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 domingo, 03 de octubre de 2004

Nota de tapa
Biblioteca Vigil: De la experiencia de ayer a la esperanza de mañana
Ex alumnos de la biblioteca formaron una comisión para recuperar la sede de la institución. Entre ellos el pasado no es nostalgia sino invitación a la acción presente

Osvaldo Aguirre / La Capital

"Yo estudié en la buena época de Vigil", dice Carlos Taruselli. No se trata de un simple dato biográfico sino de una marca de origen, una pertenencia que se afirma en los integrantes de la Comisión para la Recuperación de la Biblioteca Vigil. Son ex alumnos, docentes y vecinos que buscan no sólo la devolución de los bienes que la dictadura militar robó y destruyó sino también continuar con esa experiencia de educación sin antecedentes en la ciudad. "El amor que nos supieron enseñar hacia la institución es lo que ahora nos lleva a sacar tiempo a nuestras cosas para empezar de nuevo -explica Sergio Gorosito, ex alumno-. Queremos comenzar con la experiencia de los ex directivos y la fuerza de la gente nueva que arranca recién ahora".

Carlos Taruselli es secretario de la Comisión, que se reúne en asamblea "abierta a todas las personas que quieran participar" los miércoles por la noche, en Alem 3098 segundo piso. "Pertenezco a la primera promoción de peritos mercantiles y la tercera de la escuela -dice-. Yo terminé en el 76 y la intervención militar vino en febrero del 77. La mayoría de mis amigos son de esa época. Teníamos un grado de compañerismo que era impresionante. En esa época peleábamos por estudiar".

La historia de la Biblioteca Vigil siempre estuvo presente en la ciudad, como una parte del pasado que debía ser reparada, y sobre todo entre quienes formaron parte de esa experiencia. Pero sobre todo se hizo presente en abril pasado, cuando el gobierno de la provincia ofreció devolver la sede de Alem y Gaboto, enajenada durante la última dictadura militar.


Haciendo memoria
La Biblioteca Popular Constancio C. Vigil tuvo su origen en la biblioteca de la Sociedad Vecinal del Barrio Tablada y Villa Manuelita. Según cuenta Rubén Naranjo en "Historias de aquí a la vuelta", nació como institución autónoma el 11 de noviembre de 1959. Al año siguiente se crearon los primeros Jardines de infantes y a partir de entonces se sucedieron diversas actividades educativas y culturales. Las célebres rifas -denominadas bonos- sostuvieron esas proyecciones y las que siguieron.

En 1963 la Vigil inauguró su primer edificio propio, de tres plantas, pero como resultó insuficiente en forma sucesiva se compraron los terrenos y viviendas de la media manzana para levantar en la esquina de Alem y Gaboto un edificio de nueve plantas y dos subsuelos, dedicados a la educación.

La participación y la demanda de los vecinos fue decisiva en la experiencia de la Vigil. A raíz de los pedidos que se hacían se desarrollaron los talleres y cursos que constituyeron los Cursos de Capacitación Popular. En 1966 comenzaron las actividades de la Editorial Biblioteca, que en el término de diez años editó más de cien títulos, entre ellos obras fundamentales de la literatura nacional, como "En el aura del sauce", de Juan L. Ortiz. En 1970 se habilitó la escuela secundaria y dos años después la primaria.

"Toda acción educativa y cultural desarrollada por la Biblioteca Popular C. C. Vigil, sus escuelas y demás dependencias -afirmaba el cuarto de los diez principios educativos de la institución-, estará al servicio del desarrollo económico, social y cultural de la República, para que cada día sean más en la Argentina los hombres y mujeres que participan en plenitud de los bienes de la civilización y de los frutos de la cultura". Una declaración de principios.

La Biblioteca Central de la Vigil fue uno de los centros de esa intensa actividad que se desplegaba en torno al edificio de Alem y Gaboto. "En la biblioteca tenías cualquier libro al alcance de tu mano por el sistema de estanterías abiertas -apunta Carlos Taruselli-. Supongamos que tenías que estudiar historia argentina. A lo mejor conocías a un autor pero llegabas a la estantería y encontrabas otros cuatro o cinco y te los llevabas todos a la mesa. O sea, te hacías otra idea de la cosa".

El nombre de Rubén Naranjo, entonces rector de la escuela y flamante ciudadano ilustre de Rosario, aparece una y otra vez en la charla. "Hay una anécdota buenísima -se entusiasma Carlos-. Ibamos a ser peritos mercantiles y teníamos una profesora de contabilidad recién recibida, que no sabía mucho. Le fuimos perdiendo el respeto, porque éramos exigentes. Un día nos dice: «se quedan callados o me voy». Se armó un quilombo bárbaro. Viene Naranjo, con esa parsimonia, esa calma que tiene -siempre fue igual- y lejos de decir «los vamos a reprimir, les vamos a poner amonestaciones», nos pregunta: «¿Ustedes qué quieren?». «Queremos alguien que sepa -le respondimos- porque queremos ser perito mercantiles». «¿Eso es todo?», dice. «Eso es todo», le decimos. «Bueno, listo». El tipo se fue al Politécnico y a la semana trajo al mejor profesor".

