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 martes, 22 de noviembre de 2005  
La Picasa, una mansa laguna que se convirtió en un flagelo

El pueblo tiene un dibujo urbanístico muy parecido a la ciudad de La Plata, las diagonales rodean la plaza y las manzanas principales, posee calles amplias, un acceso pavimentado, mucha arboleda y desde la iglesia Cristo Rey -considerada una verdadera joya arquitectónica- se puede observar cómo la laguna La Picasa inundó casi todo. Mercedes Castellanos hizo construir el templo, donándolo luego a los hermanos franciscanos, que aún hoy lo conservan.

El colegio -lindero a la iglesia, que cumplirá cien años en 2007- fue un hito en materia de eduación para la región. Famoso porque en su época la disciplina era severa y rigurosa, cada año los ex alumnos recuerdan a aquellos maestros que sabían cómo encarrilar a los más revoltosos.

En la evocación de los viejos pobladores perdura el trabajo bolsero en los galpones del ferrocarril, cuando hasta allí llegaban con las cosechas los viejos carreros como Dalmazzo, Matías y Demetrio Córdoba, entre otros.

A Aarón Castellanos se lo denominó el pueblo de agua salada en consonancia cuando La Picasa era una mansa laguna. En la década del 70 tenía su propio apeadero del ferrocarril San Martín. Según artículos de la época reunidos por el historiador José Luis Iñíguez, se extendía por unas 2.500 hectáreas con aguas clorosulfatadas, de elevado nivel salino y un color verdoso otorgado por la abundante presencia de algas. Incluso, por esos años se destacaba la importancia de la zona para el turismo y esparcimiento. "La laguna con sus amplias playas constituye un magnífico y adecuado lugar como balneario", se decía.

Pero en las últimas décadas La Picasa se convirtió en un drama para toda la región y hoy inunda una superficie de más de 50.000 hectáreas. Sin embargo, y a pesar de que es una cuenca cerrada, se permitió que drenen aguas de las provincias de Córdoba y Buenos Aires, y la medida adoptada a la ligera no pudo tener un resultado peor: los campos más fértiles del país, las vías del ferrocarril de cargas importantes, y rutas y caminos se anegaron y quedaron inutilizados. No obstante, en el pueblo de Aarón Castellanos todavía hay gente que nunca deja de luchar, sabe que el futuro promisorio sigue estando al alcance de la mano, y reclama firmes políticas de Estado para revertir la situación.
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