La selección de Colombia arribó a Estados Unidos con la certeza de que estaban para ganar la Copa del Mundo. El 5 a 0 en Buenos Aires ante Argentina que le permitió la clasificación al Mundial 94 había sembrado en todo el país ese convencimiento. Se alojaron en un lujoso hotel céntrico de Fullerton porque creían que no necesitaban aislarse para concentrar. Pero cuando chocó de bruces con la realidad: 1-3 ante Rumania, 1-2 ante Estados Unidos, el sueño trocó en pesadilla. Ya después de la derrota en el debut con Rumania, los medios obsecuentes que todo lo veían bien, empezaron a tejer conjeturas sobre la influencia de los carteles y los apostadores en el débil juego del equipo. Y un día antes del segundo choque que decidiría la suerte colombiana en el Mundial, la mafia hizo su temida aparición pública, En una radio de Medellín, una persona que sólo se identificó como miembro del cartel, dijo al aire que si Colombia no ganaba los iban a matar a todos. Y en el hotel Marriot, donde concentraba el plantel, el técnico Maturana recibió un mensaje en el que le advertía que si no sacaba a Gabriel Jaime Barrabás Gómez del equipo morirían él, su ayudante de campo Hernán Bolillo Gómez y el propio jugador. Y Pacho lo sacó. Colombia entonces volvió a ser noticia en el mundo por la mafia que gobernaba su fútbol. Para colmo, el primer gol de Estados Unidos que empezaba a eliminar a Colombia fue convertido en contra de su valla por el defensor del Atlético Nacional Andrés Escobar. Esa desgracia deportiva fue la excusa que tuvo la mafia para asesinarlo el 2 de julio de 1994 en Medellín. Humberto Muñoz Castro, quien fue empleado del narcotraficante José Guillermo Gallón Henao y que en la noche del homicidio manejaba la camioneta de Santiago, el hermano de aquel, disparó el arma pero nunca se comprobó lo que todos sospecharon: que la mafia ordenó el crimen como una advertencia, ya que la eliminación de Colombia les habría hecho perder millones en apuestas. "Fue por un lío de faldas", dijeron unos. "Fue un hecho aislado", afirmaron otros. La condena de 42 años de prisión a Muñoz Castro cerró definitivamente el caso pero dejó abiertas las heridas por donde aún sangra el fútbol colombiano.
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