Año CXXXVII Nº 49172
La Ciudad
Política
Información Gral
Opinión
El Mundo
La Región
Policiales
Cartas de lectores



suplementos
Ovación
Turismo
Mujer
Economía
Escenario
Señales


suplementos
ediciones anteriores
Turismo 09/07
Mujer 09/07
Economía 09/07
Señales 09/07
Educación 08/07
Salud 05/07
Estilo 24/06
Autos 22/06

contacto

servicios
Institucional

 domingo, 16 de julio de 2006  
La edad de la dama

Carlos Duclos

Alguien dijo alguna vez que el político sabe la fecha de nacimiento de una dama, pero no se acuerda de la edad que tiene. Es este un ingenioso pensamiento para definir a muchos políticos argentinos, que están atentos a todo aquello que les conviene y prestos a sacar todo el rédito político posible de una circunstancia determinada, adaptando su pensamiento mediante miméticas actitudes al hecho que interesa, aunque su memoria falle a la hora de acordarse de que en el pasado y en casos similares su pensamiento, palabra o acción fue diametralmente opuesto o lisa y llanamente no fue.

  Si a los dichos actuales de muchos dirigentes se los comparara —mediante el auxilio de archivos gráficos, radiales y televisivos— con posiciones pretéritas, un editor podría confeccionar una obra fantástica para la tragicomedia. Ejemplos sobran, pero recordemos algunos hechos: Los que ayer eran acérrimos opositores a los superpoderes hoy son fervientes defensores; los que ayer posaban junto a De la Rúa entusiasmados por sus propuestas y posibilidades electorales hoy preguntan “¿quién es ese señor?”; los que ayer eran la mano derecha de Eduardo Duhalde, hoy son la mano que le dispara directamente al corazón, y quienes alababan al ex ministro de economía Roberto Lavagna y lo hacían puntal de la salvación económica argentina (lo que en rigor de verdad es bastante cierto) hoy pretenden mezclarlo con el pasado oscuro.

  En la provincia de Santa Fe podrían buscarse también, en el álbum de los recuerdos, muchas contradicciones, algunas de ellas caracterizadas por la omisión o el olvido. Por ejemplo: Los que ayer se beneficiaron merced a la figura de Carlos Alberto Reutemann (suerte de rémoras políticas que acompañaron al gigante en su nado para picotear lo que por sí mismos no podían alcanzar) poco hicieron —algunas veces nada— por aclarar las cosas cuando arreciaban los ataques contra el senador. Cuando algunos, por ejemplo, le endilgaban por razones políticas poco menos que arrojar agua sobre Santa Fe y ser un colaborador de la naturaleza enfadada, hubo pocos que pusieron las cosas en su lugar y hasta algunos de su mismo riñón guardaron silencio.

  Tal vez no sea del todo apropiado hablar de defensa de Reutemann, puesto que como bien dijo un dirigente justicialista “como de nada está acusado, de nada debe defendérselo”, pero no es menos cierto que algunos justicialistas olvidaron réplicas responsables impidiendo las permanentes campañas electorales fuera de tiempo y en ocasiones engañosas. Alguien en el justicialismo expresó hace unas horas que “Reutemann jamás incurrió en irregularidades y las únicas que existieron forman parte de la colección de macanas que elaboró la oposición en la provincia con un fin político y con el sólo objetivo de desprestigiarlo y obstaculizar las chances del peronismo”. Se deduce entonces, hilando fino, que quien terminó perjudicado por su inacción, al fin de cuentas, fue el propio peronismo en su conjunto. Paradójicamente, hay quienes dentro de ese partido lejos están de comprender esta verdad.

  En todo caso, lo que olvidaron algunos dirigentes peronistas fue desempeñar el rol de esclarecimiento permanente (o tal vez no lo olvidaron y callaron quien sabe por qué). Puede decirse que la réplica, la aclaración, e incluso la información sobre ciertos actos de los opositores en permanente campaña y ávidos de la Gobernación debió hacerse a favor de la verdad y para salvar a la comunidad de estrategias políticas basadas en la confusión y el enfrentamiento que poco ayudaron y ayudan a la sociedad.


La cuestión del Banco Municipal
 La suerte de contradicciones y olvidos es tan grande, que algunos concejales peronistas de Rosario, por ejemplo, que en el pasado votaron a favor de la capitalización del Banco Municipal y a quienes jamás se les escucho en mucho tiempo hacer oposición contundente, pero no por ello irresponsable, hoy se negaron a capitalizar a la institución bancaria municipal y despotricaron contra los peronistas que votaron con el socialismo. Es más, ciertos dirigentes partidarios de esta ciudad que ayer callaron ante el voto peronista a favor de la capitalización, hoy son los que quieren echar del partido a los ediles Daniel Peressotti y Miriam Abt por haber apoyado la misma.

