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 domingo, 24 de octubre de 2004

La semana final del rosarino que mató a tres familiares en Brasil y hallaron ahorcado.
Cinco días fatales del muchacho que sobresaltó de espanto a Porto Alegre
Los crímenes, su descubrimiento y la confesión de Sebastián Zanuzzi causaron estupor. Cómo fue la secuencia

Hernán Lascano / La Capital

Qué transformación, qué desajuste, qué infierno interior pudo haberse incubado en el alma de ese muchacho de la calle Agrelo que hasta hace cinco años compartía todo con sus amigos. Las tardes de verano en la isla, los picados, las madrugadas bolicheras de Alberdi, los partidos de Argentino, las inacabables sobremesas de los asados. Todo ese repertorio de hábitos comunes de un pibe cualquiera de barrio Sarmiento fue barrido por una serie de acontecimientos extraordinarios desplegados en cinco días. En ese breve tiempo algo impulsó a Luis Sebastián Zanuzzi a matar a su esposa y a sus suegros, a ocultar lo ocurrido y a la vez hacer las cosas como para dejarse atrapar, a confesar todo en detalle, a manifestar su voluntad de no vivir más y finalmente a clausurar toda esa catástrofe emotiva colgándose de la reja de un ventanuco en una cárcel de Porto Alegre.

Los vecinos y los amigos sienten que les llevó 29 años formarse la idea del Sebastián que conocieron. Por eso ahora no pueden entender que en cinco días, en apenas ciento veinte horas, Sebastián les haya hecho leer un jeroglífico de sí mismo. Esta semana hubo un alboroto sordo en el barrio: la conmoción era mucha, pero se deshilachaba en murmullos.

Hasta el sábado 16 pasado Sebastián habitó con Sharon Ullmann un inmenso noveno piso con terraza en el acomodado barrio Moinhos de Vento de Porto Alegre. Allí vivían también los padres de ella: el empresario Jorge Luiz Ullmann, de 60 años y su esposa Gilda María Buratto, de 58. A Sharon, que tenía 30, la había conocido chateando en la segunda mitad de 1998. Se enamoraron muy rápido y en marzo de 1999 ya estaban casados.

Ella fue la primera en venir a Rosario. En la cuadra de Agrelo al 700 la recuerdan por su trato dulce y su belleza. Pensaron en vivir acá, pero a ella la carcomía la nostalgia y por eso se afincaron en la capital de Rio Grande do Sul. El empezó a trabajar como vendedor en la empresa de equipos de aire acondicionado de su suegro. Su vida comenzó a significar un continuo viajar entre ciudades y pueblos por las carreteras ondulantes de ese estado.

El 29 de enero de este año, volviendo tras la instalación de unos equipos, el Alfa Romeo que guiaba Sebastián se desplazó hacia el carril contrario durante una tormenta, golpeó contra un cantero, embistió a un Chevrolet Astra y se encajó debajo de un camión entre las localidades de Tabaí y Canoas. El empleado que lo acompañaba murió. Al chico rosarino lo sacaron noventa minutos después con una retroexcavadora del amasijo de hierros de su coche.

Durante 10 días Sebastián estuvo en un hospital sin hablar ni abrir los ojos. En un e-mail que envió a una amiga, Sharon contó la dificultosa evolución de su marido. "Está bien, aprendiendo a hacer algunas cosas de nuevo como un bebé, caminando, trabajando muy poquito, con cierta dificultad de concentración temporaria, se cree que en tres meses va a estar todo normal", decía la muchacha.

Esa creencia era un deseo que no pareció confirmarse. "El sufrió un accidente en verano y de allá para acá andaba extraño. Parecía otra persona", contó José Rosito, un empleado de la empresa, al diario Zero Hora de Porto Alegre el martes pasado.


Tempestad hogareña
Hace ocho días, la mañana del sábado, Sebastián discutió con su suegro hasta enceguecerse. Enardecido, de un puñetazo lo arrojó contra la puerta de su cuarto rompiendo un vidrio. Según una impecable reconstrucción del diario brasileño citado, Ullmann escapó hacia una habitación contigua y retornó por un baño intermedio, donde su yerno lo alcanzó de un disparo en la cabeza con un revólver 32. El ruido hizo salir de su cuarto a la suegra para enfrentar al muchacho, que le apuntó al pecho y gatilló. Gilda cayó sobre la alfombra, intentó levantarse y se enredó en las piernas de su marido. Sebastián le dio un tiro definitivo en el tórax.

