Tiempos difíciles. Procesos con fracaso. El estigma de los logros del ya devaluado Carlos Bilardo pisándole los talones a cualquier candidato y la imperiosa necesidad de no cometer otra vez el mismo error. Esto es, equivocar el diagnóstico y por ende atacar con el remedio equivocado. Ya no se trata sólo de elegir al mejor entrenador por méritos deportivos, hay que pensar en las exigencias y negociados de un sector de la prensa, en los empresarios futbolísticos y su injerencia en el destino de sus representados, en las presiones de los poderosos inversores del Viejo Mundo. El diagnóstico sugería un nombre intachable, incuestionable, incorruptible, casi inmaculado. Y con consenso popular. Nadie dudaba que José Pekerman sería el nominado. Por entonces el término nominado significaba elegido, es que todavía, por suerte, no existían los reality shows. Pero cuenta la leyenda (según el diccionario: "narración de hechos fantásticos que se va transmitiendo a lo largo del tiempo") que José pensó que no era su momento y que el indicado para tan difícil misión era Marcelo Alberto Bielsa, por entonces en Espanyol de Barcelona acuñando uno de sus sueños, dirigir en Europa. Hasta la ciudad condal viajó el exitoso gestor de los procesos juveniles y convenció al ex Newell's, Atlas de México y Vélez. La nominación de Pekerman había acallado en parte a las fieras pro-Bianchi que volvieron a la carga apenas conocida la preferencia por Bielsa. El mismo Virrey se encargó de frenar los ímpetus al empezar a negociar con Boca mucho antes de lo previsto. Y llegó Bielsa, actual protagonista de un ciclo intachable, exitoso y con un perfil tan infranqueable que logró romper la monolítica oposición periodística a fuerza de resultados, seriedad, trabajo y una dialéctica superior a la media normal y abrumadoramente mejorada respecto de sus antecesores. El proceso tuvo sus movimientos sísmicos en la Copa América con el affaire Calderón, tan rápidamente olvidado como correspondía, y la polémica entonces transitó por las funciones del entrenador (Marcelo Bielsa) y el coordinador general de las selecciones nacionales (José Pekerman). Entre ambos se encargaron de derrocar a los amantes de una selección más mediática y tentadora. Los resultados avasallaron a los opositores, que ahora ni siquiera tienen la posibilidad de enarbolar la bandera del fútbol brasileño, escondido en el cuarto puesto de la clasificación para el Mundial a 11 puntos de la implacable Argentina. Sin dudas, se trata del proceso más prolijo de todos, sólo falta actuar a la hora de la verdad. La sentencia se conocerá en Corea-Japón 2002.
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