Año CXXXIV
 Nº 49.095
Rosario,
domingo  22 de
abril de 2001
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El hombre que sabía demasiado

Ricardo Luque

León Gieco es Gardel. Y la verdad es que no le hacía falta ganar ningún premio para que la gente lo supiera. Mucho menos el que le dio esta semana la industria del disco, un premio que, si no le dan un brusco golpe de timón, se hundirá rápido y profundo como el "Titanic".
León no es una estrella. No corre detrás del éxito, al menos del éxito que supone el mundo de hoy, pero, quién lo duda, es un hombre exitoso. Y eso que no vive en Puerto Madero, ni maneja una Ferrari. Es raro pero jamás ni siquiera soñó, como han hecho otros famosos, con guardar sus ahorros en una cuenta bancaria en las Islas Caymán.
Para León el éxito es otra cosa. Un atardecer, una melodía, una charla con amigos. La sonrisa, y sobre todo la sonrisa de los niños. Por eso cuando se vio en la obligación de agradecer el premio Gardel no dudó en dedicárselo a sus nietos. También, a los que compraron sus discos y pagaron entradas para ver sus shows. Nada extraño. Porque otro de los rasgos que distingue a León de la mayoría de sus colegas es que jamás se olvida de la gente. ¿Por qué? Porque siente que sin la gente no es nadie. Y no se equivoca.
León no olvida que sin el apoyo de la gente jamás hubiera podido llevar adelante un proyecto ambicioso como "De Ushuaia a La Quiaca". Fue la gente, los hombres y mujeres con los que se encontró a lo largo de su incansable peregrinar por las rutas argentinas, la que le enseñó, más que el propio Ernesto Cardenal, que la cultura es la sonrisa. Y aprendió la lección.
Su compromiso con la gente es de hierro, y por eso León, y su arte, no es más que un reflejo de la gente, de sus sonrisas y sus pesares, de su memoria, de sus luchas, de sus virtudes y sus miserias, y también de su necesidad de vivir intensamente. Porque las canciones de León, desde "Sólo le pido a Dios" hasta "La rata Lali", palpitan con el corazón de la gente.
Esa vitalidad es lo esencial de su música. Y no podría ser de otra manera, ya que esa es la forma en que León enfrenta su propia vida, con coraje y sin miramientos. Vive, igual que los protagonistas de sus historias y que cada uno de los hombres y mujeres de su tierra, a todo o nada. Se la juega.
Y lo mejor de todos es que, sin hacer concesiones a su realidad, que a menudo es cruda y muy amarga, sus canciones son alegres y desbordan de esperanza. ¿Quién otro sino León habría sido capaz de reconocer abiertamente que su música es heredera de la de Charly? Un gesto de generosidad semejante no es común entre egos superdesarrollados como los de las celebridades.
Pero León es generoso y humilde, y ahí está su música y su carrera, que no va a ningún lado más que para adelante, para demostrarlo.
Los premios, éste, aquél, el Gardel también, lucen bien en las vitrinas, pero León no tiene ninguna. Por supuesto.


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