Al policía de la seccional 10ª que atendió el teléfono aquella tarde le costó creer lo que le decían. "Hay una caja tirada detrás de las vías, y en la caja hay un nenito que parece muerto", le dijo una voz anónima y cortó la comunicación. Por las dudas el oficial envió una patrulla al lugar que le habían señalado y así supo que no lo habían llamado simplemente para hacerle perder el tiempo. En la caja había un nene de 4 años y, sí, estaba muerto.
Fue un hallazgo tremendo, que conmocionó a los dos barrios que se extienden al este y el oeste de las vías del ferrocarril, en el límite tripartito entre Alberdi, La Florida y la villa La Cerámica. Una vez que se conocieron los detalles del caso, el shock fue todavía mayor: al chico lo habían violado y después lo asfixiaron con una bolsita de supermercado.
"Murió por sofocación", dijeron después los médicos forenses según consta en el expediente judicial.
Cuando encontraron el cuerpo, escondido dentro de una caja de cartón y disimulado por unos trapos viejos, aún tenía la cabeza dentro de la bolsa. Una mujer contó que estaba "acostadito, como si estuviera durmiendo". Y otros testigos, todavía conmocionados, describieron el cuadro con frases parecidas.
El nene se llamaba Ezequiel Andrés Valenzuela. Murió la tarde del 4 de mayo de 1999. El hombre que lo mató fue condenado esta semana y sentenciado a prisión perpetua. Su nombre es Juan Carlos Plachta y hoy tiene 41 años.
A Plachta lo condenan los indicios aportados por varios testigos y su propia confesión. Hasta su abogado admitió durante el proceso judicial que es el autor material de la violación y el homicidio. El defensor quiso obtener su absolución argumentando que no comprendió la criminalidad de sus actos por una locura momentánea, pero no tuvo éxito y ni siquiera consiguió una atenuante para que le bajaran la pena. Para los psiquiatras que lo vieron, Plachta no sólo sabe lo que hizo sino que además comprende que no debe hacerse.
"El siempre fue consciente de lo que hacía", sentenció el juez Antonio Ramos en su fallo condenatorio.
Crónica de una muerte
Ezequiel vivía en Granadero Baigorria con el papá, que estaba separado de su mujer. Pero los fines de semana el nene volvía al barrio para visitar a la mamá y la abuela. Fue lo que hizo aquel día, cuando terminó encontrándose con una horrible muerte.
La noche anterior durmió con la abuela. Por la mañana salió a jugar con los chicos del barrio. Nunca regresó. Al mediodía salieron a buscarlo. No lo encontraban por ningún lado hasta que alguien pasó al lado de una caja sobre un montón de basura y se le ocurrió revisar.
Al principio creyeron que se trataba de un muñeco. Pronto se dieron cuenta de que era un hallazgo macabro. Entonces llamaron a los padres, que a esa altura estaban desesperados, y las sospechas se confirmaron. Era Ezequiel y estaba muerto.
Como siempre sucede, los rumores y las sospechas salpicaron a más de una persona. Todos creían saber quién podía ser el asesino, pero las primeras pistas para identificar al verdadero fueron aportadas por los propios chicos de la zona.
Nenas y nenes empezaron a hablar de El Loco Carlos, un hombre que vivía a pocos metros del lugar donde habían arrojado la caja con el cuerpito. Le decían El Loco por su comportamiento un tanto extraño y también, con algo de perversidad, porque sabían que tenía un familiar directo internado en la Colonia Psiquiátrica de la localidad de Oliveros.
"El siempre nos da facturas y golosinas", contó un chico. Otro agregó que a veces también les regalaba algún juguete. Todos coincidían en que era amable con ellos. "Nunca nos tocó", declararon.
Fue la hermanita de Ezequiel quien finalmente recordó algo que alertó a los investigadores policiales. Esa misma mañana, El Loco Carlos la había llamado y le había entregado las zapatillas del chico. "Se las olvidó acá", fue lo que le dijo.
Otro testigo, mayor de edad, sumó un dato igualmente relevante para la pesquisa. "Carlos me pidió prestado el carrito y después lo vi llevando una caja hacia el lugar donde la encontraron", contó.
Plachta, El Loco Carlos, fue arrestado horas después y acusado de violación agravada seguida de homicidio. Más adelante confesó y fue procesado.
El fiscal interviniente pidió que lo sentenciaran a prisión perpetua, que equivale a 25 años de cárcel. Ahora el juez Ramos, secretaría de Adelqui Costa, lo condenó. Pero el fallo no está firme porque el acusado pidió que tres magistrados lo revisen.