La escuela capacitaba en el campo laboral. "Yo trabajo desde los 12 años y ellos me lo permitieron, porque te daban una beca -sigue Taruselli-. Trabajé en la carpintería de la Vigil, que estaba en Villa Diego. Hacíamos los muebles de los televisores, que después se daban en premio, en las rifas que se hacían, y los combinados Inelro, aquellos que tenían el tocadiscos en el medio. Después trabajé en la biblioteca, era el más pibito. Mi jefe era Raúl Frutos, que ahora está trabajando con nosotros en la Comisión de Recuperación".

En el barrio Villa Diego, de Villa Gobernador Gálvez, la Vigil tenía un predio donde estableció su colonia. "El fin de semana -cuenta Taruselli- agarrábamos el bolsito con las pilchas y nos ibamos a la colonia. Allá tenías tres quinchos, se daba cine, había playa, una peña para la gente más grande. La Vigil llegó a tener 600 empleados, con todas las actividades habidas y por haber, la carpintería, el sector de encuadernación, la editorial". Sergio Gorosito también lo recuerda: "era un camping a donde ibamos tres o cuatro mil personas cada fin de semana".

Carlos Taruselli tiene una idea bien definida de lo que significó estudiar en la Vigil. "Al tipo que no tenga una base firme de educación lo llevan de las narices -dice-. A mí, en otras partes, me enseñaron mis obligaciones pero no mis derechos. En la Vigil me enseñaron todo. Por eso decían que eran zurdos. Pero jamás me hablaron de ideología. Sí me enseñaron a ser crítico, me mostraron todo. Por eso pensar les parece peligroso a algunos. A un tipo que piensa y defiende sus derechos no lo van a engañar así nomás".


Para los chicos
Luis Tinelli comenzó a vivir la experiencia de la Vigil como vecino. "Lo disfruté desde el punto de vista del socio. Pude hacer todas las actividades culturales que impartía, que eran muchísimas. Empecé dibujo, canto, guitarra, cerámica. No terminé nada pero pude empezar todo (risas). Mi viejo era oficial metalúrgico, podía bancar una cuota de la sociedad y entonces veníamos", recuerda.

Tinelli dice que la Vigil, "a pesar de ser abierta y participativo", tenía sus reglas. "Cuando nos portábamos mal -cuenta, y parece como si todavía le doliera-, nos castigaban: no nos dejaban entrar en la sala infantil. Sufríamos horrores, porque estaban los chicos del barrio jugando en la sala y nosotros, cuando nos portábamos mal, estábamos en la puerta, colgados de los caños".

La sala infantil tenía atractivos poderosos. "Ahí estaban los juegos que los viejos no podían comprar, que ningún viejo del barrio podía comprar: por ejemplo Mis Ladrillos, los primeros que salieron, que eran de goma y venían hasta con las cosas de cal para construir, un juguete carísimo en ese momento -recuerda Tinelli-. Presentabas el carnet, empezabas a jugar y tenía que venir tu mamá para sacarte de los pelos y llevarte a tu casa a comer, porque te quedabas toda la tarde".
La intervención
En febrero de 1977 el gobernador de facto Jorge A. Desimone firmó la intervención de la Vigil. Los problemas económicos que sufría la institución a causa de la inflación y que habían complicado el otorgamiento de los premios convenidos en las rifas fueron la excusa para arrasar la institución.

Sergio Gorosito estaba entonces en tercer año del secundario. "Así que viví las dos etapas, la del apogeo y la del terror. En la primera teníamos doble escolaridad, que en esa época no era usual. En aquellos años nos encantaba quedarnos en el colegio. A la mañana se estudiaba, después se practicaba deportes", cuenta.

Gorosito jugaba al voley para la institución -"los militares nos lo sacaron y tuvimos que ir a Central Córdoba con todo el grupo"- y su promoción se destacó tanto en el deporte como en el estudio. "Había un nivel importante. Entre nosotros salieron muchos profesionales, muchos profesores. Gente que recibió una base sólida para seguir con el estudio".

El cambio que significó la intervención se manifestó en todos los órdenes. Los militares, policías y civiles que ocuparon el edificio de la Vigil destruyeron 80 mil libros de la Editorial Biblioteca, robaron la lente principal del telescopio y arrasaron el Museo de Ciencias Naturales, entre otras depredaciones. Un policía y conocido represor, Alcides Ibarra, era el asesor pedagógico. No es de extrañar, entonces, que varios miembros de la Comisión Directiva fueran detenidos.

