El momento es hoy, se dicen. ¿Por qué no aprender de una vez por todas a nadar o a escribirle a un amigo lejano por e-mail? ¿Por qué no animarse a actuar o empezar esa carrera que siempre fue vocación y una y otra vez desoyeron? Después de jubilarse, mientras muchos tienen sensación de final, otros deciden encarar los sueños que hasta entonces postergaron. Miles de rosarinos ya entendieron que nunca es tarde: las clases de computación, los talleres de expresión municipales, los cursos abiertos a la comunidad que dicta la Universidad local, las piletas de natación, están llenos de "adultos mayores", como se prefiere denominar hoy a quienes pueblan la franja de más de 65 años. En eso andan Pedro (81), Francisco (83), Delia (73), Efrain (71) y Florentina (73), que a juzgar por lo que logran con sus vidas no están en la tercera, sino en la flor de la edad.
Lo bueno es que no son héroes, sino básicamente personas que gozan de ciertas inquietudes y un mínimo de salud para poder convertirlas en realidad. En general dicen que la plata no les sobra y en algunos casos que apenas tienen lo indispensable. Son, para decirlo en pocas palabras, sobrevivientes de lo que supo ser la clase media argentina después de trabajar toda la vida.
Una vez que obtuvieron la jubilación, con los hijos crecidos y muchas menos obligaciones diarias, les llegó el momento de mirarse al espejo. Ya no había excusas: lo que decidieran hacer de allí en más sería su premio y lo que resignaran quedaría definitivamente en la columna del debe.
Repensar la vejez
Su situación personal se enmarca en un fenómeno global: cada vez se extiende más la esperanza de vida en Argentina, que aumentó ocho años desde la década del 50 y supera hoy los 74 años promedio. Eso ha obligado a repensar la vejez en términos de calidad y no sólo cantidad de vida, y a generar nuevas actividades y emprendimientos para esa franja. Sobre todo, cuando los mayores de 60 años ya suman cinco millones de personas en el país y representan más del 13 por ciento de la población total.
Eso solo los volvería un target apetecible si no fuera porque la mayoría tiene poco en el bolsillo. Así y todo, se las rebuscan: están siempre atentos a lo que viene gratis o con descuento y hacen cuanto pueden para sentarse en el banco de la plaza solamente cuando quieren tomar sol.
"He asumido la edad sin pelearme contra las arrugas: no se trata de una batalla, sino del lógico devenir de la vida", dice Rosa, una dulce farmacéutica retirada de 66 años que aprende inglés por quinto año consecutivo en un curso de idiomas para jubilados de la Facultad de Humanidades (Entre Ríos al 700). Dice estar "encantada" de regresar a la Universidad porque el "simple contacto con los jóvenes" le despierta "ganas de vivir".
Si en las clases de idioma -incluido el nuevo Profesorado de Portugués- los jubilados van al frente, los Cursos para la Comunidad que los sábados se dictan en Humanidades los tienen numéricamente de protagonistas.
En el 2000, por ejemplo, más de 500 personas mayores estudiaron filosofía, literatura o historia del arte, y en lo que va de este año también son mayoría entre los 600 alumnos anotados en el primer cuatrimestre para los cursos de dibujo, mitología griega, cine, la familia y la historia, fotografía y otra larga serie de propuestas.
Desde el vicedecanato de la facultad, a cargo de la organización de esta actividad, caracterizan a estos alumnos mayores como "gente inquieta", que una vez embarcada en el estudio reclama continuidad de la oferta educativa. Las preferencias, dicen, se orientan hacia materias vinculadas con el arte y la literatura. Las mujeres son mayoría.
"Acá viene mucha gente grande", admite Jorge, instructor de natación en la pileta climatizada del Sindicato del Seguro. El profe no se anda con falsas clemencias para la tercera edad: "Hacen el mismo trabajo aeróbico que cualquiera, nadan de 50 a 60 piletas y los que todavía no saben, por supuesto aprenden a nadar. Cada cosa que hacen la toman como un campeonato mundial".
Ayudar a los otros
Los voluntariados en hospitales, asilos y comedores de Cáritas también se sostienen en buena medida con el aporte de mucha gente mayor, cuyo mérito ha sido el de poder conciliar un nuevo horizonte existencial con la posibilidad de ayudar a los otros.
Los centros de jubilados, los talleres artesanales o de expresión de la Municipalidad y la provincia, las vecinales y una amplísima oferta educativa también atienden las inquietas demandas que ostenta la tercera edad. De la difusión de las actividades que eligieron se suelen encargar ellos mismos: reclutan a otros contemporáneos en el barrio, el club o la vecinal.
En todos estos ámbitos que eligen para mantenerse activos, los adultos mayores dejan de ser protagonistas exclusivamente de los avatares del Pami o de los justos reclamos por su jubilación. Cuando la realidad los deja, muestran hasta qué punto son dueños y señores de sus vidas.