Gustavo Conti
La tarde casi primaveral se prestaba para darse un paseíto por Fisherton. La inactividad laboral también ayudó a la convocatoria. Un hincha de corazón quiere al equipo en las buenas y en las malas, y le profesa su aliento aún cuando pierda. Pero la demostración canalla, en el estruendoso recibimiento al plantel que volvía a Rosario después de 13 días de ausencia, no sólo tuvo que ver con el amor a la camiseta. Por un lado, fue el cabal reconocimiento (al fin) a un grupo de hombres que vienen trabajando juntos desde hace mucho tiempo, y que están alcanzando su cúspide, abriendo cada vez más la puerta que les reserva un lugar en la historia. Y por el otro, resultó la demostración de que pese a la derrota por 2 a 0 ante Cruz Azul en el Distrito Federal, el pueblo auriazul confía en los suyos. Una confianza que no sólo nace del fanatismo ciego. Primero bajó Loeschbor del pequeño avión de la empresa Laer, que transportó a la delegación desde Ezeiza en un vuelo privado que arribó a Fisherton a las 16.55. Después lo siguió el Pájaro Massei, secretario técnico, y el resto. Cuando los jugadores y el cuerpo técnico observaron tamaño recibimiento, seguramente se les habrá puesto la piel de gallina. Es que, más allá de que pensaran que tendrían una buena acogida, jamás deben haber imaginado tamaña exhibición de afecto. Es que no menos de 1.500 hinchas se agolparon sobre una de las salidas laterales del aeropuerto con sus banderas, sus camisetas, sus gorros, sus pinturas en el rostro. Y sobre todo, su inmenso agradecimiento hacia un plantel que les hizo vivir horas felices, con el recuerdo fresco de la histórica clasificación a semifinales en Cali. Un verdadero carnaval, con el oro y los azules del Rosario Central de Bauza que se acerca hoy el adjetivo de "gran" que remite la recordada canción de Enrique Llopis. Justo el hálito que necesitaba un plantel que deberá el jueves próximo encarar la difícil misión de dar vuelta un 0-2, que por más que el análisis de todo lo sucedido y de las estadísticas coperas digan que es accesible, seguramente no lo conseguirá sin una dosis extra de sudor y confianza, la misma que le transmitió su pueblo en la tarde de ayer. Fue la bienvenida más a un equipo ganador que a uno que traía un resultado adverso. Toda una connotación hacia un proceso que tal vez recién ahora empieza a ser reconocido como productivo, más allá de que aún no coronó ningún éxito rimbombante. Si hasta Bauza fue vitoreado como nunca antes y hasta los hinchas volvieron a desempolvar aquel estribillo de "el Patón, el Patón, el papá de Newell's Old Boys", como si las críticas que ha recibido fueran parte de un pasado lejano, aunque no sea así. Pizzi fue recibido como héroe, lo mismo que Tombolini, que fue llevado en andas como un trofeo y no faltó el que le besó las manos. Ellos fueron los más homenajeados pero los demás también recibieron vítores sin distintivos. Central volvió a Rosario y de inmediato recibió el estímulo de una verdadera profesión de fe. De fe con fundamento.
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