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 domingo, 07 de agosto de 2005  
Un país con futuro necesita protagonistas presentables

Más allá de las ofensas que cosechó el ataque de sinceridad del piquetero Luis D’Elía cuando aseguró que el presidente Néstor Kirchner debería tragar varios sapos en la provincia de Buenos Aires para poder desbancar al ex presidente Eduardo Duhalde de su control del máximo territorio electoral argentino, es indudable que el relleno hombre de los piquetes sabe de qué habla. Y lo sabe porque él mismo vive de ese sistema que pone en evidencia. Es decir que sólo está describiendo su hábitat, está hablando de su mundo. La posterior calificación de mafiosos a muchos de los jefes de las comunas bonaerenses es su modo de nombrar el paisaje humano del que forma parte.

  Pero esta situación planteada debe hacernos pensar en qué se ha transformado la política en la Argentina. Pues es evidente que no es más que una tecnología para tomar el poder, sin que ninguno de los protagonistas sepa muy bien qué hará después con él. Es decir que los políticos son especialistas en internas, elecciones generales, confección de listas —sábanas y de cualquier tipo—, cajas negras, financiamientos, movilizaciones, etcétera, pero no tienen idea ni de en qué país viven y mucho menos de cuál sería el que podría insertarse en el mundo para el bienestar de los argentinos.

  Y este no es un déficit de un partido o de otro, sino de una sociedad cuya dirigencia ha perdido el rumbo hace tiempo y no tiene amagues de reencontrarlo.

  En el pasado la política también tenía un componente de belicismo electoral para apoderarse del poder, pero la maquinaria se ponía en funcionamiento para llevar adelante un proyecto que podía ser explicitado y que dejaba consecuencias concretas en la vida de los ciudadanos concretos. Vayamos a algunos ejemplos. La Generación del ‘80 creyó que había que tomar posesión del territorio nacional para desarrollarlo y que para hacer esto último eran necesarias algunas columnas esenciales. Fue así como se tendieron líneas férreas, se construyeron escuelas y se las llenó de maestros y de planes educativos, se favorecieron políticas inmigratorias y se le dio prioridad a todo lo que tuviera que ver con el crecimiento de nuevas industrias. O en los tiempos de Perón se gobernó con la idea de que había que desconcentrar la riqueza, que se debía utilizar el respaldo acumulado por las generaciones anteriores distributivamente y hacer intervenir a los sectores populares en la vida pública de la Nación.

  Se puede disentir con una u otra idea, incluso se puede denostarlas, pero lo que no se puede es no aceptar que en los dos casos hubo procesos políticos donde la toma del poder era con una finalidad que apuntaba a poner el foco en el país y su destino.

  Hoy resulta claro que como no hay un destino planteado, desde la política se establecen estrategias de toma del poder por el poder mismo, que se disfruta de un modo hedonista, sin vislumbrar que no basta con demonizar a los otros o postular deseos, sino que se necesitan dirigentes que comprendan las necesidades del país, de su gente y del mundo con respecto a la Argentina para poder tener el diálogo imprescindible para el desarrollo.

  El presidente Néstor Kirchner en este sentido tiene todavía rasgos enigmáticos, posiblemente debidos a su origen patagónico, pues no se puede negar que cada uno de los hombres que ha manejado los destinos del país ha puesto una impronta que tiene que ver con su origen geográfico. El enigma está planteado en que por momentos parece atisbar esta necesidad de diseñar un rumbo que implique una idea integral e integradora de país y por otros se pierde en sus enojos. Seguramente si logra calmar sus iras personales encontrará que hay más gente de la que puede imaginar encolumnada en poner el hombro y contribuir con un país mejor, más grande, más inclusivo, más moderno, más digno de ser vivido y que nos produzca orgullo a todos.

  Mientras los árbitros de lo que pasa y los encargados de caracterizar a los protagonistas sean los D’Elía es porque no existe un proyecto serio de país y los políticos están enfrascados en la batalla unidireccional por el poder. En una Nación con destino y dirección un personaje como D’Elía no tendría espacio para hablar de los supuestos sapos presidenciales o de las mafias bonaerenses. En esa Argentina debería estar trabajando para poder comer todos los días.
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