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 domingo, 14 de noviembre de 2004  
[Nota de tapa] Larga es la noche
Trabajos nocturnos, los secretos que guarda la ciudad
Cuando la actividad del día se interrumpe, muchas personas siguen en actividad. Algunos aman la oscuridad, otros quisieran volver a los horarios comunes. Todos cuidan, a su manera, el sueño de los que descansan

Gabriel Zuzek

Innumerables son las teorías sobre cuál es el horario exacto en el que comienza la noche. La cantidad de hipótesis que pueden tejerse es inversamente proporcional al número de habitantes que pueblan el planeta tierra. Para algunos, la noche comienza en el preciso instante en el que la tarde muta en un confuso remolino de luces y sombras. Otros, dan por sentado que el inicio se produce cuando las dos agujas del reloj se abrazan sobre el número doce. Más allá de la infinidad de conjeturas que pueden realizarse sobre este hecho, es innegable que el ritmo laboral de la ciudad da un vuelco cuando el sol se muda hacia el otro hemisferio.

A esas horas, los colectivos viajan como si fueran gigantescas peceras sin agua y por las calles casi desiertas se desparraman las luces rojas de las banderitas de los taxis libres. Las pulsaciones buscan el sendero de la pausa aunque muchas veces equivoquen el camino y un halo enigmático se apodera de los transeúntes. Los hombres y mujeres que trabajan cuando el día es sólo un recuerdo sostienen en su mirada un brillo especial y para esquivarle al sueño recurren a la fiel compañía de las estrellas.

Producir durante la noche trae trastornos en los hábitos familiares y son muchas las sillas y las camas que quedan vacías. En esta arbitraria selección de labores nocturnas ingresaremos en el mundo del sereno de un cementerio y en las difíciles vivencias de una guardia médica. También conoceremos las habilidades de un controlador de vuelo y viajaremos con los hombres que recolectan la basura y con aquellos que se encargan de mantener encendida la luminaria de la ciudad.


DE FUNCION SERENO
Con 57 años cumplidos, Alcides Gómez se ha desempeñado en numerosos trabajos. Sin embargo, aclara que su oficio es el de soldador. Tiene la cara redonda, la tez morena y una voz enérgica que se diluye en la soledad de la Oficina de Defunción del Cementerio El Salvador. Allí, los fines de semana y los feriados Alcides Gómez trabaja como sereno del lugar.

Desde muy joven estuvo cerca de los muertos, porque cuando apenas había superado los veinte años viajó a Buenos Aires y se empleó en una cochería. "Un día se me ocurrió investigar Buenos Aires y le escribí una carta a una prima que vivía en Quilmes diciéndole que quería trabajar allá. Ella me respondió que me iba a conseguir laburo, pero jamás imaginé que iba a entrar a una cochería", cuenta Gómez.

En la localidad del sur del Gran Buenos Aires estuvo trabajando varios años hasta que decidió contraer matrimonio y debió regresar a Rosario. "Aprendí rápido a preparar los muertos para los velorios y cuando me enseñaron a manejar empecé a llevarlos al cementerio. Yo no tengo problemas de hacer ese trabajo o de estar acá como sereno; esta tarea te tiene que gustar porque si no te gusta te trabaja esto -dice mientras se lleva el dedo índice a la sien- y si te pasa eso estás listo".

El trabajo de Alcides Gómez como sereno del cementerio comienza a las 18 y termina a las seis de la mañana. "Lo que yo hago es recorrer el cementerio de punta a punta y también tengo que estar con todas las mechas prendidas para cuidar todo el capital que hay acá en la oficina", relata Gómez que está cerca de cumplir el tercer año en esta tarea. Desde hace algún tiempo cuenta con el apoyo de un móvil de la policía de la provincia que realiza la custodia externa del cementerio.

