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 viernes, 02 de septiembre de 2005  
candi
Charlas en el Café del Bajo
-¿La culpa la tiene Dios?

-¿De qué habla, Inocencio?

-De tantos padecimientos que debe soportar la humanidad. ¿Podría explicarme cómo es posible que sucedan cosas tan tremendas en todas partes del mundo? Guerras, atentados terroristas, accidentes aéreos, hambre, enfermedades, desastres naturales, soledad. ¿Qué está sucediendo? El último caso que conmueve al mundo es este fenómeno que asola a Estados Unidos, el huracán Katrina, que ya ha cobrado miles de vidas y ocasionó pérdidas por millones de dólares dejando a cientos y cientos de seres humanos en la miseria. ¿Qué respuesta tiene para eso usted como creyente? ¿Qué le dice usted a Dios al respecto, mi querido Candi? Porque podemos convenir en que el hombre es causante de muchos males, pero ¿qué mal causaron los niños que murieron hace pocas horas en medio de las tremendas ráfagas y arrollados por las implacables aguas?

-Esa es la eterna pregunta que se formula la humanidad. ¿Por qué sufren los justos?

-¿Y qué respuesta tenemos?

-Necesitaríamos diez millones de páginas para hablar sobre el tema y el fin nos encontraría sin una conclusión contundente. Pero me voy a permitir volver sobre lo que alguna vez expresé: el hombre, con su insensatez y su egoísmo, con su proverbial indiferencia por el amor, es el causante de casi todos los males que padece la humanidad. Vayamos a los desastres naturales, por ejemplo: está probado y bien probado que el cambio climático que se advierte es provocado fundamentalmente por la acción del hombre. La contaminación del ambiente de mil formas distintas, la tala indiscriminada de bosques y selvas, el exterminio de diversas especies y, en definitiva, el quiebre del sistema ecológico son por un lado causas de estos desastres. Y por otro lado: ¿cree usted, acaso, que se puede hacer estallar una bomba atómica, que se pueden realizar ensayos nucleares o armamentistas sin consecuencias para el medio ambiente y para el propio hombre? ¿Cree usted que la infinita cantidad de ondas de todas clases que cruzan el espacio terrestre no afecta de alguna manera el equilibrio planetario? ¿Qué no afectan incluso al propio ser humano?

-Tiene razón, toda cosa es una causa en sí misma que provoca efectos.

-Así es, porque toda cosa es energía bien o mal direccionada. Pero sigamos: No voy a entrar a considerar principios metafísicos y religiosos, de los que tendría para hablar largo y tendido. Basta con decir, al respecto, que creo en el principio físico (demostrado) y metafísico, de la acción y la reacción. A toda acción mala corresponde, más tarde o más temprano, una consecuencia por tal acción y de la misma forma corresponde una consecuencia por la acción buena. De ningún modo creo en el pago por acciones malas de vidas anteriores (filosofía de ciertas corrientes orientales y esotéricas) y tampoco creo en la desgracia de los hijos por la culpa de los padres o abuelos, o bisabuelos. Esta teoría se basó en una lectura equivocada de la Biblia que dice que Dios hace pagar los pecados de los seres humanos incluso hasta la tercera y cuarta generación. Con todas las letras y con todo el ímpetu del que soy capaz digo que ¡Esto es falso de toda falsedad! Creer en esto es contribuir a la obra que se realiza en contra de Dios.

-¿Por qué mueren los chicos? ¿Qué mala acción comete un pequeño?, me preguntaron ayer a propósito de este tema de los desastres y calamidades que agobian al mundo.

-En los campos de concentración del nazismo más de un millón de chicos fueron incinerados y sus cuerpos transformados en jabón y el judaísmo y el mundo entero se preguntaron: ¿pero qué mal hicieron estos inocentes? Millones de cristianos fueron crucificados, lapidados y arrojados a la arena para ser devorados por las fieras, fueron perseguidos, encarcelados y asesinados desde el Imperio Romano hasta nuestros tiempos. ¿Qué mal hicieron? ¿Por qué Dios permitió esto? ¿Por qué Dios permite que un chico muera de cáncer dejando en la angustia a sus padres? Se pregunta usted y se preguntan muchos. Mi respuesta, porque se acaba nuestro espacio, mañana.

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Candi II
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