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 domingo, 14 de noviembre de 2004  
Para beber
Historia del vidrio II

Gabriela Gasparini

Estábamos ya en las botellas cilíndricas que podían almacenarse acostadas, pero que todavía eran fabricadas de manera artesanal. Eso fue hasta que en 1867, en Alemania, se inventó el horno de fundición continuo y un poco más tarde los moldes para vidrio que permitían la industrialización. A su vez en EEUU nacía la máquina de soplado que daba paso a la fabricación de botellas en serie, y que enfocó su producción en los envases con cuellos adecuados para el cierre con corcho. Así fue como pasó de artesanía muy redituable, a incipiente y mucho más fructífera industria botellera.

Pero no todo iba a ser tan sencillo porque entonces cada región quiso tener su propio diseño. En aquél momento la preocupación no tenía tanto que ver con proporcionar un envase que ayudara a la mejor conservación y desarrollo del ilustre contenido, como con la necesidad de las zonas de diferenciarse bien unas de otras.

Igualmente, cabe destacar que con el paso del tiempo todas las versiones fueron modificándose por diversos motivos que van desde cambios en los procesos de elaboración, como es el caso del color oscuro debido al humo de turba en los comienzos y que ahora se consigue con pigmentos, hasta avatares de la moda, pasando por decisiones empresariales como es reemplazar el corcho por la tapa a rosca.

A las primeras bien identificables que fueron las botellas de Oporto (que se hicieron famosas a todo lo ancho del globo de la mano de los ingleses) y que estaban caracterizadas por sus hombros rectos y un cuello como con un pequeño bulbo que ahora casi ha desaparecido, se le pueden sumar como versiones originales las de Borgoña, Burdeos y el Rin.

En cada caso fueron estilizando sus formas. Por ejemplo las bogoñonas nacieron de base ancha, hombros caídos y cuello largo; las bordelesas, en cambio, siempre fueron más delgadas, rectas, de hombros marcados y cuello corto. En los dos casos verdes para proteger sus tintos de la luz. Con el tiempo aparecieron versiones de la última en vidrio transparente para los dulces de Sauternes y Barsac.

Las renanas son esas largas, estilizadas que no tienen hombros y que surgieron marrones para ir luego cambiando de color, según los vecinos iban copiando el estilo. Las vecindades también suelen diferenciarse porque en algunos casos no tienen el picado, que es esa concavidad inferior que nació del lugar donde el soplador apoyaba la caña cuando le iba dando forma a su arte.

De ahí en más todo fue posible, dejando de lado otras bien conocidas como las de Chianti, Tokay o Marsala, por dar sólo algún ejemplo. Porque, sobre todo en el nuevo mundo vinícola, no hubo límites cuando se trató de implementar las diversas variaciones que los bodegueros se empeñaron en hacer fabricar con el único propósito de deslumbrar al mercado y diferenciarse de la competencia: las cónicas, las esmeriladas, las diferentes ofertas de lo que nosotros llamamos caramañolas y que en su lejano original se denominaban Bocksbeutel.

¿Pero qué es lo que hay que tener en cuenta a la hora de evaluar la calidad de una botella? Primero el peso, a más peso más calidad porque el peso se traduce en grosor, resistencia térmica, a la presión, al choque y también un picado más profundo. El color del vidrio que protege de la luminosidad del ambiente. El tipo de embocadura (esto es calidad del anillo o ese borde que rodea el final del gollete) y el largo del cuello que determinará el tipo de corcho.

Y por supuesto el tamaño de la botella. En las que son pequeñas la relación oxígeno volumen líquido es mayor por lo que el vino tiende a envejecer más rápido. Hablar de vidrio y corcho para algunos será una antigüedad frente a las innovaciones que se ofrecen actualmente, pero todavía hay que ver qué pasa cuando el tiempo empiece a correr y lo que encierran esos novedosos envases vaya evolucionando, ¿cuál será el resultado?
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