Suena el teléfono. Gómez se levanta con parsimonia y atiende con voz seca. Cuelga el tubo, camina hasta la cocina y vuelve a sentarse. Con un rápido vistazo repasa la oficina y de su boca brota un sarcástico catálogo de anécdotas. "Hacía muy poco tiempo que había empezado a trabajar y un día se me ocurrió entrar en un panteón abandonado. Ahí encontré a una pareja que estaba haciendo curaciones. Había monedas, sapos, un frasco de perfume y ellos dos haciendo la brujería. No tuve más remedio que llamar a la policía y echarlos".

No fue un caso aislado: "muchas veces escucho a la gente que deja gallinas extirpadas sobre la vereda y velas negras por todos lados -continúa-. Yo cierro la puerta y las dos rejas con candado, sobre todo ahora porque hace unos días que se rompió la alarma". En los demás días de la semana Alcides Gómez trata de rebuscárselas haciendo todo tipo de changas pero no duda cuando dice que se siente un privilegiado por el trabajo que tiene. "Esto para mí es lo ideal, hay personas a las que no les agrada pero a mi me gusta", dice.

En las doce horas que dura su tarea Alcides Gómez tiene algunos pasatiempos muy peculiares. "Nunca intenté traerme un televisor porque como voy y vengo en bicicleta me resulta dificultoso. Escucho la radio pero lo único que me llama la atención es el informativo. A veces leo el diario o lo que agarro por ahí; en algunos momentos me pongo a leer los certificados de defunción para ver si encuentro a algún conocido. Estoy acostumbrado a esto, mi aspiración es llegar a ser sepulturero pero hasta ahora no se me dio la oportunidad".


CON LA GUARDIA ALTA
Aunque la noche ya se desplomó sobre la ciudad, a los niños que berrean en los pasillos del Hospital Víctor J. Vilela poco parece importarles ese detalle. Los rostros de padres preocupados se multiplican por doquier y parecen buscar alguna respuesta con la mirada fija en las baldosas. El reloj marca algunos minutos después de las 22.45 pero es un objeto al que nadie le da mayor trascendencia. No así al calor pesado que invade todo el ambiente. Con una sonrisa constante detrás de una tenue barba candado, el doctor Gonzalo Fernández Bruera trabaja en la guardia del hospital atendiendo un paciente detrás de otro.

"La actividad fuerte es hasta la una o las dos de la mañana pero eso depende de la época -explica Fernández Bruera-. La más activa del año es la época invernal, es la situación que los pediatras llamamos el pico de invierno que es cuando aparecen «las pestes»; en ese momento el trabajo es prácticamente continuo".

Las guardias médicas son de 24 y de 12 horas pero todo depende de los servicios que brinde cada institución. "En la actualidad yo estoy tratando de alejarme un poco de la vida de la guardia porque uno tiene un tiempo de vida útil para esto. Llevo doce años haciendo guardias totales y estoy intentando cambiar mi tipo de actividad por la internación o el consultorio".

Fernández Bruera explica: "Lo que pasa es que este trabajo es una manera sencilla de poder vivir de algo porque se cumple un horario y se recibe una remuneración por ello. Sencilla en el sentido de lo que en la actualidad está ofreciendo este modelo económico, porque la consulta y el consultorio, al haber tanto sistemas de medicina instantánea, no te ofrece la misma remuneración. Pero la guardia es agotadora y llega un momento en que te destruye la cabeza". El médico abre entonces la puerta de su consultorio para llamar al próximo paciente.

Sebastián tiene apenas dos años y los ojos repletos de lágrimas, no pasan muchos minutos para que su llanto desconsolado inunde el lugar. El pediatra sigue trabajando como si ese berrinche fuera la más armónica de las melodías y con indicaciones precisas le receta un medicamento a la madre del niño para cortar los vómitos que le complican su breve existencia.

El médico saluda con la sonrisa eterna estampada en su rostro, cierra la puerta del dispensario y cuenta: "Yo tengo una mujer y cuatro hijos, es decir que mi señora ya está acostumbrada a que una o dos veces por semana yo no estoy en casa. Para una mujer es difícil ir a acostarse y no tener a su pareja al lado".

