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 sábado, 31 de marzo de 2007  
La destacada de la semana
El griego de la calesita

Murió Juan Mitsis. Se fue el calesitero de la plaza López. De una manera absurda la muerte le tendió una sortija envenenada. A los 80 años, este griego de mirada triste, se sentía más fuerte que Ulises al regresar a Itaca. Lo atropelló un conductor en la calle Laprida, a metros nada más de su magnífico artefacto de sueños. Dos barrenderos que lo vieron caer aseguraron que el hombre en su automóvil iba muy apurado. Juan estaba delgado y leve como una sombra amable. Es impropio hablar de un accidente. Las mujeres que amaba lo seguirán esperando: su esposa, Jorgelina Bravo; su hija; su nieta. Los pibes de la República de la Sexta le rendirán el mejor homenaje: treparán a alguno de los catorce animalitos de la calesita como si nada hubiese pasado. Algunos, incluso, lo verán todavía cerca del motor del carrusel, con su campera de jean, blindado en su silencio, haciendo gestos suaves, con los ojos llorosos. Es sabido: los niños ven mucho más que los adultos. Stelliano Mitsis, el padre de Juan, llegó a la Argentina procedente del Peloponeso en 1925. Es difícil saber por qué razón, después de atravesar el Atlántico persiguiendo un amor, terminó manejando una calesita. Quizá estaba predestinado a girar. La calesita es como la vida, uno se la pasa dando vueltas para alcanzar el amor, la alegría, el deseo. Antes de instalarse definitivamente en la Plaza López, el espacio público más antiguo de la ciudad, la calesita de los Mitsis viajó remolcada en camión por Bahía Blanca, Tres Arroyos y Azul. En 1950 encontró su lugar en el mundo. Desde entonces gira sobre su eje en el vértice más bello del la plaza, sobre el pasaje Alfonsina Storni, cerca del rosal que rememora la presencia en Rosario de la poeta que se mató en el mar. La plaza López recuperó una tradición festiva con la calesita. Desde 1858, fue Mercado de Frutos, luego Plaza de Carretas y finalmente Paseo Público. Tuvo quermese y retretas. Festejo del Día de los Trabajadores y actos con banderas rojas. También allí se hizo la primera ascensión en globo. Juan fue un testigo perfecto de esta historia de barrio. Medio siglo al mando de ese barco quieto, garantizando el lento girar de la calesita. Sosteniendo el delicado equilibrio del mundo. Hasta que un problema de salud la alejó de la plaza, Jorgelina fue la encargada de agitar la sortija que esperaba el manotazo infantil que la liberara de “la pera” de madera. Quién no vivió la felicidad de arrebatar esa llave que habilitaba una vuelta gratis, no sabe casi nada. Tres generaciones de rosarinos cumplimos con esa secreta ceremonia. En todos estos años los Mitsis pasaron buenas y malas, resistieron junto a los vecinos los intentos del intendente de la dictadura por convertir el predio en una plaza seca, donde el cemento reemplazara al verde y a los árboles; superaron robos _que aún persisten_ y hasta un incendio deliberado. Pero ante cada revés, el griego volvía a empezar, con disciplina espartana, con amabilidad ateniense. Ahora ya no está. Como tantos vecinos, yo soy uno de esos niños que me quedé sin poder agradecerle a ese hombre bueno, tantas vuelos terrestres, tantas carreras ganadas en sus caballitos de madera, tantos viajes a ningún lugar.


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