Mauricio Maronna
El oficialismo sigue colocando a la torpeza política en el centro del escenario. La brutal definición de Angel Rozas sobre el presidente Fernando de la Rúa (ver aparte) es un nuevo eslabón que parece dirigido a contradecir aquella máxima de los manuales del poder respecto a que nadie se suicida en política. Como si la realidad socioeconómica y el malhumor social no fuesen suficientes para una administración que no encuentra el rumbo, sus propios dirigentes se esfuerzan en introducirse en un laberinto. El efecto cascada producido por la incontinencia verbal de algunas piezas del Ejecutivo y de la UCR parece irrefrenable. Los narración aséptica de ciertos hechos, antes del caso Rozas cuentan más que las adjetivaciones: * El ministro de Desarrollo Social, Juan Pablo Cafiero, tuvo los reflejos aceitados para viajar a Salta y descomprimir la situación, pero la mismísima ministra de Trabajo, Patricia Bullrich, lo desacreditó afirmando que lo de su colega de gabinete era un acto de propaganda política. Cafiero embarró su propio gesto al dirigir un misil innecesario contra la Casa Rosada, sosteniendo que en ese ámbito se reunían con corruptos. * El vocero Juan Pablo Baylac (quien se quiso presentar en sociedad como el Carlos Corach del radicalismo) multiplicó la imagen de debilidad presidencial y potenció hasta el paroxismo el efecto Tinelli. * La pelea verbal entre Raúl Alfonsín y Domingo Cavallo se trasladó a los hechos y generó un nuevo terremoto, pero esta vez en un organismo que depende del Estado: el Pami. * Las denuncias de fraude en la interminable interna bonaerense y las acusaciones cruzadas entre Ricardo Alfonsín, Leopoldo Moreau y Federico Storani volvieron a darle sustento a la chicana peronista: "Para el radicalismo, el gobierno es un episodio molesto que sucede entre dos internas". * Las operaciones del Grupo Sushi para bajar a Alfonsín de la candidatura a senador nacional bajo el argumento de que el presidente del comité nacional cerró un acuerdo con el justicialismo para que quede en un futuro mediato como presidente provisional del Senado y número 2 en la sucesión presidencial. La imagen del jefe del Estado entregándole el poder, aunque sea por unas horas, a Alfonsín desvela al delarruismo ortodoxo. Con oficialistas así, ¿quién necesita opositores?
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