Fernández Bruera anhela el día en que pueda decirle a su esposa que abandona el trabajo nocturno. "Me gustaría darle esa alegría, pero esto yo lo hago por una cuestión laboral. Sino tuviese la imperiosa necesidad económica de trabajar de noche no lo haría y volvería a mi casa".

Algunos profesionales se dedican a hacer solamente guardias y lo más común es que realicen tres semanales de 24 horas porque con eso les alcanza para sobrevivir. "Al trabajo nocturno aprendí a tolerarlo y en la actualidad lo que trato de hacer es fraccionar mi día, si hoy estoy 12 horas de noche en la próxima guardia que me toca intentaré estar 12 horas de día. Cuando logro hacer eso la separación de mis hijos y mi señora no es tan traumática", manifiesta.

Gonzalo Fernández Bruera tiene 44 años y lanza una carcajada cuando se lo consulta sobre la fantasía que hay en la sociedad en cuanto a lo que puede suceder entre los médicos en una guardia. "La fantasía existe pero te puedo asegurar que no hay nada más aburrido que las guardias de los médicos; los ambientes hospitalarios funcionan como comunidades y todo lo que uno haga es evaluado por la comunidad", alega Fernández Bruera en el momento que abre la puerta para que ingrese un nuevo paciente.

Una de las tantas teorías sobre el inicio de la noche indica que a partir de las 20 el terreno ya es parte de los denominados horarios nocturnos. Así parece señalarlo el incesante movimiento de trabajadores con mamelucos azules y verdes en la puerta de entrada de Cliba, una de la dos empresas que en Rosario tienen la concesión para realizar la tarea de la recolección de residuos. Los motores de los camiones recolectores ya están en marcha y preparados para salir a rodar por la ciudad.

Miguel Angel Burgos tiene 45 años, es chofer del móvil 1355 y en su cabellera tupida de rulos se divisan algunas canas. "Hace seis años que estoy en el tema pero en esta empresa hace tres años que trabajo", dice. Junto a su esposa, que trabaja como docente, tienen que poner la mesa para seis hijos; "familia numerosa", apunta con una sonrisa traviesa.

"Prefiero trabajar de noche porque me deja toda la mañana libre para poder hacer trámites. Es un laburo tranquilo y ahora se ha aliviado mucho porque en el centro han puesto contenedores y eso es una gran ventaja para nosotros. Pero en los barrios y en las rutas abiertas el trabajo sigue siendo pesado como antes, sobre todo los lunes y los domingos por la cantidad de basura", agrega Burgos.

Jonathan Vargas Santana habla de manera arrebatada como lo denotan sus 23 años de vida. Hace dos años que trabaja como cargador nocturno de Cliba. "A mí me gusta mucho el horario nocturno y valoro el compañerismo que existe acá. Ahora se está haciendo un poco pesado el trabajo porque han alargado las rutas", afirma y deja deslizar una queja por el salario que perciben los trabajadores.

Veintitrés años también cuenta en su vida Carlos Montenegro que tiene en sus ojos casi imperceptibles una gran cuota de desconfianza. Es soltero y responde con una mueca desganada cuando se le consulta si le satisface el turno de la noche. "Es un laburo más", remata. Alrededor de cinco o seis horas es lo que tarda una cuadrilla de trabajadores en hacer el recorrido, "están repartidos por zonas, un recorrido pegado al lado del otro y más o menos serán cien cuadras para cada grupo. En el centro levantamos los contenedores y en los barrios corremos con las bolsitas", notifica Montenegro.

La flotilla de la empresa está compuesta por 17 unidades y los trabajadores entre cargadores y choferes que salen a la calle suman 51. Es la hora de comenzar otra noche laboral y a los recolectores de residuos no les interesa saber sobre teorías nocturnas sino simplemente cumplir con su trabajo.

Saliendo unos pocos kilómetros fuera de la ciudad la noche toma otra fisonomía. El cielo parece abrirse como un abanico desmedido y su esplendor es similar a la belleza que ofrecen las plumas desplegadas del pavo real. Sin embargo, los controladores del espacio aéreo de la torre de control del Aeropuerto Internacional de Rosario apenas pueden detenerse un instante en estas particularidades. La tarea que realizan requiere mucho conocimiento y una concentración casi permanente.

