Año 49.067
 Nº CXXXIV
Rosario,
domingo  25 de
marzo de 2001
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Opinión
Las dos dependencias

Eduardo Rinesi (*)

"Imperialismo interior", "subcolonialismo", "dependencia interna", solía decirse en épocas de mayor virulencia conceptual para aludir al tipo de lazo que une y separa a Buenos Aires del resto del país, y cuya proverbial asimetría constituye un tópico recurrente de la literatura, el cine y la política nacionales. El obvio interés de esas expresiones radica en su capacidad para vincular la relación de subordinación del interior respecto a esa "cabeza de Goliat" -como en su momento la llamó Ezequiel Martínez Estrada- que era y es la capital con otra relación de sujeción o sometimiento: la que ata al país en su totalidad a los designios de los grandes centros de poder del mundo. La "dependencia interna", así, prolonga y complementa la "dependencia externa".
Y la metaforiza, que es lo que querría subrayar. Porque, en efecto, quizás mejor que absolutizar la polaridad entre "capital" e "interior" -extremos de una oposición que, de hecho, sólo existe en el marco de un conjunto de otras contraposiciones más amplias que se traducen en ella o se expresan a través de ella- sea advertir el modo en que la situación del interior frente a la capital reproduce, y por lo tanto nos permite pensar, la situación del país en su conjunto.
Creo que es eso lo que hace de una película tan inequívocamente rosarina como la excelente "El asadito", de Gustavo Postiglione, una obra capaz de hablar -más allá de la reconocible rosarinidad de sus personajes, pero también a través de ella- del drama argentino. Del drama de una nación que está, toda ella -como su interior sometido y relegado-, sometida y relegada. La dependencia interna se nutre de la externa, y la alimenta.
Inversamente, los reclamos de autonomía frente a los centros nacionales de poder suelen ir de la mano de exigencias de autonomía ante los centros internacionales de dominio. Pienso en Lisandro de la Torre y en su lucha contra el modo en que los ganaderos bonaerenses imponían las cuotas de venta de carne a los del interior porque el mercado mundial fijaba las cuotas de venta de carne argentina al exterior, y los ejemplos en el mismo sentido podrían multiplicarse.
El problema del centralismo porteño es una parte de una tragedia mayor: la de la dependencia argentina. ¿Puede asombrar que los operadores financieros de Chubut se levanten preguntándose a cuánto cotizó el euro en Buenos Aires, cuando los operadores de Buenos Aires amanecen preguntándose a cuánto cotizó la Argentina en Nueva York?

(*)Politólogo, docente de la UBA


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