Marcelo Menichetti
Tal como estaba previsto, el viernes a las 22.20 se levantó el telón del teatro El Círculo y Sandro, esta vez encarnando a "El hombre de la rosa", volvió a un escenario rosarino. Como lo vino haciendo a lo largo de su extensa carrera, el cantante protagonizó el regreso a los shows en Rosario, ciudad a la que calificó como "su novia" y a la que, como tal, no puede dejar de visitar.
Con todas las localidades vendidas de antemano y sus incondicionales fans esperándolo desde el mediodía en las calles aledañas a la sala, El Gitano regresó una vez más para probar que el mito sigue vigente.
El retorno se produjo luego de una fuerte gripe que aquejó al cantante y con rumores que ponían en duda su vuelta al mundo del espectáculo. No obstante, cuando se apagaron las luces de la sala y llegó la hora de la verdad, el hombre estuvo a la altura de las circunstancias aunque luego confesaría que se sentía muy nervioso por el debut, sobre todo porque "un hombre que sabe lo que es un enfisema también sabe que no es fácil cantar en este estado", según admitió.
La apertura del primer show de Sandro en el nuevo milenio estuvo a cargo de Juan José Camero quien, vestido con un chaqué y bombín, jugó un paso de comedia encarnando a un presentador de la historia que sería la trama general del show. El presentador anunció la existencia de un hombre romántico y soñador que habita las calles de alguna gran ciudad. Lo definió enigmáticamente como "El hombre de la rosa" y luego de presentar a un canillita, otro de los personajes de su relato, salió de la escena para dar paso a los protagonistas de la historia.
Con los músicos tocando "El hombre de la rosa", un rock lento con todas las de la ley, Sandro apareció cuando una gigantesca rosa púrpura montada en el fondo del escenario se abrió en dos mitades para darle paso. Vestido íntegramente de negro el artista lució camisa y pantalón y se cubrió con una impecable capa en la que resaltaba una restallante rosa roja.
Apenas terminó su canción El Gitano saludó al público rosarino. "Este es para mí un momento muy especial. Estoy muy nervioso porque estoy saliendo de un estado gripal muy grande _confesó_. Estoy nervioso como chancho a fin de año _agregó ante el festejo desenfrenado de la platea_. Rosario es mi novia y no podía dejarla hoy", deslizó ante un suspiro general que amenazó como un ventarrón.
La entrada de Camero personificando al florista don Juan inició un juego actoral que desarrolló con Matías Santoiani y que consiguió escasos picos dramáticos ya que las fans interrumpían los parlamentos con gritos y declaraciones de amor que fluctuaron entre los "Te amo", "Vení papito" y otras declaraciones menos comprensibles dirigidas en forma indistinta a los tres personajes centrales del show.
Con esa alternancia de actores y cantante fueron pasando temas como "Un gusto a mujer", "Sin sentido", "Como agua caliente" y el recordado "Tengo".
Sandro fue ganando confianza a medida que desplegaba todo su arsenal de recursos escénicos. Desde los murmullos y susurros hasta sus manos recorriendo su cuerpo y arrancando alaridos cada vez que se acercaba a las partes de su anatomía más codiciadas por sus fanáticas.
¿Qué se puede pedir de Sandro más que su presencia en escena? Con él, como con todos los ídolos, huelgan las explicaciones técnicas. No caben porque su presencia es como la de una estrella de gran magnitud que absorbe las luces de los astros que la rodean y las suma a su propio brillo.
Las dudas del principio se fueron disipando con el correr de temas como "Te quiero tanto amada mía", "Señora de mi corazón", "Me amas y me dejas" y "No me dejes, no".
Con pasos medidos y algunos movimientos que hicieron añorar a las señoras presentes aquellos febriles movimientos pélvicos con los que, en la década del 60, el artista desataba las fantasías más osadas de sus fanáticas, Sandro caminó poco el escenario. Muchos temas fueron cantados casi en la intimidad, con su cuerpo echado sobre el piano de cola, casi en un tono confesional y haciendo hincapié en el recurrente drama de "El hombre de la rosa", ese personaje que fue tomando entidad muy lentamente, a lo largo del show y narrando la historia de un hombre desgarrado y pasional.
La banda que comanda desde el bajo el rosarino Víctor Caro presentó a Héctor Giunta (piano), Jorge Bertinetti (teclados), Elvio Morel (batería), José Villarreal (guitarra), Víctor Orlando (brass), Augusto Granato (brass), Ricardo Tenrreiro (brass), Osvaldo Bosch (brass) y Juan Laureano (timbaleta). El combo sonó ajustado en general aunque se notaron algunas imprecisiones propias de un show debut, luego del cual llegarán los previsibles ajustes.
Al promediar el show musical El Gitano sorprendió entonando "Honrar la vida", la canción de Eladia Blázquez que tuvo un efecto de apertura para el cantante que, con ese tema, se arriesgó a largar la voz y salió airoso del trance.
Cuando se escucharon los primeros compases de "El día que me quieras", en una versión abolerada que hizo recordar más a Luis Miguel que a Carlos Gardel, las imágenes construidas por el sentimiento colectivo casi se hicieron palpables. Ese es otro de los costados que explota Roberto Sánchez cuando se convierte en Sandro. El artista sabe conducir las imágenes por los laberintos del tiempo y lleva a su platea hacia atrás y las sitúa en sus años juveniles. En ese lugar de la memoria canta "Así" y el tiempo parece detenerse hasta desaparecer.
El previsible final llega cuando el cantante entona "Porque yo te amo" y agradece la existencia de esos seres que, como "El hombre de la rosa", "hacen posible que viva la esperanza y que quede alguien que sepa hacer crecer una flor", como declara el cantante decretando el final del show.
Sin embargo es el final formal. Inmediatamente, urgido por el público, regresó al escenario, convocó a los actores y juntos agradecieron los aplausos y sortearon un baile que se ganó una señora de cabellera encanecida, que tuvo su noche de gloria cuando bailó en brazos de su ídolo.
Luego de un rápido mutis reapareció envuelto en una bata roja y comenzó a decir adiós con "Rosa, rosa" para despedirse definitivamente del teatro con "Penumbras".
El final corroboró la vigencia del mito. El público regalando una ovación de pie y el artista recluido entre los pliegues de un misterio que lo custodia y que sigue abonando la leyenda.
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