El piloto Walter Barreto es el Jefe de la División Torre de Control y trabaja en el aeropuerto desde el año 1978. Sus palabras viajan por la ruta de la precisión de igual manera que su profesión se lo exige. "Nuestro trabajo consiste en brindar toda la información que es útil a los pilotos para el vuelo. Es como guiarlos para que el viaje sea normal. Los datos que les damos sirven para separarlos y para que no haya error en los reglajes altímetros entre un avión y otro. También para que sepan el parte meteorológico, la dirección y la intensidad del viento cuando llegan y cuando salen; además la presión atmosférica a nivel medio del mar (KNH), temperatura y punto de rocío", enumera Barreto.

"Todo esto es imprescindible para el avión porque le sirve para saber en cuál de las dos cabeceras de la pista debe descender. Una de éstas se maneja por instrumento donde están todas las radioayudas para darle apoyo cuando hay poca visibilidad. Y en la otra se utiliza una radio baliza y el BOR, que es un equipo que sirve para la navegación y para hacer la entrada por instrumentos de no precisión", agrega Barreto.

El aeropuerto tiene la denominación internacional H 24, lo que significa que los servicios de tránsito aéreo y todos los demás servicios funcionan las 24 horas. "Tenemos vuelos regulares pero son muy pocos -expresa Barreto-, generalmente terminan entre las 21 y las 22 y a partir de ahí en adelante estamos para atender los cruces o los vuelos de alternativas o eventualmente algún vuelo privado o militar. Mientras nosotros estamos de turno recibimos toda la información en un equipo que se llama TAU, donde se canalizan todos los planes de vuelo presentados en otros aeropuertos con destino a Rosario o que van a pasar por nuestra área de control. Antes de que despegue nosotros ya sabemos que va a venir o que va a cruzar".

El ambiente de la torre de control es más bien reducido y sobresalen dos equipos de VHF, el panel de iluminación, la pantalla del radar, el anemómetro y el barómetro. En la noche todas las luces están encendidas. Se distinguen la del faro de color verde que gira en el techo de la torre de control y que se puede observar desde una distancia de 30 o 40 kilómetros. También las luces de rodaje que oscilan del rojo al ámbar según la situación del aterrizaje.

En los años que lleva ejerciendo esta profesión Walter Barreto tuvo que sortear varias situaciones difíciles. La que más recuerda debido a su magnitud ocurrió un luminoso mediodía de domingo. "Estaba trabajando muy tranquilo cuando me llaman de Ezeiza diciéndome que en cinco minutos iba a tener el avión presidencial porque había una amenaza de bomba a bordo. El presidente era Alfonsín, y en cinco minutos junto a mis compañeros tuvimos que llamar a todas las autoridades, a los de explosivos, a los bomberos. Hicimos todo el operativo con la policía aeronáutica y tuvimos que hacer descender a toda la tripulación y bajar el equipaje. Por suerte, solamente fue una falsa alarma".

Este trabajo también requiere una actualización constante en materia de instrucción porque hay que estar atento y bien preparado en los momentos complicados. "En las situaciones de emergencia -dice Barreto- hay que darle todo el apoyo al piloto que está sólo en la cabina y te está pidiendo ayuda porque tiene un motor plantado, fuego a bordo o está en el medio de la tormenta. Hay que tener la capacidad para dar la información precisa en un lapso de tiempo muy corto".

El jefe de la torre de control tiene 52 años, 34 en la profesión y tres hijos. La nostalgia se adueña de su rostro al contar que en el 2005 llegará el momento de jubilarse. Sin embargo, su vida continuará ligada al aire porque se dedicará a pilotear aviones de fumigación. En los ojos de Walter Barreto se distingue la satisfacción de los hombres que han realizado un buen trabajo.
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Los recolectores, uno de los trabajos más duros de la noche.

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