Las primeras profesoras de los jardines de infantes de la provincia de Santa Fe egresaron en 1950 de las Escuelas Normales de Casilda y de Coronda. "Fue un profesorado muy exigente, pero donde había mucho entusiasmo y profesionalismo por aprender", recuerda Juana Urquiza, una de las primeras egresadas del profesorado de Casilda, a poco de conmemorarse, el 28 de mayo, el Día de la Maestra Jardinera, constituido en homenaje a la educadora riojana Rosario Vera Peñaloza. Fue en época del gobernador Juan Caesar y del ministro de educación Raúl Rapela que Santa Fe tomó la decisión de formar en un profesorado a las futuras jardineras y al que sólo podían ingresar las maestras normales. "A las que nunca habían ejercido como docente se les pedía contar con un promedio no inferior a nueve, mientras que a las que ya trabajábamos el ministerio nos becó pagándonos el sueldo", cuenta Juana. A diferencia de los actuales planes de estudio, quienes aspiraban ejercer en un jardín de infantes debían realizar un curso intensivo de varios meses. "Ingresamos en junio y nos recibimos en febrero -agrega Juana- y como todo era de mucha exigencia, la escuela Normal de Casilda nos prestó los salones y hasta los colchones para vivir y estudiar allí". Además de haberlas becados para que pudieran estudiar, el Estado reconoció el esfuerzo de las primeras profesoras egresadas con vacaciones: "Estábamos extenuadas -dice la docente-, por eso el gobierno nos envió a todas a descansar a Alta Gracia". Un gesto oficial que además hablaba del lugar que en ese momento ocupaba la educación provincial. "Los sueldos siempre fueron malos, pero nosotros a esa edad (20 años) teníamos mucha ilusión en nuestro trabajo. Además, tuvimos profesores muy buenos que nos enseñaron a entender qué es un niño, cuáles son sus necesidades y cómo relacionarnos con los padres. Estudiábamos a Hessel y luego a Piaget, entre otros autores y la psicología nos aportaba conocimientos para nuestra profesión", rememora Juana o Pocha, tal como la llaman su amigas. Para estas maestras el aprendizaje se concebía sólo en equipo. Participar, organizar y dictar cursos donde se intercambiaran experiencias educativas era la norma de la época. "Teníamos tanto por aprender", dice esta maestra que no abandona el plural para recordar su paso por la docencia. Decididas a que Buenos Aires no dirigiera los destinos del interior, por el año 60 formaron una asociación de maestras jardineras que recorrió diferentes provincias compartiendo aprendizajes y preocupaciones comunes. "Recuerdo que en La Rioja expusimos un trabajo explicando a otras maestras cómo se relacionaba la sociedad y los padres teniendo al niño como centro. Cuando terminé de hablar me habían sacado las ilustraciones del pizarrón y una maestra riojana me dijo: Total ustedes ya lo saben, que esto quede para nosotros, se los vamos a agradecer con una damajuana de vino. Y así fue, lo que no sé si era vino de Menem", ironiza Juana sobre su anécdota. El trabajo era intenso y capacitarse además de ser un hecho voluntario también tenía reconocimientos para los docentes. "Cuando llegué a la supervisión, en la década del 60, se realiza en Caracas (Venezuela) el primer congreso mundial de educación preescolar al que viajamos con otra compañera. Si bien corrimos con los gastos, el Ministerio de Educación nos dio los días para poder asistir. En la conferencia inaugural el presidente de Venezuela dijo que se enorgullecía de traer a los maestros de Europa para que conocieran el trabajo de los maestros americanos. Toda una definción de lo que valía nuestra labor".
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