Año CXXXVII Nº 48550
La Ciudad
Política
Información Gral
Opinión
El Mundo
La Región
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Economía
Escenario
Mujer
Señales
Turismo


suplementos
ediciones anteriores
Salud 20/10
Autos 20/10
Turismo 17/10
Mujer 17/10
Economía 17/10
Señales 17/10


contacto

servicios

Institucional

 domingo, 24 de octubre de 2004

Reportaje a Oscar Conde
El idioma de los argentinos
El autor del "Diccionario etimológico del lunfardo" actualiza el registro del lexico popular y rastrea orígenes desconocidos de numerosas palabras

Osvaldo Aguirre / La Capital

Oscar Conde (Buenos Aires, 1961) es profesor de griego y latín en la Universidad de Buenos Aires y a la vez integra la Academia Porteña del Lunfardo."La pasión que yo tengo por las etimologías y el origen de las palabras -dice- es algo que puedo ver realizada tanto en la enseñanza de lenguas clásicas como en el habla lunfarda". La demostración más elocuente al respecto es su "Diccionario etimológico del lunfardo", de reciente edición en el sello Taurus, un innovador registro que echa por tierra viejos errores y actualiza el repertorio de un léxico que "nació en oposición al español estándar".

El "Diccionario etimológico del lunfardo" (cuya primera edición apareció en 1998) puede sorprender al lector con sus inclusiones de numerosos términos del lenguaje del rock, la política y el espectáculo, entre otros ámbitos. Igualmente inusual puede resultar el rigor con que Conde se propone delimitar los alcances del lunfardo, estudiar sus mecanismos de creación de palabras y rastrear etimologías que, en su mayoría, no habían sido establecidas.

-Parece raro estudiar el lunfardo desde una perspectiva académica, como hacés, con conceptos que en otros textos no aparecen.

-Los autores de diccionarios de lunfardo, en efecto, no tienen en general formación lingüística. Y los que la han tenido, como José Gobello o Mario Teruggi, fueron autodidactas, no es que estudiaron lingüística sino que se preocuparon por estudiar cuestiones teóricas vinculadas a la lexicografía o a las hablas populares. En general los académicos que se dedican al habla popular menosprecian el lunfardo y creen que es una cosa del pasado.

-¿Cómo puede ser definido el lunfardo?

-Es un léxico -no una lengua-, un vocabulario nacido en un triángulo imaginario que estaría dado por las ciudades de Buenos Aires, Rosario y Montevideo, y que ha surgido en oposición al español estándar. Cuando nació era probablemente un sociolecto, es decir la expresión de una clase social humilde. El hablante arquetípico es para mí el habitante del conventillo y ahora se ha extendido a países limítrofes y en principio a todas las grandes ciudades argentinas, gracias a los medios de comunicación. Yo he hecho una serie de prevenciones respecto de los léxicos lunfardos habituales, porque allí aparecen mezclados términos que no deberían estar. Un grupo importantísimo es el de los seudolunfardismos, que son palabras que, aunque la gente cree que son lunfardas, no lo son, porque existen en la lengua española desde mucho tiempo atrás. Por ejemplo fiambre-cadáver, plomo-persona pesada, mechera-ladrona de tienda. Otras palabras que he excluido del léxico son adaptaciones a la lengua española de avances tecnológicos, como faxear, chateo, microondear. Tampoco esas palabras son lunfardas, porque se usan en Colombia, México, España, no son usos exclusivos nuestros. En tercer lugar -y aquí reconozco que hay algunas dificultades-trato de excluir los americanismos, palabras que se usan en media América o casi toda América. Lo que hago es tratar de hacer un recorte lo más certero posible para lograr una delimitación del lunfardo, porque el lunfardo no es todo lo que se habla en Buenos Aires ni es solamente lo que se hablaba hasta 1930, como pretende la Academia Argentina de Letras.

-En el prólogo del diccionario destacás que el valor semántico define la pertenencia de una palabra al lunfardo. ¿Podrías explicar esa idea?

-Dentro del lunfardo, por ejemplo, hay un montón de palabras que son de origen español. La palabra cotorro, que aparece en el tango "Mi noche triste", de Pascual Contursi, es una deformación de una palabra española, cotarro. El cotorro es el bulín; cotarro se llama a un albergue humilde, para pobres y vagabundos. Como allí hay un cambio en la forma y en el sentido de la palabra, esa palabra sería lunfarda. A veces la palabra es la misma pero el sentido ha cambiado porque se ha metaforizado o ha habido allí una metonimia o algo por el estilo. La palabra azotea utilizada como cabeza, por ejemplo.

-¿Cómo es que el lunfardo se construye en oposición al español estándar?

-Por supuesto que no se trata de algo deliberado. Hay algunos casos en los que se intentó imponer alguna palabra, pero son contados. Por ejemplo, Niní Marshall inventó el insulto tarúpido, cuando hacía sus monólogos en la radio, en la década del 50. Cuando yo era chico, en 1970, en el colegio se recontrausaba decir tarúpido. Pero en general no es así como se dan las cosas. En principio la mayor cantidad de palabras nuevas las traen los jóvenes: fue así en el origen del lunfardo y sigue siéndolo ahora. Para que una palabra sea incluida en un diccionario de lunfardo debería tener cierto nivel de expansión social, es decir, uno tendría que verificar el uso en muchas personas. Este proceso de diferenciarse del español estándar tiene que ver con la transgresión y el juego. Hay allí un espíritu lúdico que hace que si bien uno sabe cómo se dice algo en español prefiera, por razones de confianza, razones expresivas o de diversión, usar el término lunfardo. Uno puede saber que se dice "no te pases" pero por ahí lo dice al vesre, "no te zarpes", y ya eso es lunfardo.

