"La calle es de todos, por lo tanto yo puedo hacer de ella lo que se me dé la gana porque llegué primero". Esta es la frase que repiten en Rosario vendedores ambulantes, cuidacoches, abrepuertas, limpiavidrios y hasta las agrupaciones políticas que pegan afiches o pintan en cualquier lugar. Claro que en el momento que estas personas y grupos deciden apropiarse del espacio, la calle ha dejado de ser de todos, pues si a uno se le ocurre desafiar la marca fronteriza arbitrariamente impuesta se desataría un enfrentamiento violento. Así, el límite entre lo público y lo privado se desdibuja, se desconoce. Lo público se convierte en un territorio de conquista. Una apropiación que se da de hecho ante la ausencia de un poder efectivo que haga respetar los límites. Una ciudad debe cuidar sus espacios públicos, pero no sólo en el aspecto de la limpieza, sino también en el de la convivencia. En primer lugar, los funcionarios deben velar por un razonable uso de los espacios públicos que les han sido confiados para su cuidado. Y a la vez hay que desterrar la mala costumbre, que por momento parece legitimarse, de que uno se puede aprovechar de lo público en beneficio propio.
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