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 domingo, 17 de octubre de 2004

El complejo debate sobre la imputabilidad en los casos de filicidio
Los mundos destrozados de cuatro mujeres
Son de Rosario y mataron a sus hijos. Dos casos ocurrieron en 2002 y los otros en las últimas tres semanas. Tres están presas. Tenidas por normales y dedicadas a su familia, un día colapsaron. Lo más arduo, explicar por qué

Hernán Lascano / La Capital

Una mujer del Fonavi Parque Oeste se esmera en el cuidado de sus hijas, las manda a danzas, las viste impecablemente. Una noche cualquiera les dispara a las dos a la cabeza. Una ama de casa de barrio Belgrano es estimada por sus vecinos, que la ven levantar su casa junto a su esposo y dedicar una protección casi obsesiva a sus dos chicos. Pero un fin de semana sujeta por el cuello con un lazo a su nena de 7 años, envuelve el cuerpo sin vida en un cubrecama y lo guarda en un placard. Una vecina de Pellegrini al 700 consagra su vida a su hijo discapacitado, aunque una tarde desaparece dejando una carta, después de asfixiarlo. Diez hermanos abrazan a su madre en Tribunales y la ven marcharse custodiada, detenida por matar y enterrar a su undécimo hijo a pocas horas de nacido.

Estos son fragmentos de cuatro historias ocurridas en Rosario en los últimos dos años. Dos de ellas sucedieron en los últimos veinte días. Historias de hogares normales convertidos en infiernos. Lo que avisa sobre la fragilidad de las apariencias, porque al remover un poco la superficie de lo observable surgen los conflictos que explotan en estos actos de filicidio. Actos que de normales tienen poco: nada más loco que el padre que mata al hijo. Aunque hay una gramática compleja en esos desarreglos que un día revientan de la forma más perturbadora, lo más probable es que estos hechos no se aclaren. Sencillamente porque hay cosas que son inexplicables.


Ser o no ser
El asesinato de un hijo no tiene lógica. Y puede descalabrar incluso a quienes hacen su rutina investigando homicidios. Hace diez días, el juez Jorge Eldo Juárez abandonó desencajado el departamento donde María Elisa Barzola, Eli, acababa de disparar a la cabeza de sus hijas en un Fonavi de Cerrito al 5500. Daniela, de 5 años, había muerto instantáneamente. María, de 9, agonizó cinco días.

Eli era, para sus vecinos, una mujer común. La semana pasada recordó en Tribunales haber disparado contra sus hijas, cortado sus propias venas y llamado luego a la policía. Aunque no lo repitió en el juzgado, antes había culpado en una carta a su esposo por su determinación. También dijo que desde los siete años había sentido en su vida un profundo vacío afectivo.

La racionalidad exterior del relato, el recuerdo de lo realizado, la manifestación de la intención volcada en un texto indujeron a espectadores del caso a estimar que la mujer actuó en sus cabales. Pero, de nuevo, las apariencias son engañosas. Alguien puede tener un discurso y accionar coherente, evocar incluso lo actuado, y estar perfectamente psicótico. Es decir, ser penalmente inimputable.

Pero no todo aflora de un vistazo. El 16 de septiembre de 2002 Stella González tomó un lazo de tela y estranguló a su hija Rocío, de 7 años, en su casa de Chubut 7230, barrio Belgrano. La envolvió en un cubrecama y colocó el cuerpo en un armario. Un día después llamó a su cuñada. "Maté a la nena ayer a la mañana. La tengo en casa, en el placard. Vengan a ayudarme", le suplicó.

Los vecinos la conocían por el esmerado cuidado de su hogar y su familia pero, en especial, por la preocupación sobre el futuro de sus hijos. Atravesaba una mala situación económica por la falta del trabajo del marido. Cuando los policías llegaron a su casa, les dijo que "ya no tenía qué darles de comer" a sus dos nenes.

Cuando Stella mató a Rocío la policía planteó que, por su racionalidad y conciencia del acto, era claramente punible. Pero pasados dos años, luego de minuciosas pericias psiquiátricas, ambientales e indagatorias, la Justicia arriba a la conclusión contraria: no sólo su defensor sino el fiscal Ismael Mamfrin, que debe acusarla, requerirán al juez de sentencia Nº 3, Luis Giraudo, que la declare inimputable. Stella pudo explicar todo con lo ocurrido con lucidez, lo que no refuta, para los especialistas, su estado de psicosis. No se define la punibilidad por impresiones: recién tras 25 meses el sistema jurídico considera que ella puede ser inimputable.

Frente al horror que despierta el crimen de un hijo, muchos se indignan por equiparar inimputabilidad a impunidad. Para abogados penalistas y psicólogos, nada más errado. Ser declarado inimputable equivale a tener una pena indefinida, en la que el involucrado, en tanto no progrese, puede estar recluido para siempre, y sin las garantías y los derechos que tienen los detenidos.