-Se dice que en su origen el lunfardo fue un lenguaje en clave, acuñado por delincuentes. ¿Es cierto?

-No. Te leo un fragmento de "Panorama del lunfardo" (1974), de Mario Teruggi: "El mentado carácter secreto del lunfardo o de cualquier otro argot no resiste el menor análisis, como lo han demostrado muchos investigadores serios. Una breve reflexión basta para comprender que si los delincuentes tuvieran un lenguaje secreto sólo conocido por ellos al usarlo ante desconocidos o posibles víctimas se pondrían en evidencia, es decir que su idioma cumpliría precisamente la función contraria a la buscada, que es la de despistar. Cualquier individuo que se comunicara con vocablos en parte incomprensibles no haría otra cosa que llamar la atención hacia sí mismo y despertar sospechas sobre sus intenciones". Es una cuestión de sentido común. La primera vez que apareció la palabra lunfardo fue en "El dialecto de los ladrones", un artículo anónimo que salió en el diario La Prensa el 6 de junio de 1878. Allí hay un pequeño listado de palabras, donde aparece lunfardo con el sentido de ladrón. Esto después fue muy estudiado por Amaro Villanueva, que tiene un artículo clave, "El lunfardo" (1962), donde hace un estudio etimológico y llega a la conclusión de que lunfardo es una deformación de la palabra lumbardo, o sea nacido en la Lombardía. Villanueva llega hasta el habla popular romana, donde lumbardo tiene un carácter despectivo y significa delincuente. Hace un par de años descubrí que esa palabra está usada con el sentido de estafador o tipo de cuidado en el "Decamerón" de Bocaccio, donde se dice "cuidado con los lombardos", pero no hablando de personas que vienen de Lombardía sino de personas peligrosas.

-¿Cómo sigue el estudio del lunfardo?

-A partir de ese artículo de 1878 empiezan a surgir una cantidad de artículos de prensa, primero, y de publicaciones y de libros, después, donde aparece la palabra lunfardo usada como ladrón. El policía Benigno Lugones publica dos artículos en el diario La Nación, "Los beduinos urbanos" y "Los caballeros de industria", ambos en 1879. Ahí aparecen una cantidad de términos que él dice que son usados por los delincuentes y que no tienen nada que ver con el lenguaje técnico del ladrón o del achaque, digamos. Aparecen verbos como morfilar-comer, o atorrar-dormir. Y llamar vento al dinero, ¿por qué tendría que ser una cosa exclusiva de los delincuentes? En el lenguaje popular italiano se llama vento al dinero, o sea viento, porque es algo que "se va volando". En 1894, el criminalista Antonio Dellepiane publica el libro "El idioma del delito y diccionario lunfardo", donde aparece oficialmente por primera vez un diccionario lunfardo, queriendo decirse con eso diccionario de los ladrones. Esta idea ha perdurado bastante, incluso ha calado hondo en Borges, que en un artículo de su libro "El tamaño de mi esperanza" escribió que el lunfardo es "la tecnología de la furca y de la ganzúa". Y evidentemente se han equivocado. Han pasado por alto "Caló porteño", un artículo publicado por Juan Piaggio en La Nación, el 11 de febrero de 1887, donde se presenta el diálogo de dos compadritos suburbanos. Es evidente que no son ladrones -uno de ellos lo dice- y están todo el tiempo hablando con términos lunfardos, con lo cual está claro que el lunfardo no era algo propio de delincuentes sino de las clases bajas.

-¿El libro incluye etimologías nuevas?

-Sí. La suerte de ser profesor y tener permanente contacto con gente joven me permitió tener muchos informantes. Además ellos son estudiantes de Letras y tienen mucha conciencia de dónde vienen ciertas palabras. Por ejemplo, ramón por porro, cigarrillo de marihuana. ¿Qué tiene que ver? Entonces me explicaron que el cigarrillo es finito como una rama, entonces lo llaman rama y como medio es evidente dicen ramón. En otros casos uno a veces tiene una intuición por cómo suena una palabra. Para mí la palabra partusa ofreció alguna dificultad, por ejemplo. Yo pensaba que era una deformación de party, pero me parecía raro. Lo que hago cuando estoy muy en banda es tomar varios diccionarios de distintas lenguas y buscar la palabra o una palabra parecida. Y encontré que en el argot francés partouse es orgía.

-¿Qué agrega la etimología al conocimiento del léxico?

-Una mirada nueva sobre la palabra. Cuando uno se entera de lo que significa es más delicado en el uso de la palabra, intenta ser más certero. La etimología aporta también un elemento que tiene que ver en principio con la curiosidad, con la diversión. A mí me encantaría que con mi diccionario pase lo que a mí me pasa leyendo un diccionario: que el lector lo tome y esté una hora buscando palabras y matándose de risa, descubriendo cosas impensadas, encontrando expresiones que usaban su padre o su abuelo. La conservación de un léxico como algo tradicional y casi exclusivamente nuestro tiene mucho que ver con la identidad, con la preservación de lo que somos y de cómo vemos la realidad y el mundo.

enviar nota por e-mail

contacto
buscador

Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto
Conde es profesor de griego y latín.

  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados