Al principio, a Carmen (3 años) no la tienta la idea de entrar a la juguetería, pero después se sacude la timidez y confiesa: "A mí me gustan todos los chiches". Hiperquinética, no duda en subirse a los autos que encuentra, algunos más grandes que ella. "Este me gusta, pero no tiene cinturón", dice, mientras cambia de vehículo: "Este no porque está muy duro y no lo puedo sacar", se queja. La rubiecita de tres años no es egoísta. "Ese auto rojo se lo llevamos a Juan", propone. Juan es su hermano de ocho años, a quien de vez en cuando le roba los libros de Harry Potter y las figuritas. Después de intentar uno tras otro hacer andar los autos por la juguetería, Carmen sale en busca de otra cosa. "Mirá, una cocinita como la que tengo en mi casa", grita, y dispara hacia el sector de los juguetes para pequeñas amas de casa. Juega solo un rato y, ahí nomás, se va diciendo "esto ya está". La casa de Barbies es su próxima parada. "Esta es la mamá, la nena, el nene y el bebé", explica, mientras saca los muñecos del miniedificio. "Encontré un teléfono", grita, y su expresión demuestra que es de sus preferidos. Pasa por la sección de los más chiquitos y haciendo alarde de sus tres años dice: "Esto es para bebés, no para mí". Pero al final encuentra lo que busca: un triciclo multicolor. "Este vamos a comprarlo porque lo puedo hacer andar. Pero no es un triciclo, es una moto grande", aclara. Ahora ya eligió su regalo, pero antes de irse se mete adentro de una casa gigante. No encuentra la puerta, pero entra por la ventana: "Me quedo acá", advierte. Claro, la llegada de su mamá con la propuesta de tomar un helado la tienta. Eso sí, para salir aclara: "Déjenme, salgo sola".
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