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 domingo, 17 de octubre de 2004

Lecturas
Un niño con traje de grande
Witold Gombrowicz a la luz de dos libros

Carlos Roberto Morán / La Capital

"Evocando a Gombrowicz" de Miguel Grinberg (recopilador). Testimonio. Galerna-Mutantia, Buenos Aires, 2004, 167 páginas, $27.

"Gombrowicz, este hombre me causa problemas" de Juan Carlos Gómez. Ensayo. Interzona Editora, Buenos Aires, 2004, 133 páginas, $20.

En el centenario del nacimiento de Witold Gombrowicz (1904-1969), no sólo comenzó la muy necesaria reedición de su obra integrada por novelas, cuentos, obras teatrales, ensayos filosóficos y un "diario" de difícil calificación, sino que también han aparecido libros que hablan tanto de sus trabajos como de su compleja y contradictoria personalidad. Dos de ellos se han editado recientemente en este país que lo tuvo de "visitante" durante 24 años: "Evocando a Gombrowicz", de Miguel Grinberg y "Gombrowicz, este hombre me causa problemas", de Juan Carlos Gómez (con prólogo de César Aira).

Mientras que el libro de Grinberg está centralmente constituido por la serie de notas que jóvenes de los 60 le dedicaron en aquel tiempo al escritor polaco cuando abandonaba la Argentina, así como por fotografías y una correspondencia inéditas, el de Gómez supone un estudio exhaustivo sobre la obra del escritor y, más que eso, acerca de las ideas que lo movilizaban y en tal sentido resulta un aporte sustancial para comprender, o intentar comprender, a este autor cuya obra aún interpela al lector contemporáneo. Recordemos que Gombrowicz era un descendiente de nobles poloneses que había escandalizado a la cosmopolita Varsovia de la década de los años 30 del siglo pasado tanto con sus "poses" (Aira bien lo califica de poseur y Gómez recuerda que era tan contradictorio como provocador) y con su obra iconoclasta, integrada entonces por sus cuentos "Memorias del tiempo de la inmadurez", su novela metafísica "Ferdydurke", su incalificable obra teatral "Ivonne, princesa de Borgoña" y un folletín gótico, "Los hechizados".

Para que escribiera sobre el viaje inaugural de un buque polaco, el "Chobry", el escritor llegó a Buenos Aires en 1939 donde, debido a que estalló la guerra entre su país y Alemania, decidió quedarse. Sin capacidad ni interés en ponerse de acuerdo con los escritores poderosos y conservadores de la Argentina, Gombrowicz vivió alejado de los círculos literarios, aunque por sus actitudes iconoclastas, sorprendentes y sorpresivas, comenzó a relacionarse con gente joven y más y mejor lo hizo a medida que su obra heterodoxa (que siguió elaborando en la Argentina) iba siendo conocida en nuestro idioma, al tiempo que él mismo dominaba mejor con el castellano. Su obra, denostada por sus connacionales, comenzó sin embargo a encontrar un lugar en la Europa de los •50 hasta que, una década más tarde, empezó a ser valorada y ubicada en el sitio de excepción que con justicia le correspondía. Gombrowicz, invitado por la Fundación Ford, deja la Argentina en 1963 y seis años más tarde, ya famoso, fallece en Francia.

En la Argentina pocos escritores "consagrados" le acordaban importancia, entre ellos Ernesto Sábato, Adolfo de Obieta (hijo de Macedonio Fernández), Jorge Calvetti y Carlos Mastronardi. También lo hicieron unos jóvenes de Tandil que habían leído, por total casualidad, la edición argentina de Ferdydurke que se encontraba en una biblioteca de esa ciudad y otros muchachos "rebeldes" de la época, como lo fueron Grinberg y Gómez. A todos Gombrowicz les exigía mucho, tanto para interpretar su pensamiento y las intenciones de su obra, como para comprender su errático comportamiento, que muchas veces respondía a la necesidad de "teatralizar" su propia concepción del mundo.

De estas anécdotas y recuerdos está atravesada la recopilación de Grinberg, que recoge notas de "los jóvenes de Tandil" (Vilela, Di Paola Levín y Betelú), de escritores y personalidades (Virgilio Piñera, Jorge Lavelli, Juan Carlos Paz) y de otras personas que conocieron al autor polaco, aparte de las notas del propio compilador y la correspondencia que mantuvo con Gombrowicz cuando ya se hallaba de nuevo afincado en Europa.

"Estamos en la situación de un niño que se ve obligado a llevar un traje demasiado grande para él y en el cual se siente incómodo y ridículo", plantea Gombrowicz en el prólogo de la primera edición de "Ferdydurke" en castellano (1947) que se había perdido y que ahora rescata Grinberg. Esa idea de la incomodidad y de la ridiculez, de la lucha entre lo informal y lo concluido, motivarán a Gombrowicz, lo llevarán a reflexionar una y otra vez sobre el ser-en-el-mundo, abordaje que practicará con la desmesura y el humor.

"El artista -le dijo alguna vez a Gómez- debe ser extraño, desganado, desconfiado, lúcido, agudo y exótico entre la gente (?) El artista es aristocrático, niega la igualdad y adora la superioridad, es cruel con la mediocridad y cultiva la personalidad. Es intransigente, hay que dejarlo en paz, que escriba lo que le dicte el corazón".

Gómez, que analiza aquí con gran agudeza la obra de "Witoldo", a la que divide por temas (el aburrimiento, la Argentina, las bellas artes, la ciencia, el dolor, la historia, la literatura, la obra, Polonia, el snobismo, el tiempo y el Yo), interpreta que ella se sustenta sobre las siguientes contradicciones: forma-caos; dolor-encanto; fealdad-belleza; adulto-joven; madurez-inmadurez; superior-inferior. En su acertada "guía" considera que Gombrowicz en "Ivonne" se rebela contra las normas y las familias; en "Ferdydurke" contra lo perfecto y la cultura; en "Trans-Atlántico", contra la nación y la patria; en "El casamiento", contra Dios y el padre; en "Pornografía" contra el viejo y la madurez; en "Cosmos" contra la realidad y en "Opereta", contra la historia.

Gómez se detiene también en una cuestión a la que le acuerda centralidad y a la que el escritor rehuía siempre: su homosexualidad. Era posible que para él se tratase de un fastidio, de un problema difícil de enfocar en la conservadora Buenos Aires de los 40 y 50 y es más comprensible que haya sido así en los últimos años de vida, cuando era descubierto por Europa y se había casado con su joven secretaria, pero para Gómez resulta fundamental porque, lo demuestra desde diversos ángulos, ella "atraviesa" la obra de Gombrowicz, marcada por la erótica y la perversión.

Ambos libros terminan complementándose y renuevan el diálogo con un escritor inquietante, que aún sigue provocándonos.

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Gombrowicz, anclado en Buenos Aires.

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