El escándalo atrajo a Sharon al cuarto. Su marido la arrojó sobre la cama de un empujón. Intentó ahorcarla con sus manos, luego le descargó un martillazo en la cabeza y le hundió la hoja de un cuchillo en el cuello. Finalmente, le pegó un tiro en la cara que en Brasil llamaron "de misericordia". El diría que intentaba cerrar su agonía, porque no podía verla sufrir.

Sebastián colocó bolsas de supermercado en las cabezas de las víctimas. Subió después los 19 peldaños de la escalera hacia la terraza cargando un cuerpo por vez: primero el del suegro, luego el de la suegra, finalmente el de Sharon. Fue hasta una despensa en forma de "T" que tiene 50 centímetros de altura. El muchacho debió flexionarse para entrar allí su metro 85 de estatura. Arrastró gateando cada cuerpo hacia una de las puntas de la "T", los apiló y con ladrillos y cemento construyó una pared de medio metro. Los cadáveres quedaron, entonces, aislados en un compartimiento hueco.

Los crímenes se consumaron entre las 9 y las 10 de la mañana. A las 14 la mujer del portero del edificio subió al departamento con empleados de un comercio que debían entregar un mueble. Sebastián repuso que sus familiares estaban durmiendo y no lo recibió. Una hora más tarde salió preocupado, le dijo al portero que sus suegros habían ido a almorzar y que no tenía noticias de ellos. El portero lo vio entrar una hora más tarde con unas bolsas plásticas y retirarse a las 17.

A las 22 del sábado el muchacho denunció oficialmente la desaparición de la mujer y sus suegros y entregó fotos de ellos. Su evidente nerviosismo hizo sospechar a quien tomaba la denuncia, que avisó a la policía distrital. A las 23, una comisión llegó al edificio familiar de la calle Quintano Bocaiuva con una llave auxiliar y no pudo entrar. Poco después ubicaron a Sebastián en el Plaza San Rafael, un hotel de categoría, donde se había hospedado.

Empezaba el naufragio del chico rosarino. A la 1.30 del domingo la policía entró en su compañía al departamento. En una primera inspección se identificaron vestigios de sangre y la alfombra arrancada en uno de los cuartos. La requisa se prolongó largas horas. Hasta que a las 5 un policía entró en la despensa. Divisó allí la parecita fresca y al dar un golpe se desprendió un ladrillo que cayó al piso. Eso descubrió lo reciente de la construcción. Desmoronaron la pared y con ello la mentira de Sebastián, que a las 6 confesó los crímenes, entregó el revólver y las demás armas que había usado.

¿Hubo un plan criminal? ¿Fue un delirante impulso momentáneo? En los cuatro días que pasó en el Presidio Central de Porto Alegre no dejó de hablar de su infelicidad con el abogado oficial Lucio de Constantino. Le señaló que había dejado una carta, que estaba fechada ocho días antes, donde decía que los primeros meses de su vida en Porto Alegre habían sido los mejores de su vida. Pero mencionaba problemas de relación, sobre todo con la suegra, y advertía que estaba tocando un límite. Dos días antes de los crímenes un empleado del negocio de Ullmann dijo haber visto a Sebastián guardando dos bolsas de cemento en la empresa.

A las 15.10 del miércoles las preguntas sobre acción espontánea o premeditada pasaron a segundo plano. El pibe grandote de Agrelo al 700, que hizo la primaria y secundaria en el Medalla Milagrosa de Alberdi, que jugaba al básquet en el Club Regatas Rosario, que tuvo vecinos que no pararon de definirlo como alguien tímido y buenazo, hizo en su celda un jirón con su manta y lanzó hacia el aire su vida también hecha jirones.

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Sebastián Zanuzzi, camino a prisión. Vivió hasta los 24 años en Agrelo al 700.

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