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 domingo, 07 de agosto de 2005  
Ensayo
La gran pregunta de la literatura
En "El último lector", Ricardo Piglia imagina las lecturas de personajes de obras famosas de la literatura pero también rastrea lectores únicos que van desde Borges al Che Guevara

Fernando Toloza / La Capital

Los ensayos de Ricardo Piglia de "El último lector" se proponen dar algunas de las posibles respuestas a lo que el autor de "Respiración artificial" considera que es la gran pregunta de la literatura: ¿qué es un lector?

La misma diversidad de la literatura deja en claro que hay múltiples respuestas, y cada una de ellas es un relato, "siempre distinto", advierte el autor. Por eso Piglia se concentra en un puñado de "casos imaginarios" y de "lectores únicos". Los "casos imaginarios" son personajes de obras famosas de la literatura que leen, y los "lectores únicos" son algunos escritores, incluido el Che Guevara, y algún personaje histórico como el cacique Baigorria, lector del "Facundo" de Sarmiento en la inmensidad salvaje del desierto del siglo XIX.

Cada capítulo de "El último lector" es una lectura seductora, que establece sentidos de algunos libros, corrige otras lecturas y enuncia la teoría del lector del principal autor tratado en cada apartado. El recorrido de Piglia, que en cierto momento parece seguir una secuencia histórica (cuando pasa del origen del género policial al policial negro, con Edgar Allan Poe y Raymond Chandler como autores y lectores), comienza con Borges. Es la imagen clave para empezar: la del lector que goza del mito de haber perdido la vista leyendo.

Partiendo de "Tlön, Uqbar Orbis Tertius", aquel cuento de Borges que se inicia con la escena de alguien que no puede hallar algo que leyó (el artículo sobre un extraño país en la Enciclopedia Británica), Piglia lee en Borges cómo la ficción es una teoría de la lectura y también una inversión del bovarismo, es decir, que no se lee como Madame Bovary creyendo que "la ficción es más real que lo real", sino advirtiendo que lo real se lee "perturbado y contaminado por la ficción".

Aunque Borges es el objeto privilegiado del primer capítulo, la lectura se abre hacia Hamlet leyendo ensimismado en la tragedia homónima de Shakespeare, hacia Lucio V. Mansilla y Baigorria en el desierto, y se comienza también a trazar la idea del lector como criminal.

El segundo capítulo, dedicado a Kafka, es el mejor de los seis ensayos contenidos en el libro. Piglia muestra de qué forma se traba en Kafka el nexo entre vida y escritura, pero no sólo en la categoría de lo autobiográfico.

A partir de la pregunta que le hace Kafka a Max Brod acerca de si se puede atar a una mujer con la escritura, Piglia lee las cartas del escritor checo a Felice Bauer, y señala el juego entre dar a leer lo que se escribe para seducir pero también para mantener la distancia.

Ese juego entre seducción y distancia es sólo uno de los puntos que Piglia despliega en su lectura de Kafka. "Kafka escribe un diario para volver a leer las conexiones que no ha visto al vivir. Sólo entiende lo que ha vivido, o lo que está por vivir, cuando está escrito", expone Piglia para indicar otros de los caminos que toma la respuesta sobre qué es un lector en el caso de Kafka.

El escritor está fascinado por Felice porque es una lectora, y Kafka, según establece Piglia, sabe que todo escritor es "ciego", en el sentido de que no puede ver su manuscrito y necesita de la mirada de otro. Pero a la vez el autor de "La condena" sabe que "nunca puede estar uno lo bastante solo cuando escribe". La exposición de esa tensión hace extraordinario al ensayo de Piglia.

El tercer ensayo del libro aborda a Edgar Allan Poe y la creación del detective Auguste Dupin, quien se inicia en la literatura con una lectura y desplaza la importancia del fantasma, como origen del mal, al criminal. Escribe Piglia: "El paso de este universo arcaico y sombrío al universo de la pura razón tiene mucho que ver, una vez más, con el acto de leer e interpretar palabras escritas. Transformando el mundo de los espectros y de los terrores nocturnos en un mundo de amenazas sociales y crímenes, el género pone en dimensión interpretativa y racional la serie de hechos extraordinarios y asombrosos que son materia del gótico".

El cuarto capítulo se anima a indagar en el Che Guevara como lector y escritor, y en qué forma por momentos es el último lector, el que, sin dejar de ser un hombre que lee, pasa a la acción.

Emparentándolo con los poetas beats, el ensayo ve, por momentos, al lector que se pregunta cómo salir de la biblioteca, cómo pasar a la vida. El apego de Piglia a la versión que Guevara da sobre sí mismo resiente el trabajo, al que quizás le hubiese convenido recordar la imagen de Guevara arrojando furioso contra la pared un libro de Reinaldo Arenas (siempre y cuando se le crea al Arenas de "Antes que anochezca").


Entre Karenina y Bovary
El quinto capítulo es sobre Anna Karenina como lectora y su relación con Madame Bovary pero se extiende a la figura de Robinson Crusoe como lector que se "cura" por leer en vez de enfermar según le ocurría a Alonso Quijano en "Don Quijote"; a Philip K. Dick y la ciencia ficción, a la Conquista de América y al desierto argentino.

El sexto ensayo, el de cierre, recupera de alguna manera la secuencia histórica que se insinuaba en el capítulo sobre el detective, llevando el tema hacia cómo leer después de la vanguardia: se trata de Joyce y del "Ulises". Piglia muestra de qué forma Joyce expande el relato, disuelve relaciones y disgrega el sentido, de tal forma que leer, después de él, ya nunca será lo mismo: la prueba es el seguimiento que hace Piglia de la papa contra el reuma que Leopold Bloom lleva en el bolsillo durante gran parte de la novela y cuyo sentido recién se entrevé a quinientas páginas de iniciada la obra, y que el primer traductor del "Ulises" al castellano no pudo entender, prisionero en varios momentos de su traducción de una forma de leer prejoyceana.

"La persistencia de la palabra y su distorsión es el núcleo mismo de la técnica narrativa de Joyce. Como en un sueño, el sonido de un término leído se reitera, se expande, se transforma, distorsiona el sentido. Es el lenguaje de alguien que repite una palabra que forma parte de una memoria verbal, sin comprender su sentido, retorciéndolo. Al expandir esa técnica Joyce va a renovar la lectura de la ficción", escribe Piglia dando cuenta del cambio en la lectura tras Joyce.

"El último lector" es un libro que llama a encontrar más figuras y escenas de lectores, quizás tantos como variantes haya en la literatura. En su compacta fuerza, desentona sin embargo el prólogo, que propone una ficción de excesivo sabor borgeano y que proyecta el peor de los lectores para Piglia: aquel que desconfía, el que recuerda cómo el autor basó parte de su prólogo a los cuentos completos de Roberto Arlt sobre una foto inexistente. En fin, el autor que hace trampa.

Quizá lo mejor sea recordar que, como en todo relato, hay siempre dos historias (idea que nace de esta genealogía: Piglia, vía Borges, y Borges vía Chesterton hablando de Stevenson), y quedarse con el resto del libro, el que habla del lector sagaz y apasionado y no del forjador de pequeñas trampas cazabobos, o coartadas para plantear una brillante interpretación, o guiños para los que comparten una clave que al lector común, si tal cosa existe, se le escapa.
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Ernesto Guevara, para Piglia, un lector que pasa a la acción.

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