El tiempo siempre es el mejor testigo. El más contundente argumento de las cosas. De los ciclos. En este caso de los entrenadores de la selección argentina post-Menotti. ¿Por qué el capricho de excluir a César de la cuestión? Simplemente porque a partir de la conducción del ex jugador de Central, Boca y Racing, la selección tomó verdadera dimensión de equipo nacional. La estructura de la AFA se puso al servicio del combinado nacional. Como corresponde en estos casos. Esa es la visión positiva de la era Menotti. No debería soslayarse el marco en el que se desarrolló su mandato: dictadura militar, desapariciones, violencia, guerrilla, partidos extraños, discursos contradictorios. . . Después llegaron Carlos Salvador Bilardo, Alfio Basile, Daniel Passarella y Marcelo Bielsa. Recién en estos últimos dos casos puede hallarse un atisbo de continuidad. Antes, más bien todo lo contrario. Bilardo es la antítesis de Menotti, Basile una figura muy difícil de calificar en medio de entrenadores diametralmente diferentes, Passarella el opuesto a Basile y Bielsa el único que mostró la personalidad suficiente y la confianza mínima imprescindible en su trabajo como para ponderar al muy discutido técnico que lo precedió. Es decir, para animarse a decir que no existen demasiadas diferencias entre lo que se está haciendo y su polémico antecesor hay que estar muy convencido de lo que se hace. Bilardo llevó a la selección la contracción al trabajo que le faltó al ciclo Menotti, en el que las palabras eran mucho más elocuentes y trascendentes que la obra. Ni más ni menos que una proyección de los tiempos que vivía la sociedad argentina. Basile llegó para recuperar la belleza perdida, o mejor dicho para acallar por un tiempo a los puristas mucho más adictos a los discursos grandilocuentes que a poner un orden y un plan de trabajo al servicio de una de las potencias mundiales. Pero se le esfumó todo de entre sus manos. O más bien, perdió la línea en el momento menos indicado y su ciclo bien puede calificarse como "La hoguera de las vanidades". Fue la época de las gorritas, los sponsors por doquier, las entrevistas a medianoche, la limosina de Caniggia y el devastador dóping de Diego. Tampoco faltó un récord invicto tan extenso como intrascendente. A la hora de la verdad, la selección debió jugar un repechaje para llegar al Mundial y se despidió sin pena ni gloria en los octavos de final ante la endeble Rumania. El Kaiser llegó con mano dura, pero su inflexibilidad sobrepasó los límites de la lógica y la era Passarella pecó de excesivamente dura. Tampoco acompañaron los resultados. Afuera en los cuartos de Francia frente a Holanda. Fueron tiempos de rinoscopia, severidad, prácticas ocultas y otras yerbas. Ah, como en la era Menotti, también estaba Pizzarotti. Se debe consignar que ya por entonces, el periodismo deportivo argentino empezaba a transitar un camino de tono amarillento y sin seriedad poco presentable que lamentablemente se profundizó con el paso de los años. Después llegó Bielsa, quizás calificable como el de menos consenso para quien comanda como ningún otro dirigente podría hacerlo la Asociación del Fútbol Argentino, el ex Independiente Julio Humberto Grondona. En medio de todos ellos, la selección. Y la gente, que encuentra en su equipo nacional una de las pocas válvulas de escape a las que se puede aspirar en un país futbolero por idiosincracia, por imposición y por conveniencia. Pero esa ya no es responsabilidad de los entrenadores, más bien forma parte de un estudio sociológico que quedará para otra oportunidad.
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