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 domingo, 11 de junio de 2006  
Panorama político
La jugada que movió el tablero

Mauricio Maronna / La Capital

Quieto o disparo. Ese es el mensaje que baja desde las alturas del poder político nacional, profundamente conmovido por la aparición de una flor en el medio del desierto opositor.

Roberto Lavagna agitó el pulso de los peronistas arrojados a la ciénaga por Néstor Kirchner, les levantó el ritmo cardíaco a los radicales y afiló los colmillos de la derecha más estrafalaria que espera el momento para darle una tunda al bravío santacruceño.

Por primera vez desde que asumió, el presidente sufrió la pérdida del control de la agenda mediática y una orden no escrita comenzó a encarnar en los medios adictos a Balcarce 50. La tapa de un semanario oficialista mostró la punta de la operación hace dos semanas cuando en su portada estampó la imagen de Lavagna junto al logo de campaña de Raúl Alfonsín en el 83. Después fue el propio jefe del Estado quien habló de los fantasmas aliancistas, tratando de esmerilar a la nueva figura, que el tiempo dirá si solamente es una fruta de estación o una alternativa sólida que borrará los sueños de eternidad pingüina en el poder.

"El lanzamiento de la campaña nos costó 800 pesos", dicen que dice Juan José Alvarez, una de las espadas del grupo El General, restaurante en el que el ex ministro de Economía comenzó a tejer su lanzamiento de cara al 2007. Un par de tenidas gastronómicas en el lugar llamó la atención de los más perspicaces y llenó de dudas al kirchnerismo, que apostaba a Lavagna como candidato a jefe de Gobierno en la díscola ciudad de Buenos Aires.

Raúl Alfonsín salió de la catacumba y demostró que su piel de zorro mantiene la pilosidad pese al almanaque y a una imagen raída en la consideración popular.

Eduardo Duhalde comprueba ahora que sus lucubraciones de ajedrecista, ensayadas teóricamente hace casi un año, se van corporizando. "Hay que pensar en la segunda vuelta del 2007. Ahí será el momento de la revancha", trataba de contener a los pocos que seguían abrevando en su fuente mientras la mayoría de los intendentes del conurbano cruzaban el Jordán para purificarse en las nuevas aguas del poder.

La pretensión de Alfonsín y Duhalde de convertir a Lavagna en una ambulancia que levante a los heridos del justicialismo, haga revivir a la UCR, seduzca a Mauricio Macri y le ofrezca un barniz progre de la mano del socialismo choca, sin embargo, contra el poderoso muro que construyó Kirchner.

El presidente, tras la formidable demostración de poder puesta en escena el 25 de mayo, hará requisas periódicas en su cuartel y les seguirá mostrando a todos los gobernadores quién es el jefe de todos los jefes.

"En realidad, esto (la aparición de Lavagna) nos viene bien a todos. Tal vez ahora en vez de violarnos, el Lupín se decida a hacernos el amor", es la descarnada visión que ensaya un funcionario del gobierno santafesino.

Kirchner no puede permitir filtraciones en su espacio que pongan en peligro lo que abnegadamente construyó durante estos tres años, pero, además, tendrá que ponerle una vela a cada santo opositor para que el abanico se haga inmenso y los votos en la primera vuelta se dividan en varias partes.

Aunque la irrupción del ex jefe de Hacienda haya hecho mover la escala de Richter de la sepulcral política argentina, los desafíos que se le presentan al Pálido no son pocos.

Tras el esperpéntico gobierno de la Alianza no hay margen para que se convierta en un nuevo caballo de Troya que lleve en su interior a lo peor de la política argentina.

Por eso, Alfonsín envió el domingo pasado, durante la emisión de un programa televisivo, una suerte de mensaje bomba al PS santafesino. "Espero que los amigos socialistas apoyen este acuerdo con Lavagna como nosotros los estamos respaldando para que (Hermes) Binner sea gobernador", disparó el eterno caudillo radical.

