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 domingo, 20 de mayo de 2007  
[Lecturas]
La risa, el mejor remedio
Personajes desopilantes tejen una trama muy particular en "cultura", una novela de Jorge Báñez

Por Lisy Smiles / La Capital

Desde la psicología suele decirse que una experiencia dolorosa puede producir una situación traumática en quien la vive. Incluso, esa herida puede hasta originar un desdoblamiento de la personalidad. “Cultura”, de Jorge Báñez, para nada es una novela trágica, quizás sí dramática, pero sin dudas al correr el telón de las anécdotas puede verse el universo conocido como “gestión cultural”, enfermedad que suele habitar en cualquier repartición pública del ramo o institución dedicada a la difusión de escritores, escultores y actores, entre otros artistas.

El personaje central de la novela, publicada por Mondadori, es un empleado de una oficina cultural que sufre un desorden psíquico. Es Ibáñez y el otro, a la manera de Borges, de quien también el autor se ríe. “Tampoco entramos en esa desgracia balbuceante de no saber quién escribe esta página, si Ibáñez o el otro, no somos las dos caras de una misma moneda. En realidad, para decirlo con franqueza, somos dos monedas de una misma cara”, confiesan el protagonista y su otro yo.

Sus relatos sobre el ir y venir de la gestión cultural están regados de píldoras, de las literarias y de las otras. Esas que calman ansiedades, depresiones y vigorizan. Las verdes, las rojas, las amarillas y sus respectivos horarios de ingesta se entrometen en las narraciones y vivencias de estos personajes.

Ignotos oficinistas, escritores de dudosa reputación y maquiavélicos funcionarios componen el elenco. A través de ellos el autor se ríe de los cientos de sellos que pululan por cualquier secretaría de cultura. Y vale el detalle: Báñez, el autor, además de ser escritor, es actualmente director de la editorial municipal de La Plata, con lo cual conoce “el ambiente”. Y hay más, los narradores (ese personaje desdoblado) también son escritores y editores.

La llegada de una funcionaria, “La Gorda Vietnamita”, recrudece los delirios en la oficina, y también en las fuerzas vivas culturales. Las internas van in crescendo a medida que la mujer exhibe su artillería de recursos y asesores, ante los eternos empleados del sector.

Los Ibáñez la detestan, pero luego uno de ellos cree enamorarla y enamorarse. Allí el relato se convierte en una comedia dramática, pero la densidad no pasa a mayores.

La capacidad del autor para describir los ambientes y luchas intestinas que encaran desde el cadete hasta el intendente es un deleite para cualquiera que haya pisado el suelo de un territorio burocrático cultural.

Es imposible no reír, incluso a carcajadas, cuando se presentan algunos de los integrantes de este mundo delirante. Lo que a algunos le cuesta más de un dolor de cabeza (quizá al propio autor en su función oficial) es presentado en esta novela bajo la pátina del grotesco. Si no cómo leer las estrategias montadas por un cúmulo de sujetos que aplican el marketing a la función pública o inventan decenas de siglas para simular organismos culturales: Mupipa (Museo de Pintores Paisajistas), Paco (Patrimonio Cultural Operativo), Gecuco (Gestión Cultural de la Comuna) y Macaraco (Museo Artístico de las Comunicaciones Argentinas para la Realización de las Actividades Coreográficas y Orquestales) son tan sólo una muestra de la legión burocrática cultural.

Como un juego de cajas chinas, “Cultura” encierra múltiples universos. Escrita con un realismo que bordea el delirio (tan simbólico como concreto), la novela hasta ofrece los ingredientes típicos del mercado editorial más comercial: hay sexo, drogas y asesinatos, y claro, amor. Entonces, la pregunta aparece sin disimulo. Ante tanta enfermedad, ¿hay cura? Un pequeño soplo de aire fresco parece ingresar en la trama, pero el dolor parece retornar disimulado, quizá, en las mil y una carcajadas que el lector lanzará. Sí, no hay dudas, es mejor reír.


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