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 domingo, 14 de noviembre de 2004  
[Lecturas]
El arte de la coartada
Narrativa. "Diario íntimo. Seguido de Obra de carne y metonimia", de Nicole Brossard. Norte+sur / Bajo la luna. Buenos Aires, 2003.

Irina Garbatzky

"7 de Marzo de 1983. El movimiento perpetuo se encuentra entre vivir y escribir. En realidad, puede ser que se encuentre entre escribir y escribir. Vida privada, vida de escritura. «Vivía de palabras», se dirá un día. ¿Para qué sirve entonces un diario íntimo?", se pregunta la escritora canadiense Nicole Brossard.

Es conocida la frase que dice que los diarios íntimos son textos en donde todo es posible: desde cuentas de impuestos, poemas, bocetos novelescos, o la anotación de una tarea para la semana; y que esta libertad de formas restringe un solo elemento: el tiempo. El diarista, obligado siempre a escribir la fecha de la entrada que diariamente escribe, se adhiere al tiempo presente confiando que en un futuro se justificará su escritura. Dice Alan Pauls que el diario es "acaso el género más profundamente arraigado en el arte de la coartada". Es así como la pregunta de Brossard por la "causa" de su diario se entronca en una tradición más vasta de escritores que transitaron por el género buscando siempre justificaciones: de auto-conocimiento, de salvación, de cura, de testimonio de una época, de viaje, etcétera.

En el caso particular de Nicole Brossard -que junto a la escritura de otras novelas ha participado en agrupaciones por los derechos humanos y en diferentes organizaciones feministas- se proponen ciertas variaciones, más relacionadas con el formato externo del diario que con el tono de sus palabras.

Ante todo, se trata de una secuencia de textos pedidos por encargo para una serie radiofónica en Radio Canadá, de Enero a Marzo de 1983. Esta delimitación es importante ya que coloca en un lugar paradójico la supuesta intimidad que debe poseer todo diario. La intimidad en voz de altoparlante ("qué es la intimidad sino exaltación, una profunda inspiración del ser que busca en ella su fuente") tal vez aquí se construya siguiendo a esa gran trampa del diario, la que Maurice Blanchot señaló alguna vez: la anotación insignificante, el obligado registro del devenir, que engaña al escritor simulando una salvación fantasmal: "lo cotidiano que minuto a minuto nos abisma en otras veinticuatro horas sin que sirva de nada querer resistirse".

En el diario de Brossard la temática pronto se desliza, desde esta "cotidiana insignificancia" hacia las preguntas sobre la escritura en general y sobre los diarios, para luego abordar otros temas como el feminismo, la condición de la mujer en la modernidad y el lesbianismo. Y también, el de la escritura itinerante, condenada a fijar el tiempo y el espacio: todas sus entradas indican diferentes ciudades y siguen a la autora a través de París, Roma, New York o Atenas. La escritura implica el advenimiento de un tiempo "que deja de ser superfluo", y devuelve las reminiscencias de un viaje a las islas griegas en 1970 o una entrevista decepcionante a Simone de Beauvoir. Así, el diario de Brossard, ese "espacio en donde el sujeto gira en círculos hasta el agotamiento de sí mismo", abre su mirada hacia la historia de la humanidad con "Obra de carne y metonimias", la segunda parte del libro. Se trata de una serie de fragmentos que abordan el tema de la relación entre las hijas y las madres a la sombra de otro vínculo más transversal que es la de la lengua materna, las inscripciones sonoras en la memoria en la construcción de una lengua propia.

La "carne recién nacida" trasunta los códigos que desde el origen de la humanidad se continúan en el devenir de las generaciones: "¿En qué lengua Alexandra construirá su mundo interior, sus palacios de utopía y pertenencia, su cederom de emociones interactivas? ¿En qué noche urbana, en qué laberinto lingüístico, por qué ruta informática los genes de Alexandra irán a dejar su grano de sal, yendo, en el futuro de la especie, tanto al encuentro de la antigua humanidad como al lado de la nueva especie cyborg?"
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