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 domingo, 14 de noviembre de 2004  
[Lecturas]
Noticias de un mundo en crisis
Novela. "La noche del oráculo", de Paul Auster. Traducción de benito Gómez Ibáñez. Editorial Anagrama, Barcelona, 2004.

Carlos Roberto Morán / La Capital

Paul Auster nos cuenta historias que rozan lo inverosímil pero que terminan persuadiéndonos por la impronta que sólo él sabe conferirles a partir de su prosa poderosa y de su envidiable calidad narrativa. Si impactados y ligeramente confundidos quedamos con "El libro de las ilusiones", su novela anterior, cómo no volver a caer en ello con esta "La noche del oráculo" que, como en el juego de las cajas chinas, encierra un misterio que encierra otro misterio que encierra otro misterio?

Así de continuo, mientras una Nueva York omnipresente es el telón de fondo o, más aún, el único escenario posible para que este escritor nacido en la norteamericana Nueva Jersey en 1947 nos fascine con su nuevo y tenso relato. En la novela Sidney Orr, un joven escritor de 34 años, logra superar los embates de una extraña enfermedad que le provoca hemorragias nasales y que casi le causa la muerte. En esos primeros días en que se aventura a moverse por la Nueva York de los 80 confiesa: "Me costaba trabajo averiguar donde acababa mi cuerpo y empezaba el resto del mundo". Tropieza aún con las veredas más lisas. "Llevaba toda la vida viviendo en Nueva York -cuenta-, pero ya no entendía ni las calles ni el gentío, y cada vez que salía a una de mis breves incursiones me sentía como perdido en una ciudad desconocida".

Orr ha dejado de escribir a causa de la enfermedad. Sin embargo -y cuando no, tratándose de Auster- por azar en una de esas caminatas termina descubriendo una pequeña papelería -"El Palacio del Papel"- de la cual es dueño un chino complejo y enigmático, el señor Chang, a quien le compra un cuaderno azul de origen portugués. El cuaderno, se podría decir, "obliga" a Sidney a volver a la escritura, a contar una historia cuyo comienzo copia de un episodio que narra Dashiell Hammett en "El halcón maltés": la decisión que toma un hombre, Flitcraft, de cambiar sustancialmente su vida después que se salva de morir aplastado por una viga.

El personaje de la novela que Orr comienza a escribir, el editor Bowen, también se salva por un pelo de morir al caer una gárgola a pocos centímetros de su persona y entonces decide huir hacia cualquier parte para iniciar una nueva vida. "Es el azar quien gobierna al mundo. Lo aleatorio nos acecha todos los días de nuestra vida; una vida de la que se nos puede privar en cualquier momento, sin razón aparente", nos vuelve a advertir Auster a poco empezar su novela. Como si fuera un escritor latinoamericano que adhiriera a la literatura fantástica (Bioy Casares, Cortázar), el autor de "Leviatán" va aportando elementos indiciarios que hablan al lector de los ecos del "otro lado", nunca totalmente aclarados, que sobresaltan y subyugan.

Así sobrevienen las preguntas que, aclaramos, no tienen claras respuestas: ¿Por qué el cuaderno azul parece ser un elemento que hipnotiza y alucina? (en algún momento la mujer de Orr, Grace, dice "no haberlo visto" cuando él estaba escribiendo en el cuaderno); ¿quién es, en definitiva, el chino que le vende el papel y que después se transformará en un verdadero e inesperado enemigo? ¿por qué otro escritor, John Trause, que también escribe en ese tipo de cuaderno, le advierte a Sidney sobre la posible "maldición" del objeto?

Las preguntas se amplían sin solución de continuidad porque en la primera parte de "La noche del oráculo" Orr escribe la historia del editor Bowen, quien al huir lleva el inédito de una escritora muerta, Sylvia Maxwell, que se titula "La noche del oráculo". Un misterio que encierra otro misterio que encierra otro misterio.

Auster es persuasivo, narra esas historias extrañas, protagonizadas por escritores y por libros en una sociedad que no suele estar tan atenta a lo que les ocurre a sus creadores. Pero el mundo que impone el norteamericano es así, autoritario por totalizador, ubicado al margen de la historia, autosuficiente siempre, exigiendo del lector la suspensión de la incredulidad y el "pacto" de aceptar la historia que Auster nos cuenta.

El relato que narra Orr se interrumpe cuando Bowen queda encerrado en un sótano rodeado de guías telefónicas del mundo entero que ha coleccionado un delirante que quiere guardar, por así decirlo, la memoria humana. A su vez la presunta novela de Maxwell habla de un teniente inglés ciego que tiene sueños premonitorios y que se mata al "saber" que su mujer lo engañará en un tiempo futuro, mientras la vida de Orr se precipita en zonas de oscuridad cuando su mujer comienza a tener actitudes extrañas, se complica su relación con Trause e irrumpe en sus existencias el joven hijo de Trause, drogadicto e inestable.

La novela de Auster se encuentra atravesada de indicios ambivalentes que, oraculares, le van advirtiendo a Orr que nunca deben abrirse las puertas cerradas porque ellas pueden llevar a la destrucción. Otros críticos han disentido con la más reciente propuesta narrativa de Auster sosteniendo, como José María Guelbenzu en El País de Madrid, que "le ha faltado músculo" para "cerrar" las diversas historias abiertas. En cambio, a nosotros nos fascinó esa amplitud creativa y de miras, la tensión permanente que impide dejar el libro de lado, esas noticias de un mundo en crisis que para Orr estalló en los 80 pero que parecen querer referir lo que hoy nos pasa.

Como fuere, el plato está servido y es bueno aprovecharlo.
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