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 domingo, 24 de octubre de 2004

Editorial
A la caza de un asesino

Cada vez se acerca más al centro de la ciudad, en clara demostración de que su peligrosidad va en aumento. El psicópata serial conocido como “El Loco de la Escopeta” reapareció en Sarmiento y Pellegrini, donde disparó sobre un colectivo y no mató de nuevo por milagro. Es el momento de evaluar, dentro de la ley, métodos excepcionales para lograr su captura.



Había pasado suficiente tiempo como para que muchos olvidaran su existencia, pero tal como se lo preveía volvió a aparecer. Esta vez no hubo que lamentar la pérdida de vidas humanas, pero el disparo que efectuó sobre un colectivo del transporte urbano de pasajeros anteayer, a las nueve de la mañana, en Pellegrini y Sarmiento prueba que el Loco de la Escopeta sigue siendo una pesadilla para los rosarinos.

   Cincuenta y tres pasajeros llevaba a bordo el interno 27 de la línea 112 cuando una fuerte explosión sacudió a todo el pasaje. La última ventanilla del lado izquierdo del micro se hizo astillas y las esquirlas del cristal hirieron a una joven y a una adolescente. Pero las pericias posteriores comprobaron que el resultado de la acción pudo haber sido similar al del 19 de abril de 2003, cuando una niña de doce años —Florencia Rubino— que viajaba sentada en un colectivo de la línea 131 perdió la vida en la intersección de Pueyrredón y 27 de Febrero.

   El asesino dispara con una escopeta calibre 12.70, considerada arma de guerra. Pese a todos los esfuerzos realizados hasta el presente, aún no existen pistas sobre su paradero o identidad. Desde hace una década sus apariciones aterrorizan a la ciudad. Se le atribuyen dos muertes. Y se cree, además, que su nivel de audacia y agresividad irá en aumento.

   Lo sucedido la antevíspera es una concreta prueba de que la suposición anterior resulta acertada. Es que el ataque se erige como el más audaz perpetrado hasta ahora por el asesino en serie, dada su proximidad con el centro de la urbe y, por ende, la alta cantidad de peatones y automovilistas presentes, así como la mayor concentración de policías en las cercanías del lugar.

   Por ahora, sin embargo, todo es misterio y miedo. Los investigadores carecen de indicios significativos: sólo se conoce con certeza que los disparos se efectúan desde un vehículo que viaja en sentido contrario a los atacados y desde un origen alto. Muy poco, por cierto, para alimentar esperanzas de éxito.

   Los especialistas confían en que tarde o temprano el psicópata cometa un error, algo que hasta hoy no ha sucedido. En tanto, no sólo corresponde exigir que se redoblen esfuerzos en pos del objetivo sino que toda la comunidad ostente una actitud vigilante y comprenda que cualquier indicio, por mínimo que fuera, puede convertirse en decisivo dentro de una pesquisa harto compleja.

   El caso se presenta como excepcional. Tomando en cuenta el nivel de riesgo que el asesino en serie representa para cada uno de los ciudadanos, tal vez se trate del momento adecuado para evaluar la puesta en marcha —dentro de la ley— de procedimientos ajenos a toda rutina.

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