Rubén A. Chababo
Lo sabemos, la Noche de los Bastones Largos inauguró el más oscuro de los tiempos de la universidad argentina, una institución que intentó a duras penas recuperar lo arrebatado por los esbirros del general Onganía hasta que en 1976 la guadaña de la última dictadura terminó por afinar su proyecto de asfixia. Así y todo, y a pesar de esos golpes demoledores, en los claustros académicos se siguió apostando a la construcción de un pensamiento, y con las miserias de los presupuestos estatales los docentes e investigadores siguieron indagando apasionadamente, resistiéndose a aceptar las tentadoras ofertas de emigración. En estos largos años en las universidades públicas del país se han descubierto medicamentos y desarrollado terapias en laboratorios equipados con tecnología del siglo XIX y se ha investigado sobre el Medioevo con infraestructura de la prehistoria. Una verdadera hazaña que muchos conocen. Pero no creo que sean muchos los que sepan que de los 120.000 docentes que trabajan en la universidad argentina el 20 por ciento lo hace ad honórem y que el 60 por ciento restante que sí cobra, obtiene un salario de 2,88 pesos la hora. Un 16 por ciento posee dedicación semiexclusiva con sueldos de 6,25 pesos la hora y el resto, un ínfimo grupo -los llamados de categoría exclusiva- percibe salarios que ni lejos se igualan a los de los legisladores. Una realidad salarial vergonzante a la que las diferentes administraciones políticas de la democracia le siguieron dando la espalda. Hubo épocas en las que las partidas presupuestarias aumentaron, pero por lo visto eso no alcanza: un estudio llevado a cabo hace tres años demostró que gran parte del presupuesto asignado a la Universidad Nacional de Rosario (UNR) quedaba en el edificio de Rectorado, es decir, dedicado a sostener el funcionamiento de la inútil burocracia universitaria que según los vaivenes políticos de turno se enquista en oficinas y despachos. Tampoco son muchos los que se atreven a confesar cuánto del presupuesto se pierde en el sostenimiento de cargos políticos. Nadie habla de esa partidocracia conformada por los amigos del poder -radical, peronista- que ha transformado a la universidad en una unidad básica o un comité. A los viejos y apasionados militantes se los devoró la dictadura, la democracia nos trajo a cambio el cáncer de los burócratas. Si hablamos de presupuesto hay que decirlo claramente: es necesario que no haya recortes, es necesario que se aumenten las partidas dedicadas a investigación, es necesario dar sueldos de dignidad a los docentes, es necesario actualizar las empobrecidas bibliotecas pero también es necesario y urgente revisar cómo se distribuyen los magros fondos que el Estado da a las universidades y conocer qué porcentaje se devora la estructura partidaria. Hay que decirlo: hoy por hoy nuestra universidad funciona como colchón o aguantadero, miles de jóvenes que no encuentran lugar en el mercado laboral entran a ella como única alternativa frente a la nada. Entonces sucede que dos o tres docentes de los de 2,88 pesos la hora atienden comisiones de 150 alumnos. Quien no lo quiera creer no tiene más que darse un paseo por los salones de Derecho o Ciencias de la Comunicación. De eso tampoco nadie quiere hablar, y mucho menos los centros de estudiantes que siguen vociferando el derecho a una universidad de ingreso irrestricto pero sostenida por el trabajo esclavista de los docentes que cobran 2,88 pesos la hora. Los dilemas de la universidad no se resolverán con dos o tres medidas trasnochadas, mucho menos aplicando más recortes, pero acaso uno de los caminos posibles para empezar a vislumbrar una solución sea que la comunidad universitaria en su conjunto acepte dar un debate profundo en el que se comience a llamar a las cosas por su nombre. El FMI tiene su responsabilidad en todo esto, pero la burocracia universitaria no es menos cómplice de esta asfixia. (*) Docente de la UNR
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