Aldo Vicente Aguirre salió de su casa y se encaminó a su lugar de trabajo: una empresa contratada por la Municipalidad de Río Tercero para el mantenimiento de los espacios verdes. El viernes 3 de noviembre de 1995 tenía que desmalezar el frente de la Casa de la Cultura, pero el camión se detuvo frente a la estación de ómnibus cuando una explosión sacudió el aire. "Aldito, vámonos a la mierda que está explotando la fábrica", le dijo un amigo que pasaba por el lugar. Aguirre, que veía cómo la gente corría en estampida, decidió quedarse para ayudarle a cruzar la calle a una mujer que deambulaba sin sentido. Cuando iba a huir, vio que una adolescente se desplomaba en la calle con su moto: un pedazo de metal había roto la cadena del rodado. Volvió sobre sus pasos y quiso socorrerla. No pudo, una esquirla le entró por la mejilla y salió por la base del cráneo. Tenía 25 años. "Era su destino. Ese día estaba marcado para él", dice con esa resignación cristiana su hermana Noemí mientras acaricia un retrato de Aldo. Noemí cuenta que recién se enteró de su muerte a las cinco de la tarde. Ella, junto a su marido y su padre habían escapado hacia Villa Ascasubi, un poblado a 15 kilómetros de Río Tercero. "Cuando íbamos en el auto escuchamos por la radio que ya había un muerto. Con mi papá nos miramos y nos lamentamos por la familia de ese hombre", rememora. Cuando volvieron a la ciudad, no tenían noticia de Aldo. Pensaron que estaría en la casa de un amigo o que había huido a otro pueblo. Finalmente el padre lo encontró en la morgue del hospital. "Yo le quería ver la cara, pero el médico no me dejó. Me dijo que guardara la mejor imagen de Aldito", recuerda Noemí. Esa imagen ahora está rodeada de flores, en la mesa ratona del living de una modesta casa del barrio Intendente Magnasco, en la periferia de la ciudad. Elda Muñoz es conocida en el barrio Escuela como la Peti. Esa fatídica mañana la mujer se levantó temprano. Salió al patio y miró el cielo despejado. Su hija Laura todavía dormía. "Desde la ventana vi un resplandor y pensé: «¡Un refucilo con ese solazo». Después escuché una explosión que sacudió toda la casa. La nena se levantó, pero no quería salir porque estaba en bombacha. En eso viene mi hijo Sergio y nos lleva de la mano a las dos. Cuando llegamos a la esquina veo que la nena se sacude para atrás y que Sergio tenía el brazo lleno de sangre". Elda interrumpe su relato y rompe en llanto. Laura fue alcanzada por una esquirla que le abrió la espalda. Tenía 27 años. Francisco Hoder tuvo mucho trabajo ese día en la Escuela Industrial, ubicada a dos cuadras de la Fábrica Militar. Las explosiones se sucedían y se quedó en su puesto para ayudar a evacuar a los alumnos. Cuando todos estuvieron a resguardo, tomó su auto y se dirigió a su casa. Pero una tercera detonación le paró el corazón. Tenía 55 años cuando un infarto lo sorprendió en medio de una avenida. Romina Torres cursaba tercer año en el Colegio Nacional. Esa mañana había desayunado en la casa de su abuela. Una alarma y luego una explosión la sorprendió en plena clase. Todos salieron disparando. Romina alcanzó a correr tres cuadras cuando cayó desvanecida: un pedazo de hierro incandescente le perforó la nuca y falleció en el hospital, desangrada. Tenía 15 años. Leonardo Solleverd se despertó con el primer estruendo. Le dijo a su mujer Silvia que se quedara cuidando a sus tres hijos mientras él iba en procura de un remís que los sacara del aquel infierno. No alcanzó a correr una cuadra cuando una esquirla lo partió en dos. Tenía 32 años. El monolito con la inscripción de las siete víctimas de la tragedia está ubicada en la plaza de la Evocación. Allí, siempre hay una flor.
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