La historia de Juan Ramírez es emblemática porque ilustra una de las tantas variantes de caídas que a lo largo de los años fue sufriendo la clase media argentina. Con 60 años, casado y padre de dos hijas, supo ser gerente del Hipertigre, pero después de la quiebra del supermercado y de perder buena parte de sus bienes no le "quedó otra" que ponerse al frente de una pequeña verdulería. El negocio está ubicado en España al 1900, en cuyos fondos también vive. "A la recesión tremenda que ya nos tenía a todos al límite se suman ahora las últimas medidas de Cavallo: desde hace dos días, las ventas se me cayeron el 40 por ciento", se lamenta Juan. El comerciante es consciente de que la mayoría de los clientes elegirá concentrar todas sus compras en los supermercados, donde seguramente tendrán la opción de pagar con tarjeta de crédito o de débito. "La tengo clara: en los pequeños negocios solamente vamos a poder trabajar con los jubilados, con los que todavía tengan algún pesito en el bolsillo y con los fiados, que de esos tengo bastante", dice. Es que, en los barrios, la libreta todavía corre como una suerte de cuenta corriente que se cancela por semana o por mes, una metodología que puede adecuarse a las posibilidades de retiro de las cajas de ahorro que tendrán todos los asalariados. Su conclusión es terminante: "No sé cómo seguiremos, pero hay algo que tengo claro: si me obligan a cobrar con tarjeta de crédito o de débito sencillamente tengo que cerrar".
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