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 viernes, 25 de mayo de 2007  
Agoniza un joven al que un policía le disparó a la cabeza ante testigos
Un cabo discutió y se tomó a golpes con 2 hermanos. Al mayor, de 25 años, lo baleó de muy cerca. Varios vecinos aseguraron que fue una ejecución alevosa. El dijo que el tiro se le escapó

Andrés Abramowski / La Capital

“Ese chico al que le dicen el Rusito venía con su hermano en una motito y un auto particular lo encerró, casi a mitad de cuadra. Del auto se bajó un policía de uniforme y empezaron a discutir. Lo agarró del brazo, forcejearon, sacó el arma y lo mató como un perro de un tiro en la cabeza”. Todavía conmocionada, la vecina contaba lo que había visto una hora antes. A unos 30 metros de su modesta vivienda, enmarcado en un círculo de tiza, sobresalía de la calzada el charco de sangre de Pablo Espíndola. Apenas había pasado el mediodía ayer en la cuadra de Uruguay al 5900, y varios vecinos decían que “el Rusito era un pibe buenísimo”. Sin saber que, aun en estado desesperante, el joven de 25 años que recibió un tiro a quemarropa todavía estaba vivo.



Muy grave. El disparo fue uno solo, casi en la esquina de Uruguay y Magallanes, pero retumbó hasta el Fonavi de Rouillón y Seguí. Desde allí se habían acercado algunos vecinos del Rusito, que vive en planta baja de un monoblock con su padre, su madre y sus dos hermanos menores.

   En otro monoblock —”a dos escaleras”, explicaban algunos vecinos— vive el cabo Pablo Galmarini, de la Patrulla Urbana, de 36 años. Un policía que cuando servía en el Comando Radioeléctrico estuvo envuelto en dos homicidios (ver recuadro).

   Espíndola, que fue operado, anoche estaba en coma, conectado a un respirador mecánico. con pronóstico reservado. Su hermano, Gustavo, seguía en shock. Fuentes de la causa señalaron que este adolescente de 16 años tenía una relación con la hija del suboficial quien, en apariencia, desaprobaba el contacto por sus ribetes tormentosos. La chica habría sufrido una golpiza de parte de uno de los hermanos. Eso incubó en el policía la ira que habría gestado el desastre.

   Varios vecinos hablaron de un fusilamiento: el policía que encara a los hermanos, la discusión que escala a los golpes, el efectivo que extrae su arma y hace fuego en la frente del mayor de los jóvenes.

   Sobre ese acto temerario se instalan dos versiones: si fue ejecución intencional o disparo accidental. Varios testigos no dudan de lo primero. Otros oyeron decir al policía que se le había escapado el tiro. En Jefatura señalaron que el cabo Galmarini estaba de franco. Los vecinos dijeron que supieron que era un policía porque usaba uniforme.



Discusión letal. A pesar de que no vivía en esta cuadra, varias personas dijeron conocer al Rusito, pero ignorar su nombre. Algo parecido pasaba con su hermano, al que algunas adolescentes alcanzaron a identificar como el Gusti. Según comentaban, iban en una motito, con ropa de trabajo, cuando fueron interceptados por un auto particular.

   “Escuché una frenada y una discusión. Había un policía y discutía con un chico. Mencionaban a parientes, parece que tenían un problema. Entonces sonó un tiro. Y ahí me asomé por la ventana: el policía lo tocaba en el cuello al chico herido, mientras gritaba pidiendo un celular. Llamó a alguien y empezó a gritar «se me escapó un balazo, se me escapó un balazo». Después vino un policía de la 19ª, le preguntó qué había hecho y se lo llevaron”, contó una adolescente —con la condición de no dar su nombre— al recordar lo sucedido a cinco metros de su casa.

   “El problema era con el Gusti —completó una amiga, bajo la misma condición— pero el Ruso defendió a su hermano. Dicen que el policía ya lo había amenazado al Gusti, porque salía con su hija” .



La bronca previa. Los vecinos arremolinados en torno a esa impactante mancha de sangre coincidían en que los hermanos Espíndola y el policía se conocían y tenían algún tipo de problema entre ellos. “El más chico (en alusión a Gustavo) salía con una hija del policía, y parece que el tipo no quería saber nada con eso”, contó consternada una vecina del Fonavi que rehusó identificarse. “Somos todos vecinos, también del policía”, se disculpó la joven mujer, sin abandonar un segundo su pesar.

   Mercedes Pereyra estaba en la puerta de su casa cuando todo ocurrió. Ella vio el auto “encerrar a la motito”, vio bajar al cabo de la Patrulla Urbana y lo vio discutir con los hermanos. “Hasta que el policía sacó el arma y le disparó”, dijo la mujer, cuyo padre Justino murió apuñalado en enero en Lima y Garay. Junto a ella, otra muchacha contaba que al ver caer a Espíndola corrió hacia el joven para intentar socorrerlo. “«Aguantá que llamo a la ambulancia», le dije, todavía estaba vivo”, contó la joven. Y el Rusito seguía vivo. Tenía un agujero en la frente por donde se desprendió masa encefálica.

   Un par de horas después del sangriento episodio, la policía daba información mínima y en cuentagotas. “Un empleado de esta comisaría me trajo detenido a un cabo de la Patrulla Urbana. Fui hasta el lugar y me encontré con un charco de sangre con masa encefálica. El acta del hecho pasó a la División Judiciales”, comentó el titular de la 19ª, Ernesto Dagostino, tras excusarse de revelar la identidad del agresor y aclarar que la víctima conservaba la vida. El titular de la División Judiciales, Eduardo Carrillo, invocó secreto de sumario para reservar los detalles del caso, que investiga la jueza Alejandra Rodenas.
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La esquina de Uruguay y Magallanes, donde fue baleado Pablo Espíndola, que estaba con su hermano menor. Varios testigos dijeron que el policía los encerró con el auto y terminó baleando al mayor a quemarropa. El suboficial y la víctima son vecinos de un Fonavi.

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