La avant premiere había estado a cargo del presidente del radicalismo provincial, Felipe Michlig, quien celebró el fichaje del otrora ministro estrella. De todos modos, la UCR alistará a su tropa el 22 de junio para saber cuántas boinas blancas se recortarán en el horizonte tras los pasos que dicta Alfonsín.

El cuadro de situación es el siguiente: los gobernadores temen que si cierran filas con la estrategia del partido las puertas de la Rosada se cerrarán para siempre. Los subsidios, las obras y los planes sociales han funcionado hasta ahora como los mejores intermediarios entre ellos y el Ejecutivo.

La mayoría de los dirigentes avalan encolumnarse detrás de lo que dicte Alfonsín, con la excepción de Margarita Stolbizer, quien pretende un giro hacia la centroizquierda; y de varios intendentes bonaerenses que ya hicieron su bautismo kirchnerista en la Plaza de Mayo.

Duhalde viajó a Alemania pero tendrá su celular abierto las 24 horas para recibir el minuto a minuto de la operación Lavagna. Son, precisamente, los duhaldistas reconvertidos al calor de la billetera los que más preocupan a Kirchner. Sabe que para muchos de los que ahora ronronean en la pingüinera la lealtad es un concepto tan en desuso como un televisor blanco y negro.

La movida también encontró con la guardia baja a Macri, quien se columpia entre una candidatura a jefe de Gobierno porteño y la misión imposible de ser presidente en el 2007. Acicateado por el matutino de mayor tiraje, el presidente de Boca anunció que se presentará a competir por el Sillón de Rivadavia, dejando en manos de Horacio Rodríguez Larreta la misión de conquistar la ciudad de Buenos Aires.

En verdad, el diputado nacional pareció más tentado a hacer ese forzado lanzamiento por las tres páginas que le dedicó el diario que por reales convicciones. Cerca, calientan sus oídos con la siguiente premisa: "Tiene que ser Lavagna presidente y vos jefe de Gobierno, de lo contrario no nos pidas que entremos al cementerio y nos enterremos". Como dice Jorge Asís, Rodríguez Larreta tiene menos carisma que una cicatriz.

En Santa Fe también pasan cosas. Los socialistas que quieren mantener su identidad deberían agradecerle a Rubén Giustiniani su capacidad de maniobra para frenar el avance de los panzerkirchneristas, que trataron de reclutar a Héctor Polino.

Si el fichaje se producía, el PS ingresaba en zona de turbulencias con alerta roja. El partido de la rosa hubiera quedado sin espinas y a punto de ser triturado por las mandíbulas crujientes de Alberto Fernández.

Carlos Reutemann recobró la semana pasada algo de tranquilidad. Sugestivas reuniones con Cristina Fernández dieron lugar a todo tipo de especulaciones, ninguna confirmada. Pero lo que mejor cayó en la humanidad del Lole fue la visita de la dirigencia de Carsfe, que se encargó de hacerle saber que "el campo lo sigue considerando uno de los suyos", más allá de la novela de María del Carmen Alarcón.

"Le preguntaron si iba a ser candidato a gobernador, Pero más que una pregunta parecía un deseo", contó, entusiasta, el encargado de ajustar los detalles de la reunión, un hábil dirigente del sur santafesino.

Mientras todas las encuestas serias confirman el repunte en la gestión de la administración provincial (algo que fue reflejado en esta columna durante el primer mes del año), Kirchner, Obeid y Reutemann observan la resolución de la jugada de máxima que dibuja Lavagna: lograr que Alfonsín deje los primeros planos (con la misión de instalación ya cumplida) y que Binner se adhiera a un espacio que por ahora no tiene nombre ni bandera.

En el momento menos pensado, con el mundial de Alemania consumiendo litros de tinta, capturando ojos y oídos de multitudes, la política ha regresado. Bienvenida, se la estaba esperando.


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Hermes Binner, Roberto Lavagna y Raúl Alfonsín.

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