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 domingo, 20 de mayo de 2007  
[Nota de tapa] La balada de Haroldo Conti
El escritor que quería vivir
En el Museo de la Memoria se presenta "Como un león", una muestra sobre la vida del gran narrador desaparecido durante la última dictadura militar

Por Sebastián Riestra / La Capital

La del 5 de mayo de 1976 fue apenas una más entre las tantas noches de horror de la dictadura. Haroldo Conti, uno de los grandes escritores argentinos del siglo veinte, volvía con su mujer del cine. Al llegar a casa, lo esperaba un “grupo de tareas”. Desde entonces, el autor de obras fundamentales de la literatura nacional integra la larga lista de desaparecidos. Su presencia, sin embargo, parece agigantarse con el paso de los años. Conti no sólo fue un prosista excepcional, sino que su talento literario se confundía estrechamente con un ser humano de características similares: abierto, generoso, solidario, activamente preocupado por el destino de su país y su gente. Ejemplo de vida, entonces, además de creador irrepetible, su pérdida permite vislumbrar con inigualable exactitud la dimensión del drama vivido por los argentinos. Pero a pesar del desastre, su mensaje perdura.

Recorrido y sorpresas
Un ejemplo del ejercicio concreto y creador de la memoria, imprescindible para evitar la repetición de la tragedia histórica, puede ser visto estos días en avenida Aristóbulo del Valle y Callao, en lo que supo ser la estación Rosario Norte y ahora es la sede de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad. Allí está también, por ahora, el Museo de la Memoria, donde se exhibe la muestra “Haroldo Conti. Como un león”, un recorrido biográfico a través de los días del creador de “Sudeste” y “La balada del álamo carolina”.

Para quienes han leído y valoran a fondo sus entrañables textos, se trata de una ocasión valiosa de reencontrarse con la cálida imagen del narrador que también fue periodista, seminarista, maestro rural, actor, director teatral aficionado, empresario de transportes, navegante, piloto civil, profesor de latín y de filosofía. Y para quienes aún no lo conocen, se abre una puerta no sólo hacia una obra singular, que por pura intensidad parece desprenderse incluso de la misma literatura, sino también hacia una vida llena de vida, volcada de una manera u otra hacia sus semejantes.╠

Conti nació en Chacabuco, un 25 de mayo nada menos, el de 1925. Su amor por el pueblo de provincia donde se crió se ve constantemente reflejado en su narrativa. Buenos Aires, donde terminó viviendo, le gustaba poco y nada. “No quiero a Buenos Aires”, afirma sin medias tintas en el conmovedor documental que puede presenciarse, como parte de la muestra, en el Museo de la Memoria. Solía describir su relación con la capital como una “fatalidad amorosa” o la “servidumbre de amor” que se puede producir hacia una mujer.╠

Cuando en 1975, en un reportaje que le hicieron Heber Barroso y Guillermo Boido para La Opinión, le preguntaron “¿escribir lo hace feliz?”, la respuesta dibujó las coordenadas en que se desarrollaba su universo, siempre ligado al campo y al río: “En absoluto —contestó Conti—. Escribir es un gran dolor, un gran esfuerzo, inclusive físico. Me crea problemas personales, de relación; me vuelvo huraño, fastidioso. Escribo porque no tengo más remedio. Escribo o me muero. Es como estar embarazado, supongo. Después uno pare y se acabó. Se siente mejor, más aliviado”.

Conti era legítimo descendiente de la tradición vitalista de la narrativa estadounidense. A través de sus páginas no es difícil reconocer las marcas de Hemingway y Faulkner, y del demasiado olvidado Erskine Caldwell. Ajeno a los ambientes literarios, pero paradójicamente lleno de amigos escritores, Haroldo vivía —pese a los premios internacionales que ganó— de la docencia secundaria. Y cuando podía, escapaba. Viajar era pasión sin freno. Ya había partido, una vez, como tripulante de un barco pequeño que naufragó en las aguas de la entonces ignota localidad uruguaya de La Paloma. Y partía cada vez que podía, fuera del país —a su querida Cuba— o a los remotos pueblos del interior, o a las islas, donde se había hecho una casa.

Límites del compromiso
Militante convencido, no confundía sin embargo los terrenos y los deslindaba con envidiable claridad. “A veces se habla de compromiso únicamente en términos políticos, como si el escritor debiera ser solamente el portaestandarte de una causa política. Uno se puede comprometer con un sistema político, pero también con un drama individual, por ejemplo el de un hombre que padece un cáncer o un drama amoroso. El hombre en su totalidad es una causa. Mucha gente habla de revolución y olvida que las revoluciones las hacen los tipos concretos”. Una lección estética, política y humana.

Cuando se recorre la sala del Museo donde se despliegan los objetos y paneles que evocan a Conti, la mirada se detiene inevitablemente sobre un texto: el legajo de la Side Nº83.864/75. Su nombre, “Apreciación de contenido de publicaciones, realizada por la Asesoría Literaria del Departamento Coordinación de Antecedentes”. El objeto de análisis, “Mascaró, el cazador americano”. Autor, Haroldo Conti. Apreciación de la obra: “Propiciar la difusión de ideología, doctrinas o sistemas políticos, económicos o sociales marxistas tendientes a derogar los principios sustentados por nuestra Constitución nacional”. Los adjetivos, como se dice, sobran.

"No me moverán"
Víctima pura de una época siniestra, es seguro que Conti no ignoraba cuál podía ser su destino. El cartel que sus secuestradores dejaron intacto sobre su escritorio, junto a la máquina de escribir donde estaban los originales de su último cuento, decía: “Hic meus locus pugnare est et hinc non me removebunt”. En latín, la frase que sus asesinos no entendieron significa: “Este es mi lugar de combate y de aquí no me moverán”. En una carta que le envió al poeta rosarino Hugo Diz, Haroldo había sido claro: “Estoy pasando el peor momento de mi vida por razones largo de explicar. Espero que todo esto pase algún día y no sea más que un pálido y cariñoso recuerdo”.

Lo que el gran escritor esperaba no sucedió. Es tarea de las futuras generaciones valorar su obra, así como hacerse depositarias de su legado humanista. Conti está vivo, a través de sus libros y su ejemplo, en el recuerdo de los argentinos. Permanecerá, como semilla que espera la lluvia en el más hondo y preciso de los surcos.


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El escritor en buena compañía.

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