¿Qué es ser inimputable? El artículo 34 del Código Penal dice que no es punible "el que no haya podido, en el momento del hecho, ya sea por insuficiencia de sus facultades, por alteraciones morbosas de las mismas o por su estado de inconsciencia, error o ignorancia de hecho no imputable, comprender la criminalidad del acto o dirigir sus acciones".


Cartas que no llegaron
¿Qué lleva a una persona a decidir eliminar su descendencia? Para Adriana Covili, estudiosa de casos de parricidio, "probablemente el acto de Eli haya sido una cuestión de inmolación, de sacrificio de ella y de sus hijos. ¿Qué les pasa a las madres cuando toman al pie de la letra que sus hijos son prolongaciones de ellas? Y, les pasan estas cosas. Para el psicoanálisis la maternidad es una cuestión de destino. Siempre la madre tiene que estar en posición de poder separarse de un hijo para entregarlo a la cultura".

A propósito del caso de Stella González, el psicoanalista Carlos Bembibre dijo hace dos años a La Capital. "A primera vista uno se vería tentado a pensar como antinatural que una mujer mate a sus hijos, pero también hay que tener en cuenta que la maternidad en los seres humanos no tiene nada de natural. Aún cuando se apoye en la biología, la maternidad no tiene nada que ver con la biología. No es una cuestión de instinto. Una criatura que llega al mundo no garantiza que la mujer que la da a luz tenga el estatuto de madre. Madre es la mujer que no sólo cubre las necesidades vitales del chico, sino que al mismo tiempo lo baña de lenguaje y le transmite la cultura, sabiendo que en un acto de amor, más tarde o más temprano, lo va a tener que entregar a la cultura convertido en hombre o mujer. A simple vista, este no es el caso, por lo que sucedió".

La situación clave, dice Covili, "es qué le hace pensar a una mujer que ese hijo que ha tenido es su propiedad, para que considere si matarlo o salvarlo, para que resuelva sacrificarlo. Subyace la idea de decidir, al modo del amo, que fuera de ella sus hijos no se la iban a poder arreglar. Hay un no desprendimiento. En el caso de Eli, un matar a las nenas para salvarlas, la decisión de suicidarse y llevarse a sus hijos con ella".

La carta que Eli entregó a los médicos la noche de los disparos también dio que hablar. Muchos deducirán que si hay carta, hay acto conciente, voluntario, de un sujeto que es autónomo y entonces planifica. Covili lo relativiza. "Una cita de Lacán señala que hay un acto que es avisado y un acto que es avisador. La carta previa en esta mujer puede ser, según lo que expresa una analista porteña, la de sujetos que ya han mandado mil cartas sin que el otro responda. Tal vez mejor expresado esté en una viñeta de Fontanarrosa. Inodoro Pereyra está con el Mendieta, haciendo nada. «En qué anda, Don Inodoro», pregunta el perro. «Haciéndome el muerto, para ver quién viene a llorarme». Aquella carta es un pre-texto del texto que es el acto del filicidio. Cuando se manda una carta al otro y el otro no replica se va corriendo el límite de sujeto, para que ese pre-texto se lea. Estos son sujetos que han avisado varias veces sin réplica. Las cartas estas son pre-textos, un texto que no fue cobijado, amparado por el otro. Al final, casi en el colapso subjetivo, el sujeto logra un acto (los homicidios) que finalmente sí podrá ser leídos".

También mandó cartas Isabel del Carmen Ledesma, que desapareció de su hogar de Pellegrini al 700 el 19 de septiembre de 2002. Desempleada, vivía allí con su hijo Martín Adolfo, de 14 años, que sufría una discapacidad motriz y expresiva severas. El cuerpo del chico, que era muy violento, fue hallado estrangulado bajo una pila de ropa esparcida en la cama. Allí mismo se encontraron dos textos de puño y letra de Isabel, admitiendo el homicidio y pidiendo perdón. Expresaba haber tocado límite, no disponer de ayuda en la vida y ser incapaz de ver sufrir más a su hijo. Siete días después ella apareció flotando en el Paraná.

No lo dijo en una carta, pero tal vez también había llegado a un borde infranqueable Mirta M., quien hace tres semanas quedó detenida en su casa precaria de Acevedo al 1200 bis, luego de que se desenterrara un bebé del terreno colindante. Tiene otros diez hijos -los que se abrazaron con ella en Tribunales el día de la indagatoria- y una vida marcada por la pobreza extrema.

La sociedad se ordena en el principio de la razón, en la que se asientan las leyes. Si el homicidio de un hijo horroriza tanto, dice el psicoanalista y docente francés Pierre Legende, es porque el homicida ataca la construcción misma de la razón. Lo que está en tinieblas, lo que no se puede entender asusta. Y seguramente no habrá, para estos casos, fórmulas que expliquen qué pasó con precisión euclidiana. Menos difícil es pensar en las subjetividades destrozadas de estas cuatro mujeres, condición para promover tanto destrozo, y en el futuro infernal de las tres que sobreviven, sean o no imputables. Porque, en una cárcel o en un hospicio, quedarán solas, eternamente, con sus fantasmas.

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El Fonavi de Cerrito 5500, donde Eli Bárzola disparó contra sus nenas.

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