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 domingo, 12 de agosto de 2007  
Por la sangre derramada: "La ley y las armas"
Una minuciosa biografía relata la vida de Rodolfo Ortega Peña, una figura que refleja el drama de los años 70

Felipe Celesia / Pablo Waisberg

Sí, juro! y la sangre derramada no será negociada.” Los aplausos, vivas y algunos chiflidos fueron cayendo desde los palcos del recinto de sesiones. Ortega Peña se veía enjuto en su traje gris claro, aunque ya pisaba los cien kilos. Leonardo Bettanín juró por “Evita y los caídos por la liberación”. Un radical le gritó que no era un juramento reglamentario. No eran diputados bienvenidos, ni tampoco del montón. Eran el reemplazo del “Grupo de los Ocho”, los legisladores de la Juventud Peronista que habían renunciado por las reformas al Código Penal que propició Perón.

   El suceso tuvo un cronista que el tiempo revelaría genial: Osvaldo Soriano, por aquella época periodista de inspiración arltiana en La Opinión. La nota fue tapa de la edición del jueves 14 de marzo de 1974, con el título “Ortega Peña anunció que no integrará el bloque de diputados del Frejuli”. El texto se iniciaba con una licencia literaria que sólo un editor como Timerman podía permitirle a un escritor como Soriano. “Al caer la tarde de ayer, las calles que rodean el edificio del Congreso nacional estaban cercadas de policías. Los vigilantes empuñaban lanzagases y algunos piropeaban a las muchachas que pasaban, indiferentes, por las veredas. Eran las siete y media de la tarde; hombres y mujeres bajaban y subían a los colectivos repletos. Las chicas no contestaban a los piropos de los vigilantes; sabían que era inútil, pues el infortunado señor no podría abandonar su puesto para acompañarlas hasta algún discreto banco de plaza.”

   El autor de “No habrá más penas ni olvido” —tal vez la obra que mejor refleja el drama peronista— sigue ocupándose de las “muchachas de minifalda” en el segundo párrafo y recién en el tercero se mete con el tema que lo ocupa, la asunción de los diputados. Cuenta entonces que se cruza con Bettanín y Miguel Zavala y que éstos le refieren que participaron de la reunión de bloque del Frejuli, por invitación de su presidente, Ferdinando Pedrini.

   “¿Los trató de compañeros?”, pregunta Soriano. “Sí, nos trató de compañeros”, responden los flamantes legisladores de la JP.

   “Hubiera resultado absurdo hacerle la misma pregunta a Rodolfo Ortega Peña, el único hombre del Peronismo de Base que iba a jurar como diputado. El director interino de la revista Militancia estaba acompañado del doctor Eduardo Duhalde y de algunos colaboradores de la revista. Vestía traje gris y por su rostro corrían unas gotas de transpiración. Estaba un poco nervioso. «Al final voy a emitir una declaración», dijo.”

   El vicepresidente segundo de la Cámara, el democristiano Salvador Busacca, tomó los juramentos a los ocho diputados que se incorporaban. El eje político estaba puesto en la actitud que fuera a asumir Ortega Peña frente al oficialismo.

   Soriano reflejó así el momento de la jura: “En verdad, la sala esperaba ver la barba de Ortega Peña. Alto, de calva impecable, anteojos gruesos, se detuvo ante la Biblia, la miró y dejó los brazos caídos: «¡Sí juro!» —gritó—, hizo una pausa casi imperceptible y agregó: «Y la sangre derramada no será negociada».”

   Al joven cronista de 31 años le llamó la atención que el flamante legislador cruzara un “tímido abrazo” con el diputado conservador —“ortodoxo”, lo calificó— Eduardo Isidro Farías. Tanto le llamó la atención, que le pidió una explicación a Ortega Peña. “Disentimos —aclaró el hombre alto de calva impecable—, pero somos amigos.”

   “Ortega Peña salió y fue en busca de los periodistas. Frente a las cámaras de televisión leyó un comunicado: «Deseo poner en conocimiento del pueblo de mi patria la firme decisión de guiarme en la labor parlamentaria por la consigna «la sangre derramada no será negociada» y por el cumplimiento del que fuera programa votado por el pueblo. Esa decisión que como militante peronista asumo, me lleva a no poder integrarme en el bloque del Frejuli, convencido de que dicha estructura en la actualidad impide totalmente [...] la asunción de aquella consigna.

   “El cronista de La Opinión le preguntó sobre la posibilidad de llevar adelante su cometido en el Congreso: «Aun dentro de un recinto burgués hay margen», dijo. Luego, agregó: «No, no sentiré la soledad: nada hay ahora más solo que este Parlamento. A mí me acompaña el pueblo que votó por la liberación». Confundido por el bullicio, extraño aún en ese lugar, salió al pasillo. Tantos reflectores lo habían turbado un poco.”



La Tendencia



   El desembarco de Ortega Peña en el Congreso fue la consecuencia indeseada del largo proceso político que distanció a Perón de su “juventud maravillosa”. Esa juventud que había tomado el relevo de los viejos cuadros peronistas y llevado la Resistencia a su máxima expresión. Perón no “coqueteó” con las agrupaciones juveniles, sino que basó gran parte de la estrategia para su retorno en la acción armada y política de las organizaciones FAR, FAP y Montoneros.

   En 1972 y ante la mirada atónita de la vieja guardia, Perón ungió secretario general del PJ a Juan Manuel Abal Medina, de 27 años. No había tenido militancia peronista hasta ese momento, pero era el hermano de Fernando, uno de los fundadores de Montoneros. “¡Abal Medina, la sangre de tu hermano es fusil en la Argentina!”, le cantaban en los actos.

   Rodolfo Galimberti tuvo la bendición del líder para organizar la JP, hasta el momento en que se le ocurrió decir que el futuro gobierno crearía milicias populares.

   La campaña electoral del Frejuli vio conformarse a la Tendencia Revolucionaria del peronismo, a partir del creciente acuerdo entre FAR y Montoneros, que culminaría en su fusión en octubre de 1973, con el nombre de esta última organización. La “Tendencia” —como se la llamaba habitualmente— reuniría, bajo la conducción montonera unificada, a la JP de las Regionales, la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), la Juventud Universitaria Peronista (JUP), la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), el Movimiento Villero Peronista y la Agrupación Evita. Los jóvenes militantes de la Tendencia hicieron suya la candidatura del “Tío” Cámpora y llenaron los actos de la campaña, mientras la dirigencia tradicional justicialista se mostraba más bien fría. La JP vivió su momento dorado en esos primeros meses de 1973, hasta que Perón regresó en junio, se recostó en su ministro López Rega y en el sindicalismo “ortodoxo” y ahogó toda pretensión de poder de los emergentes juveniles.

   Pero, cuando se produjo el triunfo electoral del 11 de marzo, todo sugería que el retorno del peronismo al gobierno abriría un proceso análogo al iniciado en 1946, con la primera presidencia, en cuanto a su potencia transformadora. Ortega Peña y Duhalde habían entendido que la etapa cambiaba y que ahora se trataba de construir, y ya no de destruir. Los dos siempre tuvieron una fabulosa capacidad de adaptación al marco histórico-político.
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