Lucas (18), Ximena (15), Ezequiel (16), Romina (17), Ignacio (17) y Belén (17) viven en diferentes barrios de Rosario. Van a distintas escuelas, realizan distintas actividades y sostienen odios y amores diversos. Pero los seis tienen una preocupación común: su aspecto físico. Sin embargo, esta necesidad de verse bien no responde sólo a una cuestión estética, sino más precisamente a un afán distintivo.
Cuando entró a la adolescencia, Ezequiel empezó a ir al gimnasio y a practicar rugby "para ser más respetado" por el entorno.
Romina se veía "horrible"; entonces, decidió cortarse el cabello y hacerse la permanente. Todo un cambio. "Tenía el pelo por la cintura, largo y lacio. Lo odiaba. También me empecé a vestir distinto, a usar polleras más cortas y tacos. Ahora eso no me interesa mucho. Me quiero ver más seria", asegura.
Tiempo de cambios
A Belén la llegada de la pubertad también la obligó, como a los otros, a hacer cambios. "Dejé colgado el jogging y empecé a usar jeans y remeras más ajustadas. También estoy tratando de dejarme crecer el flequillo porque lo tengo desde chica y ya no lo aguanto", dice.
"Yo soy mucho de molestar con el aspecto físico -reconoce Lucas-. Ahora estoy medio normal, pero me tiño, me dejo el pelo largo, me lo corto, me pelo algún sector de la cabeza, me pinto las uñas. Soy muy de chocar con lo visual, peinados raros, maquillaje y esas cosas".
Ezequiel también tiene su fórmula: "Soy recoqueto, me peino, me perfumo, me visto bien. Si no puedo hacer esto, no salgo. A la gente le entrás por los ojos. Y no podemos pasar desapercibidos".