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 domingo, 14 de noviembre de 2004  
Cultura
Valorar la vejez

Cuando se intenta pensar acerca de la vejez no podemos hacer ningún análisis sin referirnos a la cultura en la que el "viejo" se halla inmerso. En las sociedades nómades, que se basan en la caza y en la recolección, los ancianos se mantienen integrados a la comunidad siempre y cuando no amenace la integridad o subsistencia del grupo.

En estos pueblos es fundamental el problema de la alimentación, por lo cual, el anciano que no puede procurarse su alimento es recibido por el resto de la comunidad para evitar la muerte por inanición. Tienen un papel muy definido dentro del grupo: la trasmisión simbólico cultural de conocimientos. Su experiencia de vida, en pueblos sin registros escritos, es valorada por todos. Además, dada la poca esperanza de vida en este tipo de comunidades, quién consigue vivir tanto lo ha logrado como recompensa de su vida ejemplar. Los chamanes y brujos son un ejemplo de ello.

Sin embargo, en algunos pueblos como los chukchis (pueblo nómade de Siberia) cuya alimentación depende de la pesca, muchas veces incurren en el gerontocidio, incluso otras en el infanticidio, en caso de insuficiencia alimentaria. Los ancianos que no han podido reunir cierto capital, a través del comercio con blancos, suelen ser una carga para el grupo y se le obliga a llevar una vida tan dura que fácilmente aceptan la muerte.

Cuando la cabeza de la familia decide eliminar al anciano se organiza una fiesta en su honor: cantan, comen foca y beben whisky. Cuando el viejo se ha embriagado y está dispuesto a aceptar la muerte, su hermano o el hijo más joven se ubica detrás de él y lo estrangula con una espina de foca.

Más conocido aún es el suicidio altruista de los esquimales en el que se le pide al anciano que se recueste sobre la nieve y espere la muerte, o bien, en una expedición de pesca se lo abandona en un banco de hielo. En Groenlandia, cuando el mayor se siente una carga para los demás decide hacer una confesión nocturna, luego se sube a un kayak y abandona la tierra para morir en el mar.

En este tipo de sociedades nómades el anciano no es abandonado por los demás, sólo se los deja para morir, aceptado culturalmente.. Hay una co- residencia entre generaciones donde la organización familiar es horizontal (hermano-hermana) incluso es común el compartir esposas en algunas tribus.

En los pueblos ganaderos o agricultores, sedentarios, la lucha por la vida es menos implacable. Los ancianos son los depositarios de las tradiciones, los especialistas en cultivo y los que ejercen el poder político, social, familiar y ritual. Si bien son muy pocos los que llegan a viejos por la forma de vida, son los que acceden a las mejores mujeres del grupo. Su autoridad es impuesta a través de normas culturales que favorece la coexistencia de varias generaciones, incluso se ocupa del estricto control de las sexualidad entre los más jóvenes. Mientras pueden subsistir solos, residen en sus propios hogares.

En las sociedades de hoy, llamadas industrializadas, el elemento social integrador es la ocupación laboral. Las personas que no trabajan no mantienen prestigio ni identidad social. Algunos estudios en medicina geriátrica o sociología los han definido como la "pena de muerte social", ya que generalmente es seguido de enfermedades psicosomáticas o a la muerte biológica, afectando más a hombres que a mujeres.

Hoy la estructura familiar está basada en la familia nuclear, por lo cual el anciano no sólo es aislado, sino, que tampoco posee el prestigio social o familiar de los otros grupos mencionados. En el mejor de los casos, pasan a depender de sus descendientes y se espera que moleste lo menos posible.

A partir de la década del 50 ser joven es una virtud, un atributo sin el cual muchas puertas se cierran; se niega el ciclo vital, no se acepta la vejez como una etapa más de la vida. El "horror" de llegar a viejo debe evitarse a cualquier costo. Aunque, hay que destacar que en nuestro país, dentro de otras culturas indígenas, los ancianos gozan de afecto y comprensión de los más jóvenes.

Sería interesante pensar en el entorno social y cultural del anciano de hoy. Por qué se seguirá reproduciendo la misma dinámica en la que obligamos nosotros también a un "suicidio altruista" de nuestros abuelos. Más allá de las dolencias psicosomáticas habrá que pensar en las "dolencias culturales" basadas en la desvalorización y desafecto de los que se han convertido en consumidores pasivos.

Todos fuimos niños y recordaremos, seguramente, algún abuelo propio o ajeno que nos inundó de alegrías nuestra infancia. Y también todos seremos viejos (viejos son los trapos, decía mi abuela Olga) o ancianos o gerontes o de la tercera edad o como los queramos llamar. Ojalá todos seamos abuelos, con lo que la palabra abuelo nos pueda significar.

Carina Cabo de Donnet

Cientista de la educación, profesora en filosofía

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