"Teníamos un trato cordial con los profesores y los celadores, siempre con respeto -recuerda Gorosito-. Había participación, un centro de estudiantes, podías hablar con la gente. Por supuesto que cuando llegaron los militares eso se cortó, no hubo más diálogo, nos pusieron uniforme, saco y corbata y había que tener el pelo corto".

Luis Tinelli comenzó la secundaria en Vigil en 1976. "Teníamos los salones decorados, nos permitían decorarlos como quisiéramos, con fotos -dice-. El salón tenía su carácter de acuerdo al grupo que lo habitaba. Y de un día para el otro eso cambió. Llegamos a la escuela y era un hospital, todas las paredes estaban blancas, no decían nada".

En esas condiciones hubo también pequeños actos de resistencia. "A nosotros nos hicieron ir a recibirlo a Videla en el Monumento -recuerda Celina Duri-, cuando mi viejo (Augusto Duri) estaba preso. Yo lo vi pasar a Videla al lado mío. Recuerdo que no cantamos el himno y después nos retaron con todo. Teníamos diez años, once años. Intuición era, ninguna otra cosa que intuición de lo que sucedía".


Prohibido reir
Celina Duri cursaba quinto grado al momento de la irrupción militar. "Yo tenía diez años. Con esta cuestión de reunirnos a raíz de la recuperación descubrí un montón de imágenes de esos cambios y esos momentos, que tenía registradas pero que nunca las pude contar. Yo tenía a gran parte de mi familia trabajando en Vigil, mi padre y muchos estuvieron presos, eran de la Comisión Directiva. Algo de lo que recordé -son cosas de mucho miedo, también- es que cuando llegan los militares a la primaria no nos podíamos reír".

Los interventores llevaban el terror a la escuela. "Nos decían que la risa la dejáramos para afuera. Cuando el trato con los docentes era «che seño vení», así, tal cual. O de tener una directora como era Betty Maiolo, que siempre se agachaba a hablarte, para ponerse a la misma altura, mirándote a los ojos, pasamos a tener dos directoras que te miraban desde arriba siempre serias, siempre con desprecio".

Sandra Routaboul confirma ese relato con una experiencia propia. "Me acuerdo que Rubén Naranjo nos había propuesto adornar el salón con chistes. Cada uno tenía que traer un chiste que no fuera de un tono medio alto. Ese día provocó que llegáramos temprano, que nos empezáramos a reír y de pronto alimentó la lectura, porque todos estábamos leyendo los chistes que había llevado cada uno. Cuando vienen los militares, me acuerdo patente, viene el rector y dice «esta porquería la sacan toda, así que la arrancan». El chiste que yo había llevado me lo guardé. Lo tuve hasta hace poco".

Sandra es hija de Francisco Routaboul, Pancho, ex titular del Departamento de Personal y uno de los protagonistas de la historia de la Vigil. En "Historias de aquí a la vuelta", Rubén Naranjo lo evocó diciendo que "recorrió la provincia -pueblo por pueblo-, el Litoral, el norte, las provincias cuyanas y el sur argentino. En todas partes fue «la Vigil»". Detenido sin cargo alguno por la intervención militar, la prisión lo afectó profundamente e incidió en su temprana muerte, en 1983. "Su tiempo se agotó en la prisión porque a partir de esa experiencia el mundo no le perteneció; quedó atrás, en las horas vividas en la Biblioteca y compartidas con su gente", según Naranjo.

"En tercer año repetí -recuerda Sandra Routaboul-. Me llevé ocho materias. Mi papá, que era de la Comisión Directiva, estaba preso en ese momento. Después me cambié a otra escuela".

Pero la risa fue más fuerte que el miedo. "Apuntaban a algo bien básico, con eso de no poder reír. Y ahora, de grande, muchos me dicen «por qué te reís tanto» y calculo que debe tener algo que ver con eso", dice Celina Duri, y se ríe.

La intervención alejó a los ex alumnos. "Me acuerdo que un día, después de tres años, vine a pedir un certificado -interviene Carlos Taruselli- y me paró un tipo de pelo corto y me pegó una paliza terrible -agrega Taruselli-. De ese día no pisé más la escuela y mirá que vivo en el barrio. Pasaba por la vereda de enfrente porque tenía una mezcla de tristeza y odio".

Veintisiete años después, aunque el futuro es una incógnita, la tristeza dio lugar a la esperanza.

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Esquina histórica. Alem y Gaboto, el lugar de la Biblioteca Constancio C. Vigil.

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