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 domingo, 14 de noviembre de 2004  
[Presentación] Relatos de escritores de la ciudad
Diez rosarinos de antología
Ediciones Desde la Gente y la secretaría de Cultura municipal presentan el primer volumen de una compilación de cuentos

Osvaldo Aguirre / La Capital

En el prólogo a la antología "Los cuentistas de Rosario" (1975), Gladys Onega señaló que ninguno de los autores entonces seleccionados "está considerado oficial u oficiosamente como integrante de la literatura a la que podríamos llamar -sin entrar en discusiones teóricas- como nacional o argentina". La afirmación podía resultar sorprendente, si se piensa que algunos de ellos habían sido publicados por editoriales nacionales y distinguidos con premios importantes. En rigor venía a plantear una de las cuestiones insistentes en las condiciones de producción de los escritores oriundos o residentes en Rosario: las posibilidades de inserción en la industria editorial y, en íntima relación con ese problema, su legitimación en tanto escritores.

La ubicación en la mapa de la literatura nacional suele ser un interrogante para los escritores de Rosario. La proximidad de Buenos Aires, como se sabe, el lugar privilegiado de recepción, circulación y consagración para la producción cultural del país, constituye una condición de posibilidad y a la vez un obstáculo. El centro donde se definen todas las instancias del circuito literario (autor, obra, edición, distribución) se muestra lo suficientemente cercano como para abordarlo y lo bastante lejano para sentirse casi un extranjero. Treinta años después la observación que hacía Onega ya no se sostiene, en el sentido de que la mayoría de aquellos autores son hoy reconocidos. Algunos abandonaron Rosario, otros permanecieron en ella, todos fueron leídos a través de editoriales con sede en Buenos Aires. Esta situación no significa que el problema haya desaparecido. Pero los narradores rosarinos de los años 60 y 70 no sólo adquirieron estatus de argentinos sino que también tuvieron descendencia. Y ellos mismos señalan a sus continuadores. "En lo cultural -dice Elvio E. Gandolfo- me impacta mucho el brote de narradores que hubo en los últimos años (...). Rosario no tenía muchos narradores y ahora hay como veinte, de todas las edades además".

La aparición de esos nuevos narradores vuelve a plantear problemas del pasado. Históricamente los escritores residentes en Rosario compartieron las dificultades de otros escritores mucho más distantes de Buenos Aires para incorporarse al circuito editorial. Las editoriales de la ciudad surgieron por lo general a partir de las actividades de librerías o de grupos literarios nucleados en torno a revistas, pero esas ediciones quedaban limitadas a circuitos restringidos. En ese marco se destaca con nitidez la Editorial Biblioteca, el sello de la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil, que entre 1966 y 1976 publicó más de cien títulos, entre ellos obras fundamentales de la literatura nacional ("En el aura del sauce", de Juan L. Ortiz) y las producciones de una nueva generación de prosistas y poetas. Esa experiencia, en la historia cultural de Rosario, sigue siendo extraordinaria en el doble sentido de la palabra: por la magnitud de sus realizaciones y por el hecho de no haber tenido continuadores. (...)

Las dimensiones adquiridas por la narrativa escrita en Rosario explica la dificultad de realizar una antología. La selección de los cuentos presentados en este primer volumen de Rosarinos se realizó con el propósito de exponer la diversidad de generaciones y propuestas de los narradores surgidos en la ciudad. Roberto Fontanarrosa, Elvio E. Gandolfo, Angélica Gorodischer y Jorge Riestra son, en esta muestra, los clásicos. Jorge Barquero, Delia Crochet, Pablo Makovsky y Patricia Suárez, los modernos. Alicia Kozameh y Eduardo Sguiglia se instalan en una zona intermedia, más por circunstancias biográficas (la militancia política, el exilio) que literarias. Las diferencias literarias entre unos y otros plantean la pregunta acerca de qué tienen en común. Son rosarinos, claro. Pero conviene recordar que Riestra ha rechazado el título de "escritor local", observando que de los escritores de Buenos Aires no se dice "los escritores porteños" sino "los escritores argentinos". El autor de "Salón de billares" ponía de relieve así el doble confinamiento que puede sufrir el escritor residente en Rosario: ser un "autor local" sin mayor trascendencia para sus conciudadanos y un "escritor de provincia", marginal al centro de consagración, contemplado desde Buenos Aires. En el estado actual de la discusión literaria, decir que un texto es rosarino comporta un juicio de valor ambivalente, ya que para unos escritores equivale a una rebaja y para otros define nada menos que una identidad. Unos impugnan la distinción entre literaturas nacionales y regionales; sólo hay literaturas regionales, dicen, y en ese marco una que es dominante desde el origen e impone sus reglas. Otros, siguiendo la célebre "Discusión sobre el término zona", de Juan José Saer, que las regiones no existen, ya que es imposible circunscribirlas con precisión. Más allá de las polémicas, los lugares, los personajes y las historias de Rosario son inspiración para los escritores, tanto en una vertiente realista, de la que Roberto Fontanarrosa constituye un ejemplo, como en la fantástica, fundada a partir de la poderosa imaginación de Angélica Gorodischer. Pero las distinciones son relativas: la ficción puede asociar confines imaginarios del universo y el bar de la esquina.
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