La algarabía de los hinchas fue capaz hasta de hacerle perder la habitual compostura a Juan Antonio Pizzi. Cuando se arrimó a la salida del aeropuerto y escuchó el cántico de guerra en su honor de "el Pizzi-gol, el Pizzi-gol", la sonrisa le nació de oreja a oreja y mantuvo esa expresión aún cuando fue apretujado y casi ahogado por los alborozados canallas que querían demostrarle su afecto de cualquier forma, obligándolo a saltar en medio del tumulto como un hincha más al grito de "Central, Central". Y como no podía escapar de ninguna manera al fervor de sus seguidores, abandonó Fisherton metiéndose como pudo en un móvil policial que tuvo la deferencia de trasladarlo hasta su domicilio.
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