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 domingo, 24 de octubre de 2004

Interiores: El criterio de la realidad

Jorge Besso

Es más que posible que si se organizara y se realizara una Asamblea Mundial sobre la Realidad, en realidad habría que organizar y realizar tantas asambleas como puntos del planeta que puedan configurar una realidad. Los académicos de la lengua que están a punto de visitarnos y, que con toda probabilidad vuelvan a descubrirnos una vez más, dicen que la realidad es "la existencia real y efectiva de una cosa" con lo que asumen que lo real no alcanza para definir la realidad, ya que les resulta imprescindible agregarle a la existencia real de algo, que además sea efectiva.

Hacen bien en reforzar la afirmación ya que muy bien se puede dar el caso de cosas con existencia real, pero no efectiva. No es nada complicado, ya que es lo que sucede con las alucinaciones, que para quien alucina tienen una existencia real pero no efectiva, en el sentido de que no son efectivamente reales.

Tampoco podemos olvidar lo opuesto a este fenómeno, es decir algo que efectivamente está presente y sin embargo no es percibido, con lo que no tiene para alguien existencia real. Es la alucinación negativa, típica situación en la que alguien busca los anteojos que tiene puestos. Estos dos extremos alucinatorios están en la base del aparato psíquico ya que el soñar, por ejemplo, es un proceso alucinatorio donde lo soñado adquiere un grado de realidad equiparable a la realidad, en tanto los sueños tienen la apariencia de estar sucediendo, y en cierto sentido las ensoñaciones diurnas tienen una mínima consistencia de realidad para que tengan un sabor placentero para el sujeto, o por el contrario un sabor amargo o un sabor de pánico.

De modo que a la alucinación más popular (la que consiste en ver algo que no está) se la llama percepción sin objeto, y a la alucinación negativa (la que a su turno consiste en no ver lo que se tiene delante de las narices) se la llama objeto sin percepción. Así es el psiquismo humano: un aparato con dos extremos distorsionadores, en un caso porque ve demasiado, en el otro porque no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Pero la gran pregunta es qué sucede en el medio de los dos extremos, y el interrogante conlleva la esperanza de que entre los dos extremos esté el equilibrio, y por lo tanto en esa capacidad de balancear y de columpiarse entre esos dos polos patológicos podamos encontrar los mecanismos seguros de la visión objetiva de las cosas.

Pero si tomamos como ejemplo y motivo de reflexión al amor, nos encontramos con las sorpresas conocidas (valga la expresión): como se sabe el amor top es el del enamoramiento. Posición y estado de regocijo del ser en un nivel de plenitud tal que ninguna droga conocida, y probablemente por conocer, puede lograr. En ese punto de inflación y de hinchamiento del ser, el sujeto es cualquier cosa menos objetivo respecto del depositario de su amor, al punto que podríamos decir que los enamorados son seres más o menos alucinados ya que ven cosas en el otro que no existen real y efectivamente, y al mismo tiempo no ven cosas que real y efectivamente están en dicho otro.

Alucinados positivamente y negativamente los enamorados se ríen de cualquier llamado a la realidad. Por otra parte a todas luces imposible, precisamente porque en ese estado todas son luces y las sombras son en todo caso para tapar lo negativo del otro, razón por la cual en las crisis los ex enamorados invariablemente se dicen: "Al principio no eras así".

Con respecto al aparato psíquico humano sucede algo parecido: creemos conocerlo, sobre todo después de tanto tiempo de convivencia con nuestro instrumento más valioso, y siendo como es nuestro aparato para manejar todas las cosas; es decir las del trabajo cuando lo hay, las del amor, las del dinero, las de la amistad, y demás avatares en los que el mate interviene, y sin embargo al igual que el cuerpo dispone cosas sobre nosotros que nosotros no disponemos.

Es particularmente interesante, más bien milagroso, que con todo esto el humano pueda ser portador, y hasta generador de cierta objetividad. Como se sabe, para poder acceder a esa cierta objetividad la condición primera es la renuncia a una creencia muy arraigada: a la creencia fundamentalista que tiende a confundir tener razones con tener la razón (con lo que salir de dicha confusión se traduce en un espacio para las razones del otro).

También el psicoanálisis se topó con este problema, y su fundador Sigmund Freud vino a formular lo que llamó el principio de realidad: ¿qué es este principio? Este principio va en tandem con otro principio: el del placer, es decir de lo que se trata es de una pareja muy especial, el placer y la realidad ya que nuestra psiquis tiende y busca el placer a partir de una simple tautología: el placer quiere el placer, y el famoso principio de realidad resulta ser una modificación de la exigencia de placer en una suerte de adaptación a las circunstancias.

Es que generalmente el placer se encuentra a través de algún rodeo ya que la psiquis, a pesar de lo que muchas veces se cree, evita los caminos demasiados directos hacia las cosas. A partir de ahí siempre será una cuestión saber cuándo las cosas están a punto para el placer, cuándo hay que esperar, cuándo hay que dar el paso. Ahí está una de las funciones y una de las dimensiones del criterio de realidad. Un pequeño detalle a tener en cuenta: el criterio de realidad no se transmite de sujeto a sujeto lo que representa un límite en la transmisión y en la educación entre padres e hijos, es decir resulta imposible transmitir a los hijos "cuándo" es el momento de algo.

En ese punto de encuentro siempre se está solo y para ese momento de la experiencia hay huellas, señales, indicios y hasta intuiciones que cada cual irá combinando. Esa será su experiencia en uno de sus rasgos más esenciales: precisamente la de cuál es el momento de las cosas, y todo sin olvidar que ni la realidad, ni la verdad son únicas.

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