años. Se fijó un plazo de seis meses para salir de la emergencia, después de lo cual vendrá una etapa "dura". Además, seguirá impulsando el diálogo social e insistirá en autoexcluirse de la cruenta interna del PJ y de la sucesión en la Casa Rosada. Por el momento, Duhalde parece conformarse con lograr "un país normal" que no estalle bajo sus pies.
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