Londres.- Tony Blair se aseguró un lugar en los anales del Partido Laborista británico. Es el primer líder del partido, en sus cien años de historia, en llevarlo a dos períodos de gobierno consecutivos, y en ambas ocasiones por aplastante mayoría electoral.
En el primer período (1997-2001), el equipo de Blair demostró habilidad en el campo económico, pero muchos de los fieles al partido estaban profundamente decepcionados por que no invertir más en los servicios sociales. Blair sabe que esta vez deberá mejorar esto si quiere mantener el apoyo de sus seguidores en las próximas elecciones.
Mientras en 1997 el partido se vio obligado a mantener los recortes de gastos del saliente gobierno conservador por dos años, esta vez Blair ha prometido un importante incremento del gasto en salud, educación y transporte.
Los ambiciosos planes presupuestarios han suscitado críticas de funcionarios de la Unión Europea, aunque no de los mercados. Los analistas económicos están impresionados con el Partido Laborista y sus logros: baja inflación, bajo desempleo y bajas tasas de interés señalan el éxito económico británico, en contraste con sus vecinos europeos continentales.
Inversión privada, la clave
Todos los indicios señalan que el Nuevo Laborismo de Blair está dispuesto a confrontar al laborismo tradicional, así como a los sindicatos del sector público y las organizaciones profesionales, con cambios radicales en el Estado de Bienestar (fundado por el propio partido en la posguerra).
Ahora se buscará la participación y las inversiones privadas en áreas como la salud y la educación, un giro radical para un partido que estableció el Servicio Nacional de Salud y se comprometió a entregar educación pública masiva mediante escuelas de grandes dimensiones en los años 40.
La lucha será dura y encarnizada, pero Blair, el canciller del Tesoro Gordon Brown (gran responsable de los logros económicos del Nuevo Laborismo) y otros de su equipo creen claramente que es esencial modernizar los resquebrajados servicios sociales introduciendo la iniciativa privada y más opciones de elección para los usuarios.
Pero se avecina también otro fiero combate: el ingreso a la zona euro. Blair está convencido de que esto es necesario si se quiere que Gran Bretaña "ocupe su legítimo lugar al centro de los negocios europeos", pero Brown se muestra menos seguro, a la espera de las pruebas económicas por venir. Blair ha prometido no "empujar" al electorado a decidirse inmediatamente después de su arrolladora victoria, pero los especialistas predicen que pugnará en los próximos dos años por lograr un vuelco en el sentimiento popular, hoy fuertemente anti- euro.
Otra preocupación es la baja tasa de participación en las elecciones, 59 por ciento, y muchos se preguntan si esto fue apatía en vistas a una victoria electoral cierta, una abstención de protesta de los izquierdistas del partido o una declinación general de la conciencia política en Gran Bretaña.
Los laboristas ganaron poco más del 42 por ciento de la votación total, contra casi el 33 por ciento de los conservadores, lo que significa que sólo uno de cada cuatro ciudadanos con derecho a voto optó por Blair.
En la vereda de enfrente, bajo el renunciante William Hague el Partido Conservador se movió claramente hacia la derecha, y muchos estiman que ahora tratará de regresar al centro, reconociendo que el electorado británico quiere mejores servicios sociales y está dispuesto a pagar los impuestos que se los procuren.
Ganadores netos de la elección del 7 de junio fueron los liberaldemócratas, cuyo líder Charles Kennedy encabezó una campaña sin estridencias, hablando directamente a los electores en lugar de fiarse de profesionales de las relaciones públicas. Probablemente con 52 bancas, frente a 46 en la última elección, Kennedy ha propugnado una oposición de principios, aseverando que los "tories" no están en condiciones de contrarrestar la avasalladora mayoría parlamentaria de los laboristas.