Corren los primeros días de 1983. El malo de la película está por llegar. El desalineado, el que carga con el estigma de los alfileres, el del maravilloso Estudiantes del 82 con tres números 10 en la cancha (Sabella, Ponce y Trobbiani). El sueño de Grondona hecho realidad: el doctor Carlos Salvador Bilardo es el nuevo entrenador de la selección. Como primera medida un gol de Gareca para ganarle a Brasil y empezar a despegarse del ciclo Menotti. El equipo de César jamás le había ganado al clásico rival. Ni siquiera en el Mundial, que fue hecho a medida para Argentina. Se debe recordar que allá por el 78 por estos lares se ponderaba a un número 10 de apodo Chicao. Quizás el más intrascendente de toda la historia del riquísimo fútbol brasileño. Con Bilardo, ni bolilla a la Copa América, ni cuarto de importancia a los amistosos y una oposición de la prensa encabezada por el diario Clarín que hacía tambalear al técnico al menos una vez por mes. La milagrosa clasificación para el Mundial de México y la excelsa conquista del estadio Azteca. "Era Maradona y 10 más", juraron los detractores. "Con Maradona, Menotti salió 11º en España", recordaron los defensores. La dicotomía se instalaba en un país que le hace honor al gran Ferdinand De Saussure a cada paso. El lingüista suizo hizo sudar a la mayoría de quienes osaron comprender sus sentencias. Pero sus dicotomías parecieron tomar vida en la comparación Menotti-Bilardo. Afortunadamente el tiempo fue apagando el fuego y ya casi nadie habla de las diferencias entre el doctor y rabanito (rojo por fuera, blanco por dentro). Lo concreto es que las diferencias fueron tan abismales como los resultados siempre y cuando se cumpla con el ejercicio lógico y ciudadano de despojar a la selección de la estrella del 78 por muy obvias razones. Bilardo hizo un culto del trabajo y la obsesión por el estudio del rival, fue el primer entrenador argentino en aceptar que veía videos de los adversarios, enarboló hasta la exageración la bandera del maradonismo, fue un campeón legítimo y con un equipo bastante mal elegido llegó a la final del 90 con una mezcla casi exitosa de fortuna y mística. Nadie consiguió en torneos mundiales lo que él. Sus críticos atenuaron la severidad con la conquista del 86, pero volvieron a la carga con furia apenas Pumpido se equivocó en el debut del 90 frente a Camerún cuando Argentina perdió con los africanos 1 a 0 con aquel cabezazo de Oman Biyik. En realidad, en aquel Mundial Argentina sólo funcionó como un candidato en la semifinal en la que eliminó a Italia. A la final llegó diezmado. Pero cuenta con un dato incomparable: fue la única selección argentina que derrotó a Brasil en un torneo ecuménico. Hay mucho camino por recorrer para igualar los récords de Bilardo. A pesar de los puristas.
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