  Sin ánimo de entrar a considerar a fondo la cuestión puntual del Banco Municipal, es menester preguntarse cuál debería ser la posición seria, responsable de un funcionario, de un legislador, de un concejal a la hora de considerar la problemática de una empresa estatal. Previamente dígase que es cierto, sin lugar a dudas, que si la entidad financiera dependiente de la Municipalidad requiere una capitalización es porque sus finanzas no andan lo bien que debieran. Pero la pregunta que debe formularse es: ¿La solución es la no capitalización para que el banco trastabille? ¿Es esto responsable? ¿Y los trabajadores? ¿Y los ahorristas? ¿Y aquellos que apelan a una banco estatal para obtener un crédito para la producción o un pequeño emprendimiento? Es decir: ¿Se arroja por la borda, sin más, la función social del banco? Pero además, ¿Cómo se entiende que ayer votaran a favor y hoy en contra? ¿Será por razones electorales? Si con miras al 2007 se modifican actitudes que son sustanciales para la sociedad, la fragilidad de las convicciones es notoria y esto los pone en igualdad de condiciones que aquellos que por necesidad de ser gobernadores, y sin fundamentos convincentes, cuestionaron a Reutemann y a las administraciones peronistas.

  Podrá argüirse que ya son demasiadas capitalizaciones y que esto no puede seguir indefinidamente. Pues entonces deberían analizarse otras actitudes. En principio parecería, si se apela al sentido común, que les cabe mayor responsabilidad política a aquellos concejales quienes advirtiendo hace tiempo que la administración de la casa de calle San Martín no era del todo eficaz y que siguieron (¿o no la siguieron?) la marcha de la institución guardaron silencio, o hicieron una oposición tan tibia como ineficaz, sin informar debidamente del hecho a la opinión pública.

  Por eso, en este dime y direte peronista, no falta quien remarque que “si hay que echar a algunos del partido son aquellos que, teniendo la responsabilidad de contralor de la marcha de la entidad financiera, no se percataron de las dificultades por las que atravesaba o si las advirtieron poco o nada hicieron”. La verdad es que el pensamiento es bastante razonable. Por otra parte, y como ha comenzado a murmurarse en los ámbitos peronistas, si se hiciera un estudio concienzudo de las personas a expulsar del justicialismo por no observar lo que establece la plataforma doctrinaria del partido o por olvidarse o no ejercer lo que marcan las reglas y principios éticos, o por las actitudes de algunos dirigentes, o por los votos en disidencia, etcétera, ¿cuántos quedarían exentos del tribunal de ética y del destierro?


Hegemonía y unicato
La verdad es que si el bloque de concejales peronistas se fracturó (y nadie descarta que la fractura se haga más pronunciada en el futuro) es porque —según dicen informantes del Palacio Vasallo— “algunos concejales se cansaron del unicato, de imposición de criterios sin opción al debate, la consulta y el parecer”. Al parecer se impuso un modelo caudillista (pero al estilo criollo), excesivamente verticalista, que parece bastante enraizado en algunos justicialistas y que por estos días, y merced al paradigma que proviene de más arriba, está de moda. Estos modelos, que pueden sobrevivir cuando el caudillo es un líder (cosas parecidas, pero no iguales), sucumben cuando el que quiere conducir se parece, pero no es ni líder ni caudillo. Entonces, más tarde o más temprano, estos modos de conducción “a la criolla”, exacerbados, traen consigo estos quiebres y, por supuesto, el mal para la sociedad. Cuando los dirigentes no permiten el debate, la discusión de propuestas y pretenden imponer únicamente su criterio, la estructura republicana entonces se convierte en una entelequia y las consecuencias, como la fractura, son inevitables. Será por eso que un allegado a uno de los ediles que pegó un portazo y se fue del Frente dijo en una rueda de militantes: “Miren muchachos, Perón hubo uno solo”.

  En cuanto al banco, en suma, una actitud razonable a tener en cuenta a la hora del voto era el de no permitir la profundización de la crisis negándole la capitalización. En cuanto al justicialismo y su rol, parece que algunos olvidaron la edad de la dama, aunque se acuerden de la fecha de su nacimiento.


enviar nota por e-mail
contacto
Búsqueda avanzada Archivo


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados