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 domingo, 14 de mayo de 2006  
Primera persona. Paola Kaufmann
La fascinación del terror
La última ganadora del premio Planeta de novela retoma la leyenda de un monstruo prehistórico para convertirla en un símbolo múltiple

Osvaldo Aguirre / La Capital

Paola Kaufmann (Río Negro, 1969) ganó la última edición del Premio Planeta de Novela con "El lago". La historia en cuestión remite a un mito patagónico -el del animal prehistórico que Martin Sheffield, simpático personaje radicado entre Esquel y El Bolsón, le describió en 1922 al naturalista Clemente Onelli- y se introduce en el pasado reciente, para asociar a una serie de personajes en una indagación donde el monstruo adquiere el sentido de una cifra.

Kaufmann publicó además un libro de cuentos, "El campo de golf del diablo", y una novela, "La hermana" (premio Casa de las Américas), en torno a Emily Dickinson. Tiene otra faceta, singular para una escritora: es científica, doctorada en Neurociencias y trabaja como investigadora del Conicet. El martes pasado estuvo en Rosario para inaugurar el ciclo Otoño Planeta, en la Fundación Libertad.

-¿Cómo pasás de escribir "La hermana" a una novela tan distinta, aparentemente, como "El lago"?

-Son como dos desafíos diferentes a nivel del trabajo que significan. Yo empecé y estuve mucho tiempo escribiendo cuentos, diría que mi género natural es el cuento. Después pasé a "La hermana", donde novelé hasta donde tuve ganas sobre Emily Dickinson, pero sobre una historia que está muy investigada. Los hechos que se narran corresponden a la vida de Emily Dickinson, no estoy inventando nada. La hermana es el personaje extraño porque es blanco o negro según desde qué lado se cuente la historia. Hay como dos ramas familiares; para una, esa hermana fue un ángel protector y para la otra una especie de demonio. Entonces es perfecto para escribir una novela: que digan blanco o negro significa que no es ninguno de los dos, ahí te dejan un hueco donde uno se puede meter, en definitiva no hay nada cierto con qué llenarlo y uno lo empieza a cubrir, de otra manera, con la literatura.

-El monstruo sobre el cual gira "El lago" es también un enigma abierto.

-La diferencia fundamental con la anterior, desde la cocina de la escritura, es que "El lago" es una novela totalmente hecha de la nada, inventada de cero. Salvo el primer capítulo que es una pequeña novelita de un hecho real, la expedición de 1922 al lago de Esquel. Ese es el gran paso, de hacer pie en la literatura y la forma, pero donde la historia ya estaba, lo cual significa un trabajo menos, a esta otra novela, donde la historia no estaba, salvo un par de cosas basadas en hechos reales, el primer capítulo y toda la anécdota que se cuenta en el medio sobre la Segunda Guerra Mundial, sobre la fuga de uno de los personajes de un campo de trabajos forzados en Serbia.

-¿Cómo se explica esa predilección por el cuento?

-Si naturalmente tuviera que elegir un género con lo que es natural para mí supongo que, gracias a múltiples neurosis, me queda más cómodo el cuento. Porque el cuento es un formato en sí mismo, tiene una estructura determinada y, para alguien un poco obse como yo, es perfecto. La novela es mucho más inabarcable. Tiene una cualidad como de desprolijidad. La novela como género es imperfecto, naturalmente. Pretender hacerla perfecto es pretender hacer un largo cuento.

-¿Imperfecto en qué sentido?

-En el sentido de que siempre van a quedar cabos sueltos y nunca vas a poder pulirla como uno pule un cuento. Es imposible, simplemente por el largo. Y porque además uno se pudre. Realmente uno se pudre. Uno abandona la novela o la novela lo abandona a uno, en algún momento hay un quiebre.

-¿Cómo fue ese proceso en "El lago"?

-En esta novela, y en la anterior, trabajé con historias que tenían mucho de mí. Y creo que cuando uno elige historias que están vinculadas con lo que quiere decir no es probable que se canse. Pero llega un punto en el devenir de una novela en que uno empieza a pensar en otras cosas, aparecen otras ideas. Llega un momento, además cuando la historia está casi cerrada y empiezan las pequeñas complicaciones de último momento, en que lo que pasa es que te pudrís. Falta la última palabra, el último capítulo, un giro para terminar y pensás "¿cómo hago?, basta, quiero que se termine". En realidad la historia ya está cerrada, es uno el que se tiene que despegar. Y ese es un proceso que a mí me toma su tiempo. Con "La hermana" me pasó de llegar hasta el final y que el último capítulo me costara seis meses.

-La figura del monstruo parece tener distintos sentidos en la novela.

-Esa es un poco la intención. El monstruo es un símbolo que atraviesa la novela. Y de hecho es un monstruo real, una criatura física, por lo menos para uno de los personajes, que es Ana, una especie de geóloga. Pero para los demás significa cosas diferentes: para Lanz, que es un viejo húngaro escapado de la guerra, es el deterioro de su mente; para Viktor, el padre de Ana, una obsesión, algo mucho más enfermizo; para Guzmán, un paleontólogo que aparece hacia el final de la novela, lo que le arruinó la vida. El monstruo, en sí, es individual.

-El monstruo tiene el valor de ser una especie única, ¿no?

-Es una especie indefinida. En el momento en que la definís se terminó lo monstruoso.

-¿También te interesó trabajar con la memoria?

-Sí, son temas que se imbrican y son los fundamentales de la novela, o por lo menos sobre lo que yo quise escribir. La memoria es un tema principal porque tiene que ver con la identidad. Es decir, para los personajes, la posibilidad de saber quiénes son. El monstruo es un símbolo de eso también. ¿Qué es el monstruo? es la pregunta que atraviesa la novela y que los personajes quieren responder. Y la memoria en ese sentido tiene que ver con lo que los constituye como individuos. En cada personaje hay un problema con la memoria, por un motivo distinto.

-A la vez, el relato del monstruo prehistórico hace presente una leyenda de la Patagonia.

-La Patagonia está como escenario. Y también hay algo infantil. Yo viví mi infancia, en los 70, en Río Negro, y de chiquita tenía, y tengo todavía, esa cosa medio morbosa de atracción por los monstruos y el género de terror.

-¿Qué tiene de fascinante el terror?

-Creo que Fernando Savater decía que las historias de terror son las únicas que valen la pena contar. ¿Por qué uno cuenta una historia? Originalmente, lo hace para asustar a otro, hay un motivo primitivo en el miedo. Los grandes cuentistas han tocado el terror de cerca, y se me ocurre Poe como iniciador del terror y del género cuento. Lo divertido de esta novela, cuando comencé a investigar, está vinculado a la cuestión del horror. Empecé a escribir "El lago" con la idea de hacer una especie de novela gótica, un gótico moderno.

-Y en "El lago" está además el terror de la última dictadura.

-La dictadura es un monstruo más, que lo da la época. Yo no quiso tocarlo de forma directa. Las cosas que suceden suceden en esa época pero no era mi intención hablar de la dictadura o hacer una novela con ese tema. En la novela el tema es el monstruo en diversas facetas; la dictadura es una de ellas.

-Decías que, si es definido, lo monstruoso pierde el misterio. ¿La aspiración científico apuntaría justamente a nombrar, describir ese objeto?

-Totalmente. Los dos personajes científicos de la novela tienen una visión del mundo hiper racional. A los dos les pasa lo mismo, hacen agua. Esa visión tan monolítica del mundo hace agua por algún lado, en el caso de ellos por esa creencia visceral que tienen en el monstruo. Porque es absolutamente ilógico que crean en algo que no pudo haber existido, y sin embargo lo creen. En el fondo eso también define al científico: esa especie de coraza que uno se pone para la ciencia necesita una rajadura, que puede ser distintas cosas en distintas personas. Esa rajadura es lo que le da sentido al resto de la armadura. Uno no podría respirar sin esos agujeros.
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"El monstruo es una especie indefinida; cuando se la define, se termina lo monstruoso", dice Kaufmann.

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